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Un día cualquiera marcado por el coronavirus

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análisis

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Once de marzo, un año más. Fecha señalada en la que esta vez estamos todos mucho más pendientes de las medidas que se anuncian y gotean por el dichoso coronavirus que de recordar el brutal atentado que segó decenas de vidas en un atentado que cambió el rumbo de la historia de este país.

Una mañana soleada, fresca, en un pueblo donde hay una forzada calma. Ayer por la tarde el Ayuntamiento de esta localidad anunciaba medidas extraordinarias como precaución ante los posibles contagios: quedan canceladas todas las actividades que dependan de la administración local. La escuela de música, las clases en el polideportivo, actividades culturales, grupos de lectura quedan suspendidas. Los colegios por el momento mantienen su funcionamiento, extremando las medidas de seguridad: lavarse bien las manos y estar atentos por si hubiera alguna decisión que tomar. En general, la gente está tranquila, pero todo el mundo habla del mismo tema.

Me llama la atención porque la actitud de todo el mundo es de cierta incredulidad, de quitarle importancia al asunto, eso de «esto es como una gripe» pero a las tres de la tarde el principal supermercado del pueblo estaba prácticamente vacío de productos. Por la mañana debió acudir muchísima gente a comprar de todo y en grandes cantidades. Como si viniera el fin del mundo y tuvieran que tener en sus casas de todo para encerrarse durante mucho tiempo. Y mientras la gente llenaba sus carros de la compra hasta desbordarlos, iban comentando que en realidad lo hacían «por si acaso», porque «nunca se sabe», pero que en realidad «todo esto no era más que una exageración»… pero allí estaban.

Por la tarde la gente comentaba en la plaza, en los parques. Todos hablaban de lo que había pasado en el supermercado. Todos estaban sorprendidos pero casi todos habían estado allí, habían ido a comprar y quién más quién menos, la tendencia colectiva arrastraba hacia el mismo lugar…

En el estanco ocurrió algo similar. Por la tarde ya no quedaban paquetes de prácticamente nada, todo el mundo acudió a hacerse con provisiones como si se fuera a terminar el mundo.

El centro de salud pospone algunas de sus citas. Invitan a la gente a que acuda en otro momento, más adelante. Y recomiendan hacer consultas previamente por teléfono para ayudar en la gestión.

En este pueblo guadalajareño por el momento, no se conoce ningún caso positivo al virus. En el que hay cerca, a unos cuatro kilómetros, hay ya varios. Un adulto en el hospital, una maestra y dos alumnos del colegio. Pero en general, la gente está tranquila. Coinciden en que falta información, que no saben bien qué está ocurriendo: pero lo cierto es que si no fuera por el bombardeo sensacionalista que nos están haciendo desde la televisión, todo sería más sencillo.

Vivimos muy cerca de Madrid, en el corredor del Henares, uno de los lugares marcados en el mapa. Lo suficientemente cerca como para preocuparnos y administrativamente fuera como para que las medidas de la comunidad de Madrid aquí no sean de aplicación. Mientras el Gobierno de Castilla La Mancha se mantiene por el momento tranquilo, nuestros ayuntamientos ya han comenzado a tomar medidas conjuntas, algo que se agradece.

El Colegio de abogados de Guadalajara envía un mensaje: queda suspendido el servicio de préstamo de togas por el coronavirus. Las clases de la universidad a distancia serán suspendidas. Como los ciclos de charlas y conferencias.

Es complicado  mantener el equilibrio entre la prudencia y la histeria. Tomar medidas de precaución y no caer en el alarmismo. Tomarse las cosas con calma y no dejarse llevar por el miedo, que se multiplica y aumenta a medida que se amasa por tantas manos, es fundamental ahora.

Por el momento hay que recordar, porque hace falta, que todo esto es temporal, que en un par de semanas seguramente estemos todos más tranquilos y que lo mejor que podemos hacer es ser rigurosos con todas las medidas de precaución sin caer en alarmismos que puedan provocar más caos que beneficios.

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