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Un poco de radicalidad. ¿Sómos adolescentes políticos?

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Un adolescente (de pensamiento político, a partir de ahora no tengan en cuenta la edad de la persona) es aquel que puede tener, o no, muchas capacidades, pero que prima su comportamiento solamente en base a ellas, siendo incapaz de valorar las oportunidades (políticas), entendidas como toda aquella alternativa que, de momento, no es efectiva, sólo teórica. Este adolescente político se relaciona con el exterior (la sociedad política) sólo puntualmente, para satisfacer necesidades concretas, generalmente creadas por el propio exterior. Estas necesidades pueden ser emocionales (por ejemplo, el nacionalismo), y suelen basarse en su utilidad. Las alternativas, por inútiles a sus necesidades momentáneas, le son inexistentes.

En teoría, queremos vivir felizmente. Pero hay una diferencia radical entre querer “ser feliz” y “hacerse feliz”, entre desear algo (que, hoy en día, puede comprarse sin necesidad de que sea un objeto) y la voluntad de hacerlo. Hace no tanto tiempo, continuando con el ejemplo, se hablaba de los “hobbies”, una especie de esquina en la vida de cada uno que, alimentada por residuos temporales, servía para “hacerse felicidad”… aunque fuese una felicidad propia arrinconada. La paulatina desaparición de este concepto del Hobby en aras de la distracción que ofrece el espectáculo (Netflix, como metáfora de la distracción a mano en el tiempo) es, también, cierta renuncia a la libertad (aunque parezca que el concepto Netflix otorga más libertad, lo único que hace es otorgarle forma de libertad a un encadenamiento a la distracción. Es una “agradable derrota” de la libertad del tiempo propio). Para el adolescente político es mucho más útil ser espectador de un espectáculo que ser creador de un Hobby.

Un adolescente quiere “ser feliz”, pero obvia el hecho de “hacerse feliz”. No sé, y es otro tema, si esto es causa del sistema educativo, tanto familiar como escolar, productos del Sistema en sí; pero, en este sentido, ¿cuántos “adultos” nos cruzamos que se comportan como “adolescentes”? ¿Cuántas veces, a lo largo de un día, nos comportamos nosotros así? No es de extrañar, en el caso que lo que digo tuviera algo de cierto, el sistema de propaganda política de hoy en día: apelando a emociones; irrelevancia (más que justificación) de la mentira; auge del valor de la estética y uso de ésta como identificativa; creación de pasiones más por la pasión misma que por su significado; rapidez y cambio de mensajes; pavor al “aburrimiento”; pánico a la duración (que hace tambalear aquello no suficientemente sólido) pues un problema ya no se suele apartar por su complejidad, sino por su durabilidad: el hambre en países africanos, el problema climático, la inmigración, por ejemplo, duran siempre, pero se muestran a ratos, pizcas de información a conveniencia. ¿No han oído, ya, quejas de gente “aburrida” del tema catalán?

A partir de aquí deberíamos asentar unas bases generales y dejar, a la política legislativa, las cosas concretas, es decir, una política más programática, y no con una abstracción emocional que, como vemos, sirve para ocultar ideologías (o la falta de estas) para legislar “a oscuras”. Esto lo acepta el adolescente político mientras tenga una buena música que bailar, o una nueva serie de 26 capítulos en Netflix (es decir, suficiente poder adquisitivo para consumir satisfactoriamente). Y esta aceptación o permisividad con la ausencia de lo concreto, es lo que permite a los políticos manga ancha para mentir, robar (la corrupción es robo y mentira a la vez) sin demasiado riesgo por sus consecuencias (estas consecuencias suelen llegar debido a un modo demasiado obsceno de corrupción o por denuncias fruto de luchas internas, pero nada qué ver con la ética o la legalidad).

Ya no existen clases sociales en un sentido subjetivo. Quiero decir que muy pocos desean o se identifican como colectivo o comunidad en base a las necesidades o carencias que les unen, en base a las oportunidades comunes que puedan tener o necesitar, sino simplemente a “cierta estética emocional” que les une sin nada en concreto (incluso se sienten más unidos entre sí los simpatizantes de un club de futbol que unos obreros por el hecho de serlo). La pérdida de una solidaridad interna que permite la identificación de clase en el sujeto (ser parte de), no niega que esta sí exista desde fuera, objetivamente, solo que está totalmente desarmada. Tal vez sí exista esta conciencia en las élites, por una razón: al ser precisamente élites, no es necesaria la solidaridad interna para que el sujeto se sienta parte; su superioridad, y los consensos de “hacer negocios”, son suficiente. Existiría, visto así, dos clases: la élite y el resto.

Lo anterior es algo sistemático que, me parece, solamente ahora el feminismo y, en Cataluña, el soberanismo (que no el independentismo) han podido resquebrajar. Por ello creo que ambas reivindicaciones tienen un gran punto de antisistema, y por ello son tan temidas por este. Porque ambas parten de una singularidad: la solidaridad con el otro “desde” la subjetividad del individuo. La feminista o el feminista (entendido como varón solidario de una injusticia) parte de una falta de derechos individual y extensiva a todas las mujeres y sociedad; y el soberanista catalán (abogue por una independencia política o no) parte de su derecho individual a decidir, extensivo a toda la sociedad (en este caso, la catalana, más allá de que ustedes crean que tiene razón al pensar así o no, que es otro tema). ¿Significa esto que feministas y soberanistas son más adultos políticamente? Pues, a riesgo de meterme en un berenjenal, creo que en el caso de las / los feministas, sí, sin duda. Y, en el caso de los soberanistas, depende de si uno llega aquí tras una reflexión sobre el derecho de una cultura postergada por un Estado que no le otorga los mismos derechos que otra (la castellana o, mal dicho, la española), o si uno llega por el simple estallido emocional del nacionalismo; que, aunque el resultado parezca el mismo, la raíz no la es.

El querer “ser feliz” comporta la felicidad como un fin, acto que nos lleva a esa droga del “soma” de Un Mundo Feliz, de Huxley: una evolución del Netflix como concepto. Y, el “hacerse feliz”, entiende la felicidad como un medio para el vivir. Que la felicidad sea un fin o un medio, también nos habla de individualismo y solidaridad. Para un servidor, equivocado o no, esto es una diferencia radical. Y es en este sentido que pienso que, precisamente, esto es lo que nos falta: un poco de radicalidad.

Políticamente hablando, ¿votaremos como adolescentes o como adultos? ¿Preferimos comprar la política hecha o “hacernos la política”? Pero, incluso, el producto que compramos como política, ¿realmente lo es? Algunas de las cosas que ocurren en España, pueden leerse como una <<hostilidad hacia la política>>: los ex cargos del gobierno español que han declarado en el juicio del Supremo, parecen decirnos que hicieron de todo menos política (su negación de toma de decisiones, y de responsabilidades consecuentes, es una muestra de esa hostilidad por parte del adolescente político, lo que son Rajoy y Zoido, aunque Santamaría y Millo parecerían más unos cínicos).

Uno se plantea si realmente existen los partidos políticos, si no son una ramificación de un único poder financiero, casi globalizado, por encima ya de los estados, y que deja a estos un sucedáneo de la política: los arrincona a moverse por un lodo emocional (de donde surgen los nacionalismos) y les permite una cierta legislación prácticamente inocua. El caso de Grecia, ¿señala lo anterior? Recuerden que una decisión financiera, supra-estatal (el rescate financiero de la UE), pasó por encima de la decisión del pueblo griego, que rechazó este rescate con un 61% de los votos en un referéndum. Y aquí, ahora que estamos inmersos en pre campañas o campañas electorales, ¿cuántos políticos se dirigen a la sociedad con un planteamiento “político”? ¿No es, por ejemplo, el traslado del problema catalán a la judicatura, un rechazo de las élites capitalinas a “hacer política”? Más allá de que a la gente le guste o no la reivindicación catalana, ¿han visto un trato político al respecto en medios y partidos estatales? Grecia ha quedado atrás, olvidada, pero ¿hemos analizado el significado que la decisión del pueblo griego en referéndum fue ignorada por la clase política y la sociedad europea? El poder financiero “omitió” directamente un pronunciamiento político democrático. Hicimos todos caso omiso a una decisión democrática… irónicamente sita en el lugar donde nació esta democracia en la historia. Y, si los políticos nos van demostrando que cada vez tienen menos poder y este recae en “zonas oscuras” a las cuales no podemos acceder con nuestros votos, ¿qué clase de democracia es esta? ¿Hubiese aceptado una Europa-de-los-ciudadanos la agresión democrática a Grecia? Ustedes sabrán, pero lo que sí sabemos todos es que, una UE de estados entrelazados financieramente, donde los ciudadanos no cuentan, sí. Los soberanistas catalanes pensaron que Europa miraría el 1 de octubre con los ojos de la ciudadanía, pero, excepto ante el error testosterónico de la violencia policial, Europa no dispone de esos ojos (es más, uno opina que Europa debió presionar al gobierno español para que detuviese la violencia, “precisamente” porque ésta centraba el foco sobre un pueblo que se estaba empoderando, más allá de si ustedes creen que tiene legitimidad para su objetivo político o no).

¿Hay una lucha de la democracia contra el estado, porque este es el parapeto de ese poder financiero? Pero, en caso de haberla, ¿es una lucha política? Para que lo sea, es necesario que ambas partes estén en el terreno de la política, que esta sea el campo de batalla. Pero, en el caso que lo anteriormente comentado tenga algo de cierto, en el caso que una oligarquía financiera haya arrebatado a los estados la posibilidad de hacer política, la democracia estaría haciendo una lucha sobre sí misma, sin rival aparente. Cuando el rival no acepta los términos, solo se deja abierta la posibilidad de una revolución. A mi parecer, esta es la única alternativa que le dio la UE a Grecia (y que rechazó esta revolución y acabó acatando su intervención) y, en cierto modo, es lo mismo que hace el Estado Español ante Cataluña: o acatamiento o revolución, con la casi seguridad que se decidirán por lo primero. Pues, ¿qué sociedad, hoy en día, impregnada del individualismo adolescente que comporta este consumismo acérrimo, está dispuesta a revolucionarse? Si uno no se despoja de todo un enjambre de adornos, distracción y espectáculo y se sumerge en la raíz de todo ello, no es que crea que tal revolución es imposible, sino que es imposible ni siquiera plantearse uno mismo si la desea. Para ello, para tan solo planteárselo, es necesario un poco de radicalidad, porque esta “des- democratización” de la democracia que hace el neoliberalismo, se produce a baja intensidad, bajo una fina superficie, muy fina, sí, pero opaca. El espectáculo es útil para magnificar noticias que permiten, a conveniencia, introducir con cuentagotas pequeños recortes en los derechos y libertades (a subrayar la lenta invasión en la privacidad e intimidad del individuo, al que se le exige transparencia mientras las decisiones se toman, cada vez más, desde una mayor opacidad. Orwell acabará siendo el profeta de los pocos disidentes que queden).

Una de las características del modo adolescente es cómo encaja su realidad cotidiana en el tiempo y en la distancia: “ahora” y “aquí” ocupan casi la totalidad de ello. Esta es una de las fronteras que rompe la adultez, la capacidad de interferir en la propia realidad cotidiana pensando “desde” más allá del aquí y ahora. El adulto político ensancha esta realidad cotidiana en el tiempo (tiene en cuenta lo sucedido, la historia, para analizar el presente; y su pensamiento se extiende hacia las posibles consecuencias en el futuro, aunque él ya no esté) y en la distancia (comprende que no solo el “aquí” está ligado a su realidad, sino aquello lejano, tanto en causas como consecuencias). Lo anterior tiene un resultado directo en la responsabilidad de cada uno: así, el adolescente político limita mucho su posible responsabilidad a sus decisiones, mientras que el adulto las ensancha. Si creen que la responsabilidad va intrínsecamente ligada a la libertad, se nos plantea la pregunta de cuál de los dos, adolescente o adulto, es más libre. Sí, además, como un servidor, suscriben que no es que la libertad nos haga responsables, sino que es al revés, que a partir de reclamar responsabilidad uno aumenta su libertad, la diferencia entre adolescente y adulto, se agranda. Si tienen hijos adolescentes, uno ve sus primeros pasos hacia la adultez, no cuando reclaman más libertad, sino cuando exigen tener responsabilidad.

A colación de lo anterior, la adolescencia política justifica algunos de esos tics de la política actual que antes señalaba: la inmediatez de los mensajes, incluso su etérea validez (que permite cambios bruscos y contradicciones sin necesidad de argumentarlo), o la no necesidad de ensanchar propuestas políticas más allá de este aquí y ahora (y el menosprecio de la memoria histórica, como algo irrelevante; y el menosprecio del futuro, sometido a los rendimientos del presente). Pero, como los políticos saben que la realidad no es así, se ven obligados, en aras de mantener esta política adolescente, a ser ambiguos, ser emocionales, dar relevancia a la estética, y a rechazar cualquier tipo de pensamiento adulto en tiempo y distancia. La panacea de un nuevo totalitarismo es que todo el mundo vaya a votar, se sienta democráticamente seguro, pero, en el fondo, vote lo mismo: el aquí y ahora. Es la democracia Mediamarkt: primero, “yo no soy tonto”; después, “lo quiero ahora y aquí”. Aunque, probablemente, se hará extensible a una democracia Amazon si algún día se puede votar electrónicamente (me juego que serán las derechas quienes aboguen por ello): añadiremos el eslogan, referente al acto de votar, de “te lo traemos a casa”, y conseguir que uno decida el voto instantáneamente gracias a un impulso emocional (1 like = 1 voto) lejos de cualquier reflexión política. Una desgracia para la humanidad, cada vez más formada por individuos que se “sienten” menos responsables de nada y, equivocadamente, se creen “más libres”.

Dice Bauman que <<los seres humanos nos hemos convertido en gestores del mundo desde hace unos siglos, y, por ello, recae en nosotros la responsabilidad por todas y cada una de las malas prácticas. (…) Tenemos esa responsabilidad, tanto si la aceptamos como si no>>. Entonces, ¿podemos decir que la posición de Trump, clamando más y más una libertad vacía y rechazando toda responsabilidad, es otro ejemplo de adolescencia política? Pero, ¿no es también, la posición de Arrimadas cuando habla de gestación subrogada, prostitución y feminismo, una posición similar?: ¿una libertad “súper libre y guay” pero vacua, liberada de responsabilidad social? Opino que, como buena neoliberal, también se posiciona en la adolescencia política (y habría más ejemplos sin, ni siquiera, tener que recurrir a sus paripés mediáticos ni a los cartelitos que muestra como aquel adolescente que se forra las carpetas con “fotos con mensaje”, para apoyar su tambaleante identidad).

¿Es un planteamiento apocalíptico? Esto depende un poco de la fe que tenga cada uno en el ser humano. Creo que es indudable el gran avance técnico de la sociedad, pero, lo autocrítico, no se acaba de asentar. En relación, por ejemplo, al mundo feudal, las posibilidades de libertad de una persona, han aumentado muchísimo. Pero también creo que las posibilidades de cierta élite (“cierta” porque me siento incapaz de precisar, pues soy de los que cree que, tomados como símbolos, tiene más poder efectivo un Florentino Pérez que un Mariano Rajoy), perdón, decía que creo que las posibilidades de cierta élite actual para restringir libertades, es muy superior a las que tenía un señor feudal. Esta preeminencia del aquí y ahora en el pensamiento político adolescente es lo que nos permite comprender, por ejemplo, porqué en un mundo más abierto, multicultural, renace el rechazo (más que el miedo) al otro, la xenofobia (que salvaguarda el “aquí”), y el mensaje de inmediatez de la ultraderecha o del neoliberalismo (que se centran en el “ahora”). El adolescente político vive su realidad cotidiana como la única existente. Estirando el hilo, también nos lleva a comprender el porqué de según qué reacciones contra el feminismo (un ataque al cómo es el ahora, pretendiendo cambiarlo en el tiempo) y el problema catalán (un ataque al aquí, concretamente a qué sujetos forman el aquí). Estoy siendo muy reduccionista con el ejemplo, y, además, en éste se pueden intercambiar los roles. El precio de sintetizar tanto para un artículo.

El conflicto aumenta cuando la persona sustenta su identidad en el planteamiento adolescente. Al limitar y contraer su identidad, parece que nos llevaría a una identidad más sólida y compacta, pero ocurre lo contrario: porque la extrae del sí mismo y se desentiende de ella: Bauman podría haber hablado de una “identidad líquida” que se escabulle entre los dedos. Tal como lo que decía al principio de la felicidad (la diferencia entre querer “ser feliz” y “hacerse feliz”), el adolescente político renuncia a “hacerse su identidad”. También, así, se entiende que se sienta atacado “personalmente” ante quien cuestiona el aquí y ahora, agredido en su fuero interno por el mensaje feminista y/o soberanista catalán. Si observamos sus reacciones, veremos la beligerancia del lenguaje que utilizan para “defenderse”. Y, ¿cuál es el primer paso que realizan hacia esas agresiones al aquí y ahora? Pues, para encauzarlas en este, necesitan “deformarlas”. “Deforman” el problema para que no se les escape de la visión adolescente, o, tal vez, para que no los expulse a ellos de ésta. Vemos, entonces, esta “deformación” de la realidad cuando, en el caso feminista, tergiversan lenguaje (violencia doméstica por agresión machista) y datos (muchos políticos adulteran los datos de agresiones o de falsas denuncias); y, ante el soberanismo (más cosa de derechos que el independentismo, que es más político) también tergiversan el lenguaje (golpistas, nazis, violentos…) y los datos (vemos, en el juicio, curiosamente, como los datos se adulteran “por omisión”). La reivindicación feminista ataca la identidad de aquellos machistas (hombres, mujeres, y arquetipos sociales) que se ven forzados a cuestionarse; de la misma manera, el soberanismo ataca la identidad de aquellos que no se quieren cuestionar el significado de qué es España o ser español.

Permítanme concluir con una anécdota, referente a un cuento leído hace muchos años, y que no recuerdo cuál era. Pensaba que era una isla de Gulliver, de Swift, pero no; o de Borges, pero creo que tampoco. En fin… un desastre de memoria, pero me permite usarlo a mi antojo. En una isla, los habitantes son inmortales. Dos de ellos, sentados al borde de un precipicio, observan un compañero que se ha caído y está en el fondo sin poder salir. No le ayudan, no hacen nada, y el accidentado tampoco. ¿Por qué? Porque es igual, son inmortales, tienen tiempo… Viven “aquí y ahora”, eso es la inmortalidad: despreciar la vida por la irrelevancia del modo de vivir. Aunque sea una paradoja, el adolescente (político, de pensamiento) cree vivir más intensamente, pero vive en esa falsa inmortalidad, vive como un muerto. Aceptar la muerte natural y lo que conlleva es un arma para luchar contra esa adolescencia, la vejez (entendida, ahora, simplemente como el cuerpo que nos va abandonando mientras va dejando un poso de experiencia) es un aliento (no una desgracia) para los que vienen detrás, para que el adolescente político crezca. En este sentido, la vejez es profundamente antisistema y, tal vez por ello, está tan apartada por este. Todo el culto al cuerpo bello adolescente, la cultura del gimnasio, de la operación estética, no creo que sea tanto un ensalzamiento de la belleza (¿?) sino una lucha para ocultar la vejez. El feminismo se refiere muchas veces a “aquello por lo que lucharon nuestras abuelas” y, en el soberanismo, la fuerza de mucha gente mayor ha aparecido en manifestaciones, o en el 1 de octubre, no porque sí (existe la agrupación “abuelas y abuelos por la libertad”, resaltando el lenguaje inclusivo). Fíjense, además, la conexión y vínculo en Cataluña entre soberanismo y feminismo. No quiero decir, ni mucho menos, que el feminismo deba ser independentista (qué va), pero es lógico que sea soberanista: creo, de nuevo cayendo en el reduccionismo, que estas reivindicaciones, en el fondo, reclaman algo muy radical, la raíz de esas personas: querer ser humanos más responsables y así libres, adultos, mortales, más allá del aquí y ahora. Los que lucharon por todos los derechos civiles jamás lucharon, en el fondo, por ellos mismos “aquí y ahora”, sino que lo hicieron por principios, unos principios humanos que van mucho más allá, en el tiempo y en la distancia. Esto es ser radical (un “principio” es una raíz, de donde todo nace) y es una lucha contra el sistema. Cuando PP, Ciudadanos y PSOE se denominan europeístas, y los soberanistas catalanes, también, no hay una contradicción: unos abogan por esta UE de los estados y tejidos financieros, y los otros por una Europa de los ciudadanos. La raíz de todo ello es una lucha contra el sistema, radical; y por eso jamás es una lucha rápida, sino constante y tenaz, perseverante, insistente, sobre todo paciente, todo lo contrario a toda esta adolescencia política que nos rodea.

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