Cuando parecía que se agotaba informativamente el asunto del proceso de paz colombiano, el controvertido Nobel de la Paz otorgado al presidente de la República, Juan Manuel Santos, vuelve a poner de actualidad los últimos acontecimientos. En medio de la tormenta desatada por el resultado adverso a los acuerdos en el plebiscito convocado por Santos, que dieron oxígeno al que algunos consideraban enterrado expresidente Alvaro Uribe, ahora llega la entrega de este importante galardón, que viene a coincidir en plena negociación entre los que defendían el SI, que salieron derrotados en las urnas, y los partidarios del NO, victoriosos en la jornada electoral.

En lo que parece una partida de póquer en la que el jugador más habilidoso ganará finalmente, tal como le gustaría al presidente Santos, que es un avezado conocedor de ese juego de cartas, no cabe duda que este premio le refuerza y le dota de una legitimidad internacional de la que no goza Uribe, cada vez más alejado de los círculos de poder y con pocas relaciones entre los nuevos gobernantes que apoyaban el proceso de paz. A Uribe ya solo le recibe José María Aznar, lo que muestra su patética soledad en el panorama. El político habilidoso, práctico y pragmático, incluso a veces tramposo, que es Santos vuelve a emerger como de la nada tras una semana de pánico y en medio de una grave crisis política que parecía que le iba a succionar para siempre.

Pero no fue así, siempre en medio de la desgracia y de una tormenta como la que provocó que el 50% de los colombianos rechazaran los acuerdos de paz entre el ejecutivo que preside y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), Santos también mostró al mundo que se puede sobrevivir después de muerto políticamente. No hubo succión ni se lo tragó la tierra, como sus enemigos esperaban, nada de eso. Hace una semana nadie apostaba nada por el máximo mandatario colombiano, el pesimismo reinaba en torno al proceso de paz y el temor al regreso a la guerra era un opción realista, pero así, de repente, las cosas han cambiado de golpe, pues este Nobel de la paz le da un impulso, por parte de la comunidad internacional, al proceso liderado por Santos y a los acuerdos alcanzados en La Habana y rubricados en Cartagena. Parece que el NO de las urnas el pasado domingo es cosa de la prehistoria y ya casi nadie se acuerda del asunto, ahora la noticia dominante es el Nobel de la Paz. Santos volvió a ganar la partida, pero no es el final de la misma, no es ni siquiera el principio del final, parafraseando al genial Winston Churchill.

¿Qué puede pasar ahora? Si bien en términos de legitimidad internacional el proceso estaba atado y bien atado, pues contaba con el apoyo de la Unión Europea (UE), los Estados Unidos, toda la comunidad de naciones de América Latina, la Organización de Estados Americanos (OEA) y las Naciones Unidas, eran muchas las dudas, tras más del 50% de votos en contra de los acuerdos, de que llegara a buen término y de que las tres partes -las FARC-EP, el gobierno y los victoriosos uribistas- se pusieran de acuerdo finalmente para «renegociar» algunos aspectos, tal como pretende Uribe.

Ahora, sin embargo, las cosas pueden haber cambiado y la concesión del Nobel es una victoria indiscutible para el presidente Santos, un aviso por parte de la sociedad internacional para que se avance por el camino trazado por el ejecutivo de Bogotá y para que se sienten las bases duraderas para poner fin a este conflicto que dura ya más de medio siglo. No hay otro camino que el diálogo entre todos, señalan las tres partes, pera cada una de ellas lo ve como algo diferente.

Pese a todo, la tormenta continúa. Se espera que las FARC-EP abandonen la ambigüedad y acepten el resultado de las urnas, que no arrojan dudas acerca de la incertidumbre de los colombianos, y que los partidarios de Uribe muevan ficha y acepten la negociación política como única forma de resolver el conflicto. Recomponer el proceso será una tarea ardua, a tres bandas, y en que la sociedad internacional deberá implicarse nuevamente, abandonando la zozobra causada por el resultado adverso en la consulta que, quizá, nunca debió celebrarse. Las consultas deben hacerse para ganarse y si no es así, mejor no anunciarlas y mucho menos hacerlas. Como les pasó al ejecutivo británico con el Brexit, Santos erró el tiro y le salió por la culata.

Santos vuelve a brillar con luz propia, consigue lo que tanto anhelaba aunque nunca lo expresó públicamente, pero esa consideración de la sociedad internacional por sí misma no resuelve nada. Su popularidad sigue por los suelos en Colombia -en torno al 20%-, la sociedad colombiana sigue mirando con recelo, por no decir desprecio, a las FARC-EP y a sus líderes, el proceso de paz se encuentra herido de muerte y, por si fuera poco, en el plano interno se atisban nubarrones de crisis económica y  agotamiento del sistema. ¿Alguien da más? Es decir, Nobel de la Paz por medio, la tormenta continúa y el presidente se tendrá que emplear a fondo para revertir la adversidad reinante. ¿Será capaz de reconducir  tantas desventuras?

1 COMENTARIO

  1. Jamás vi un Proceso de Paz sometido a Referéndum alguno, ¿acaso alguien puede «no desear la paz»? Parafrasear a Churchill, quien calificó a la población de Irak durante el Colonialismo como «problema indígena que sólo se solucionaría por medio del Gas» me resulta penoso, y no da prestigio a esta figurita, más que desprestigiada por su labor al frente de una parte del Gobierno de Uribe, que mostró su cara más asesina con el campèsinado, que aún se le conceda un Nobel de la Paz a un tipo de este calado, con miles de muertos inocentes a sus espaldas.

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