Habrá quien piense en el reciente Comite Federal del PSOE en términos de una crisis circunstancial que podría enderezarse –coserse, dicen sus protagonistas- de un modo relativamente complicado, aunque posible. No tengo los suficientes datos para negar esta afirmación, por lo que tampoco estoy en condiciones de hacer objeción alguna a la misma, ni siquiera deseo hacerla. Es el PSOE quien deberá realizar su análisis y tomar sus decisiones y es tarea de los demás respetarlas y esperar que acierten por el bien de su partido y mucho más por el de España.

Pero esta opinión viene de más lejos y se proyecta quizás más allá de lo que ocurriera el sábado 1 de octubre. Porque procede, en efecto, de la eclosión de los nuevos partidos en España en mayo de 2014, en las elecciones europeas, y en lo que podríamos denominar el momento tocqueviliano –por Alexis De Tocqueville, en su conocida obra El Antiguo Régimen y la Revolución-, según la cual los fenómenos revolucionarios no se producen en el momento más álgido de las crisis que los motivan, sino cuando se intuye la superación de la misma. Es entonces cuando todo el malestar concentrado en esos tiempos, y que había sido reprimido en aras de resolver más acuciantes problemas, estalla de golpe de forma desenfrenada -revolucionaria, en el Tocqueville de la revolución francesa- o regeneracionista y populista en el caso de la España de nuestros días.

Ese momento tocqueviliano supuso una recomposición del mapa político español que se desenvolvería en las elecciones autonómicas y municipales del año pasado y en las elecciones generales de diciembre de 2015 y de junio de 2016 y ha tenido su conclusión en las autonómicas de Euskadi y Galicia de septiembre, las cuales han sido causa inmediata del mencionado tumultuoso Comité Federal socialista.

Un nuevo mapa político que sería comprendido por las diversas fuerzas políticas -tanto las viejas como las nuevas- en los diferentes niveles autonómicos y municipales, produciendo el juego correspondiente de las coaliciones, pactos de legislatura o simples apoyos a las investiduras de los candidatos. Una comprensión que, sin embargo, no se ha producido a nivel nacional, donde a la decidida actitud de bloqueo de los viejos partidos -el PP respecto del PSOE-Ciudadanos en la XI Legislatura- y el PSOE -respecto de la del PP con el apoyo de Ciudadanos en esta.

No entendieron los viejos partidos en el parlamento español lo que sus compañeros habían aceptado en las autonomías y ayuntamientos: que el mapa político nacional había cambiado también y se imponía la tarea de encontrar acuerdos. El empecinamiento de sus líderes les llevaría a rechazar toda posibilidad de acercamiento y el bloqueo institucional del país estaba servido.

Y la cuerda se rompería -como resultaba relativamente sencillo de pronosticar- por el lado más débil, el del partido que encadenaba una larga serie de trastornos electorales, el PSOE. Apartar a su líder era la única solución que cabía al poder real del partido -líderes regionales y locales- si lo que pretendían era reorientar el rumbo, a pesar de que -todo hay que decirlo- ese rumbo lo hubieran marcado ellos mismos en una derrota -dicho en términos marítimos- que ya se advertia imposible desde que se producía.

Queda ahora saber cómo lo hará esa nueva gestora. Pero parece probable que recomendando alguna abstención a la investidura del candidato del PP, una abstención que no debería resultar cara ni para este partido ni para el PSOE, si lo que unos y otros pretenden es salir de este atolladero antes de la fecha límite del 31 de octubre.

En todo caso, y dado el papel central que juega el PSOE en la política española, dado también el enconamiento de los del no contra los de la sedicente abstención, parecen apuntarse en el horizonte inmediato dos nuevas almas en el PSOE: los más radicales y los más pragmáticos. Los primeros podrían en el medio plazo encontrarse con el sector más institucional de Podemos, enfrentado al más populista; y los segundos -los pragmáticos- crear una estrategia común de oposición constructiva y negociadora respecto del PP que podrían eventualmente coordinar con Ciudadanos.

¿Estamos cerca de alumbrar en España el definitivo mapa político que abrieron las europeas de 2014? Solo el tiempo lo dirá.

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