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Un momento revolucionario

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Las fiestas navideñas han tocado  a su fin, pero en el mundo cristiano la Navidad es el inicio de aquel otro momento revolucionario de la historia en que unos cuantos judíos, más o menos cautivados, reconocieron en su rabino a un dios voluntariamente comprometido con la vida y la pena humanas, condenado por las autoridades, tanto civiles como religiosas y ejecutado por la policía ante los ojos del ejército dispuesto a mantener el orden.

Esta aventura inaudita, la Pasión de Cristo, que abofetea a todas las instituciones humanas, en nuestro tiempo existe en tan pocos cristianos que estén impregnados de ella,  que se nos hace difícil creer que calará profundamente en aquellos hombres del mundo romano.

Algunas almas puras se abrirían a las palabras sublimes del Sermón de la Montaña. Un buen número de corazones inquietos se embriagaría con aquellas esperanzas de salvación más allá de la muerte. La mayoría hicieron a su manera la tosca apuesta de Pascal: ¿qué se pierde a cambio?

Nadie ha sentido como amarga ironía la excepción hecha a favor de un crucifijo particularmente reverenciado. La efigie del hombre que anunció a sus discípulos que los mansos poseerían la tierra. Un par de siglos antes en el año 210 antes de nuestra era Plauto ya nos advertía,  en su obra dramática Asinaria que  «lobo es el hombre para el hombre» (lupus est homo homini). Siglos más tarde Thomas Hobbes en su obra El Leviatán (1651) expone que el estado natural del hombre lo lleva a una la lucha continua contra su prójimo. El hombre es un lobo para el hombre» (homo homini lupus)

El sacrificio de Jesús que, por lo demás, fue inútil ¿De qué puede servirme que aquel hombre haya sufrido si yo sufro ahora? Afirmar que fue hombre incapaz de pecado encierra contradicción. Pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. Dios se hizo hombre totalmente pero hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo.

El destino parece ir ligado a los hechos tal y como los observamos en nuestro menguado universo; ya resulta enojosa para nuestras nociones de justicia, pero se convierte en escandalosa en cuanto la unimos al concepto de un dios Salvador cuyo atributo es la bondad. ¿Cómo hubiera podido aceptar la idea de un dios que muere sólo por ellos? Ni la piedad ni el amor fluían de aquellas llagas cinceladas.

Aquel crucifijo sólo había presidido unas agonías en que el temblor era más fuerte que la serenidad. Rubens, que no solo  era un fenómeno con los pinceles, vio que cuando el valor reprime con exceso al dolor, envenena a éste y a nosotros con él. 

 El hombre con sus poderes que, sea cual fuere la manera de evaluarlos, constituyen una anomalía dentro del conjunto de las cosas, con su temible don de ir siempre más allá del bien y del mal que el resto de las especies vivas que conocemos, con su horrible y sublime facultad de elección.

“¡Pero señor! ¿Puede uno contemplar cómo sufren los desdichados? — Bueno, siempre ayuda a pasar un par de horas.”

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