Una comunión monstruosa

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 La novela Conversación en La Catedral, una de las obras mayores del nobel Mario Vargas Llosa,  ambientada en un bar limeño llamado La Catedral, arranca con una frase que se queda pegada al lector y ya no le abandona en toda la lectura del libro: “ ¿En qué momento se había jodido el Perú?. Esta pegadiza frase se le viene a uno a la cabeza, solo que en vez de al Perú, a la Iglesia, al contemplar por primera vez la foto del cardenal Antonio Cañizares con la capa magna de seda púrpura de aproximadamente siete metros de eslora por tres de manga. Realmente no es una foto, sino dos fotos, dos impresionantes momentos de la vida de este hombre de traca. Estas reveladoras imágenes se tomaron en  2007 durante la ceremonia de ordenación de dos sacerdotes, cuando don Antonio era cardenal arzobispo de Toledo. A pesar de que el Papa VI desaconsejó el uso de esta capa en 1969 por considerarla demasiado ostentosa, nuestro cardenal se la quiso poner y se la puso, ¡qué caray!.

En una de las fotos, don Antonio está sentado en un sillón llamado Virreinal situado en lo alto de  una pequeña escalinata, aunque él seguro que habría preferido una gran escalinata como la de la película “Rocky”, envuelto con la descomunal, apoteósica capa de seda púrpura que cae desde su pequeño y rechoncho cuerpo y se derrama sobre el trono, baja por la escalinata y se desparrama por las losas de mármol blanco de la catedral primada como esos ríos de papel de aluminio de los belenes caseros que desembocan en ninguna parte. A un lado y al otro del trono hay varios acólitos  que completan la imagen, dándole a la foto un tenebroso  aspecto medieval con un boato más propio de la época de los Borgia, que de la actual. Alguien, al ver despleglar tan desmedida escenografía, debería haber comentado  a monseñor que estamos  bien metidos en el siglo XXI. Pero monseñor ya había decidido que antes excomulgado que sencillo.

Por poner una pega, la foto hubiera ganado más si hubiera estado iluminada con luz de antorchas, una luz vibrante que hubiera arrancado unos bellísimos  destellos de rubí a la monumental capa. Y a la vez hubiera dado un apropiado arrebol de hoguera, de fuego purificador como aviso a navegantes, a la redonda y sonrosada cara de su Eminentísimo y Reverendísimo cardenal arzobispo.

La otra foto que, al igual que la anterior, dice más de este hombre que todo su curriculum, es otro momento de la ceremonia donde se le ve en el exterior del templo, dirigiéndose como un brazo de mar al interior para celebrar y presidir la ceremonia. De su menuda figura, y a modo de palio, cuelga su  magna capa que, para que no toque el suelo es levantanda en su extremo por dos miembros de su séquito. Bajo ella bien podrían guarecerse de la lluvia un equipo de fútbol o la cuadrilla completa de un torero. 

Que don Antonio usara esta delirante capa y no la tradicional indumentaria asignada a esta ceremonia,  algo más, vamos a decir “de trapillo”, es algo que llama mucho la atención. Estamos seguros que todo este exceso se debe a un trauma que sufrió en su tierna infancia. Seguramente su familia por falta de presupuesto, o por una cuestión práctica, no se sabe con certeza, cuando llegó la comunión del niño, en vez de hacerla con el reglamentario uniforme de almirante de la mar océana, salieron del paso colocándole unos pantaloncillos negros, camisa blanca y rebequilla gris marengo. Creemos que este conjunto de corriente y moliente niño endomingado, comparándolo con los fastuosos uniformes de gala de los otros compañeros de comunión,  pudo producirle un severo y doloroso trauma que quedó alojado y aislado en algún lugar de su pequeña mollera. Y como todos los traumas de este tipo, crearon en el niño un sentimiento de desquite, de revancha y venganza largo tiempo larvada, hasta que finalmente desembocó en esa monumental capa como culminante acto de desagravio a tan desgarradora y lacerante humillación infantil. Por eso las fotos que acabamos de comentar parecen las de un niño de avejentados rasgos vestido para una monstruosa comunión. Imagen ésta que bien podría aprovechar el maestro Stephen King para armar uno de sus escalofriantes relatos.

Pero don Antonio, que ha derivado en uno de los miembros más conservadores del episcopado español, no se quedó ahí, en la primeras matas, como dicen en mi pueblo, y además de estas fotos para la historia, ha dado cumplida muestra de quien es a través de sus palabras. Haría   falta mucho espacio para ir desgranando todas sus declaraciones, tremendas la gran mayoría de ellas, que sorprenden a propios y extraños y le retratan tanto o más que esas dos fotos históricas que acabamos de comentar. 

Por empezar por alguna parte y para romper el hielo podemos recordar unas palabras suyas  expelidas en 2009 donde se defendía, atacando, como suele, de las acusaciones de pederastia en el seno de la iglesia. En vez de pedir perdón a toda la sociedad por tan terrible asunto, en vez de comprometerse a poner todos los medios con los que cuenta la bimilenaria institución para acabar con esa terrible y vergonzante lacra, arremetió contra los denunciantes de estos hechos con estas palabras: “no es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios de Irlanda, ¡¿de Irlanda?!con los millones de vidas destruidas por el aborto”. Así justificó los escandalosos, espeluznantes, horrorosos, y muy comunes y frecuentes, abusos de menores en el seno de la Iglesia católica. 

También ha arremetido con mucho empuje y casta contra lo que llama el “imperio gay” y ciertas “ideologías feministas” que atentan contra la familia. Dice que estos dos colectivos atentan contra la familia, algo totalmente falso porque, y lo sabe, nada ni nadie se opone a la familia cristiana. No debería olvidar que tanto los del “imperio gay” como las malvadas  feministas que solo buscan la igualdad de derechos y libertades, son hijos de Dios y no se debería incitar al odio hacia esos grupos sociales cuyo delito es no encajar dentro de los arcaicos modelos que defiende la jerarquía católica en general y monseñor Cañizares de forma particularmente furibunda, como suele expresarse habitualmente. Por sus comentarios homófobos y machistas monseñor recibirá una denuncia de estos colectivos ante la Fiscalía de delitos de odio. Como puede verse, en vez de conciliar y apaciguar, prefiere atizar el odio y  el enfrentamiento.

Los emigrantes, otro aperreado colectivo, hijos igualmente de Dios y necesitados más que nadie de ayuda, de protección, de caridad cristiana a  manos llenas y en cantidades industriales, también han sido señalados por él como enemigos, este hombre ve enemigos por todas partes en vez de hermanos en Cristo. ¿O acaso no lo somos todos los humanos?. El pasado mes de octubre en plena crisis de los refugiados, en una homilía, se preguntó con su elevada retórica “si la invasión, sí la “invasión” dijo, de emigrantes y refugiados es todo trigo limpio. Se le podría contestar que no es  todo trigo limpio en la medida que ningún grupo humano lo es y, desde luego, la Iglesia tampoco.  ¿Dónde quedará Europa  dentro de unos años?, ¿qué nos está pasando en Europa?, cuestionó el cardenal, que manifestó que sobre esta cuestión “hay que ser muy lúcido”. A su juicio, “con la que viene ahora no se puede jugar” porque “ no se puede jugar con la identidad de los pueblos” y para rematar, a modo de traca final, afirmó que “muy pocos de los refugiados que vienen a Europa son perseguidos”. Cuando todos sabemos que son perseguidos, claro que lo son, por las guerras, por la codicia de sus gobernantes que continuó al saqueo de sus países a cargo de quienes los colonizaron, por  la pobreza y la miseria, la indefensión y el desvalimiento que padecen desde que nacen. Y vienen a nuestras costas y llaman a nuestras puertas pidiendo ayuda porque quieren una vida mejor,  una vida normal, una vida digna de ese nombre. Y nuestra obligación, la de todos, y desde luego la de él, que se hace llamar ministro de Dios en la Tierra, es ayudar en lo que necesiten como hermanos nuestros que son. ¿Cómo es posible que no vea esto nuestro inteligentísimo cardenal, académico de la Real Academia de la  Historia, doctor en  Teología y perito en Pastoral Catequética.?   

En el discurso durante su investidura como “doctor honoris causa” por la Universidad católica de San Vicente Mártir de Valencia, don Antonio cree que España vive “la noche oscura del ateísmo colectivo”. Dijo que los ateos están “vacíos y desorientados” que tienen como “ideas prevalentes” “el dinero, el sexo, el goce narcisista y el goce del cuerpo”. El investido doctor debería saber, y lo sabe, que estos apetitos de dinero y sexo no solo existen en los ateos, también alcanzan a los creyentes y por supuesto al clero, que también son humanos. Sobre la “humanidad” del clero tengo  el testimonio de primera mano de un hombre ya fallecido que estuvo treinta años de conserje en una residencia de sacerdotes de Madrid y a pesar de ser un hombre duro, un agricultor que había levantado muchos barbechos con yuntas de mulas en su juventud,  un manchego de fuerte carácter, nada impresionable, me confesó en varias ocasiones que muchas veces se había sentido conmocionado y escandalizado, “noches de no dormir”, decía por las cosas que tuvo que ver allí y que le causaron un profundo disgusto, una honda sensación de decepción y desengaño. Por eso hay que ser muy cauto en hacer divisiones entre ateos y creyentes. Hay ateos, y todos podemos dar ejemplos de ello, que son hombres buenos, incluso muy buenos, excelentes personas, y creyentes, incluso muy creyentes, peores que un dolor de tripas. Nada tienen que ver las creencias o no creencias religiosas con la calidad humana de las personas.

Las manifestaciones de monseñor Cañizares son inabarcables, no tienen fin. Quizás otras de las más polémicas fue cuando dijo que “el aborto es peor que los abusos sexuales”, olvidando que  tanto el aborto como la eutanasia son derechos reconocidos en los países más avanzados. Aquí  Cañizares, al igual que algunos dirigentes de la derecha, intenta confundir interesadamente este derecho diciendo que es una “licencia para matar”, nada más lejos de la verdad, los dos derechos son una decisión personal a la que acojerse, en modo alguno son un capricho y nadie está obligado a hacerlo ni se le alienta a ello como nos quieren dar a entender. Son dos decisiones muy delicadas y de conciencia que nadie, excepto los interesados, es quién para decidir por ellos. ¿Acaso quiere el señor Cañizares  volver a la época en que se viajaba  a Londres para abortar? como han hecho a lo largo de décadas mucha gente de nuestro país para no tener un hijo no deseado, fruto de una violación, o con malformaciones incompatibles con la más mínima calidad de vida, o porque corre peligro la vida de la madre. ¿ Le gustaría volver a la época oscura y terrible donde se practicaban abortos clandestinos en sórdidos lugares a cargos de auténticos carniceros?. No lamente tanto esas supuestas vidas aún no nacidas y preocúpese por los miles y miles de niños ya nacidos, pobres y malnutridos que viven en nuestro país. Preocúpese por atender a sus familias, esa sagrada palabra que usted tanto emplea, para que puedan dar  una vida decente  a sus hijos. 

Tampoco fue cosa de poco cuando lanzó el bulo de que las vacunas para el Covid-19 estaban siendo fabricadas a base de células de fetos humanos. En el caso de que lo fueran, ¿prohibiría a sus fieles tomar esa vacuna  que les salvaría la vida? ¿ se la pondría usted?. No achaque a obra del diablo aquello con lo que usted no está de acuerdo. Respete las opiniones de los demás, no se erija en un ser superior, a pesar de su capa de siete metros de seda púrpura, recuerde que no tenemos obligación alguna de obedecerle. ¿Quién es usted para mandar en nuestra vida? Haga usted lo que estime conveniente con su persona según su conciencia y déjenos en paz a los demás. La vida es demasiado corta y dura y ardua de por sí para que venga usted a imponer sus rancias creencias. Intente convencernos con su ejemplo, con sus hechos, con sus obras no con su retórica de inquisidor del santo oficio.

Esta penosa imagen del ultraconservador Cañizares contrasta con la profunda reforma que quiere emprender el Papa Bergoglio en la Iglesia católica. Una reforma necesaria para hacerla más humana y accesible, acercarla a los pobres, recuperar la humidad de las instituciones eclesiásticas y recuperar esa empatía con la gente común, la gente de a pie, la gente a la que se dirigía su fundador con aquellas palabras tan revolucionarias que dos mil años después todavía lo siguen siendo: “ama al prójimo como a tí mismo”. Un mensaje que se ignoró y tapó con miles de capas de barniz ultraconservador y que debe retomarse más pronto que tarde. Es sabido que la Iglesia ha basado su existencia en el inmovilismo, en el conservadurismo, cualquier cambio de rumbo hacia una Iglesia liberadora siempre ha sido visto como un arriesgado y peligroso salto al vacío que era mejor no dar. “¡Nosotros no somos una ONG!, clamó monseñor en otra homilía”. Pues debería serlo, y ahora más que nunca. Ahora no dar ese salto podría significar quedarse sola, aislada, petrificada, excluida y apartada definitivamente de los nuevos tiempos.

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