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Un paseo por el esparto como un nuevo territorio

El pintor Pedro Cano Hernández traslada a sus lienzos la impronta que recuerda sobre sus orígenes en un pequeño pueblo de Murcia

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análisis

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“Soy pintor”, dice con voz clara. Y es que… ¿Quién, después de más de cincuenta años pintando, dudaría en identificarse de ese modo? “Ser pintor” es la carta de presentación de Pedro Cano Hernández, artista plástico nacido en Blanca, pueblo en el que descubrió, desde pequeño, aquellas habilidades para crear a través del óleo. Un lugar de Murcia tatuado en sus lienzos, y por supuesto, en la piel.

Hace diez años la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia y el Ayuntamiento de Blanca crearon en conjunto con su familia una fundación que lleva su nombre. “Un espacio multidisciplinar gracias a sus salas de exposiciones y la organización de talleres, conferencias y actividades didácticas, conciertos y recitales”, que acogió desde el 2 de febrero hasta el 17 de marzo la exposición “Esparto: un nuevo territorio”. Una propuesta de arte contemporáneo que “renueva la imagen, reconsidera y revitaliza el material y las cualidades poéticas del esparto (…) aunando arte, cultura, paisaje e historia”.

En vinculación con las residencias artísticas Habitar el esparto, proyecto de Al Fresco, nace este encuentro con Pedro Cano Hernández, tomando en cuenta que cada vez está creciendo el interés por esta fibra natural, no solo desde la tradición y el patrimonio, sino desde una mirada contemporánea que propone nuevas significaciones. Estos son precisamente algunos de los tópicos que vamos tocando en la conversación, o más bien recorrido, que inicia hurgando en los orígenes de su pasión por pintar.

Apenas tenía once años cuando murió su padre, y uno de sus hermanos le regaló una cajita de color al óleo. En ese entonces “dibujaba lo que un niño dibuja en la escuela”. “Era un autodidacta y empecé haciendo cosas sencillas: estampas y postales, pero por suerte conocí a una señora que pasó por mi pueblo, la pintora valenciana Amparo Benaches, quien fue la primera persona que habló con mi madre y le dijo que yo tenía que hacer Bellas Artes. Ella fue la primera llave que tuve en mi vida y que me abrió una puerta distinta, porque yo me hubiese podido quedar aquí pintando siempre como el niño que era”.

Pasado algún tiempo, siguiendo sus indicaciones, se fue a Madrid con la excusa del servicio militar, pero terminó ingresando en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Uno de los cambios más importantes, recuerda, porque allí recibió la formación que le serviría de base para seguir construyendo su historia. Hasta que, en 1969, con poco más de 20 años, obtuvo una beca para cursar pintura de paisaje en la Academia Española de Bellas Artes en Roma, otorgada del Ministerio de Asuntos Exteriores.

“Me quedé en esa ciudad, conocí a una chica italiana, nos casamos, y nos fuimos a un pueblecito a 30 kilómetros cuando terminé mis estudios. Allí todavía conservo una casa y, además, me han hecho hijo adoptivo, porque es donde he pasado la mayor parte de mi vida y donde empecé a hacer cosas: exposiciones en Beirut, Roma, Milán, Bolonia, Venecia, Austria, hasta que tuve la suerte de conectar con una galería maravillosa, quienes prácticamente fueron mis padrinos y las personas que me ayudaron a crear una serie de contactos para que mi obra se pudiera ver en muchísimos otros sitios”.

 

Usted pinta paisajes… ¿Cuándo comenzó esta fascinación por la naturaleza?

Esa es una cosa interesante, porque uno de los momentos en los que me di cuenta de que no podía perder lo que había sido el escenario de mi vida, fue cuando estuve en Nueva York, en un viaje que me cambió absolutamente. Tenía 39 años; llegué allí para estar solo cinco meses y me quedé cinco años. Pensaba que toda esa aventura haría que mi obra evolucionara y tomara otra forma desconocida para mí, pero al contrario, me encontré buscando todavía más en los orígenes, en los materiales más sencillos, y entonces la profundidad del lugar donde había nacido empezó a entrar con más fuerza en mi trabajo. Siempre he intentado no perderlo de vista. Aunque esté trabajando en cualquier otra cosa, por un período de tiempo me dedico a pintar cosas de la naturaleza.

“Aunque esté trabajando en cualquier otra cosa, por un período de tiempo me dedico a pintar cosas de la naturaleza”

 

¿Qué significa que su obra sea conocida en tantos lugares del mundo?

Creo que una de la mayores suertes es haber podido viajar muchísimo y lo más importante son los casi cien cuadernos de viaje que tengo pintados. Aunque no pienso tanto en lo que me ha pasado, más bien pienso en lo que haré próximamente, porque uno tiene que ir hacia adelante. Espero que para la gente signifique que yo lo que he hecho es trabajar toda mi vida, con mucha ilusión, y me da alegría cuando hay una exposición lejos de aquí y aparece en un periódico: Pedro Cano, Blanca, Murcia, España.

 

¿Es una manera de visibilizar sus raíces?

Naturalmente. Cuando estudiaba Bellas Artes, la gente que veníamos de los pueblos, teníamos más dificultades que los de la ciudad, pero era bonito porque todos estábamos unidos. Algunas de las personas hacíamos la competición para ver quién se llevaba a casa las mejores notas. Los de los pueblos luchábamos por eso, por quedar bien cuando llegábamos a casa y que en nuestra tierra estuviesen orgullosos de lo que hacíamos.

 

A propósito del vínculo con el lugar origen, ¿guarda una relación cercana con el esparto desde la infancia?

Toda la vida. Una tía de mi madre, la tía Cornelia, recolectaba lías de esparto y hacía una especie de brazadas que luego utilizaban en la construcción. En esa casa se reunían ella y otras señoras para preparar las cuerdas y recuerdo que yo tenía que cortar los pedacitos que sobraban cuando las pelaban. Antes casi todo se hacía con el esparto y tengo presente muchas cosas relacionadas con este material de cuando era pequeño.

 

Usted es un artista polifacético, ¿considera que el esparto es un recurso natural valioso para el arte, para la vida?

Yo hago lo posible por usar en el trabajo todo lo que me rodea. Acabo de darme cuenta, hace menos de un año: en mi familia vendíamos pescado, y es muy curioso esto que le voy a decir, pero nosotros usábamos un papel de una fábrica que estaba en Játiva, Valencia, que era un papel muy resistente, amarillento, y he sabido que ese papel lo hacían con esparto, cerca de una ciudad que se llama Cieza. El esparto me ha acompañado siempre porque además todos los utensilios que había en mis tiempos eran de esparto.

 

Formaba parte de la cotidianidad y ahora quiere volver a rescatarse…

Los montes de alrededor todavía están llenos de esparto y fue durante muchísimos siglos, el esparto, una forma de sobrevivir, porque la gente que no tenía un pequeño huerto para poder sembrar, siempre cogía esparto y podía ser básico para hacer muchas cosas con él. Eso sí, era parte de una muy dura, pequeña y difícil economía de esta zona y que desaparece con la llega del plástico.

 

En la exposición “Esparto: un nuevo territorio” el pasado dialogaba con el presente…

Sí, es una muestra en la que podemos ver una enorme relación entre lo clásico y lo conceptual. Es fascinante el haber mezclado una de las cosas más populares como hacer una cuerda de esparto a mano y después seguir todas las sugerencias que te da la mente para crear una cosa absolutamente nueva a través de ese material. En el proceso y en el resultado están resumidas una gran cantidad de historias.

 

Entre esos nuevos usos podríamos mencionar los lienzos elaborados con la fibra del esparto. ¿Podría contarme la experiencia de pintar sobre uno de ellos?

Ese ha sido un grandísimo regalo para mí. Hace un año, más o menos, me llamaron a la Fundación porque iban a hacer una exposición cerca de Barcelona. Entonces me preguntaron que si quería participar y que si esa exposición podría venir a la Fundación. Fue cuando me mandaron unas hojas de papel de esparto, y aquello me emocionó tanto porque me acordé del papel que te dije que se hacía con esparto en Játiva. Después me trajeron un papel inmenso que medía unos dos metros para que hiciese algo sobre él. Lo guardamos, y el día de la inauguración, mientras la gente hacía cuerdas, yo estuve haciendo una acuarela de una antorcha que servía para limpiar los hornos de las casas. Fue emocionante, una especie de vuelta atrás, que viví con una ilusión tremenda.

 

¿Cuál es la importancia de descubrir las posibilidades que ofrece el esparto?

Creo que con este proyecto se muestra la fusión de elementos que nos da la tierra, y a la vez que está todo por descubrir todavía, porque algo tan sencillo como el esparto da pie a hacer cosas absolutamente nuevas. En la exposición participaron una serie de artistas con propuestas novedosas: obras conceptuales, secuencias fotográficas, vídeos, soportes y tejidos hechos con esparto. Una muestra apasionante en la que la gente se encontró con nuevas maneras de volver a los orígenes.

 

Como artista, ¿qué acciones cree que deben llevarse a cabo para continuar transmitiendo la cultura del esparto?

Yo espero que esta exposición, por ejemplo, se lleve a otros lugares, sobre todo a zonas como Albacete, Granada, donde crece el esparto, y por qué no, a un lugar como Madrid, que también alberga esta riqueza (Villarejo de Salvanés, Perales de Tajuña, Valdaracete). Es importante que la gente vea cómo el esparto puede habitarse, que tiene un valor enorme porque quedan pocas personas con la capacidad de trabajar con este material que nace espontáneo y natural. Es una especie de encuentro con un mundo arcaico que podría estar presente en nuestra vida de una forma más novedosa.

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