Un 70% de las mujeres reconoce que la violencia de género es algo habitual en su comunidad

Un informe de ONU Mujeres señala que 7 de cada 10 mujeres piensan que la violencia de género se acentuó durante la pandemia, y tres de cada cinco mujeres consideran que hubo un aumento de los casos de acoso sexual en lugares públicos.

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Antes de la pandemia de Covid19, ya existía otra pandemia mundial que amenazaba la vida y el bienestar de las personas de todo el mundo: la violencia contra la mujer, de la que son víctimas, al menos, una de cada tres mujeres y niñas.

Desde los primeros días de confinamiento, las organizaciones de mujeres de todo el mundo registraron un aumento significativo en los casos denunciados de violencia de género.

Un nuevo informe publicado por ONU Mujeres, que agrupa los datos de encuestas recopilados en 13 países de todas las regiones (Kenia, Tailandia, Ucrania, Camerún, Albania, Bangladesh, Colombia, Paraguay, Nigeria, Costa de Marfil, Marruecos, Jordania y Kirguistán), confirma la gravedad del tema.

Incremento de la violencia durante el confinamiento

En los 13 países encuestados, dos de cada tres mujeres admiten que ellas o una mujer que conocen han sufrido violencia en algún momento de su vida. Cerca un 50% de las mujeres reconoce haber pasado por experiencias directas o indirectas de violencia desde que comenzó la pandemia.

La forma más común de violencia es el abuso verbal (50 %), seguido por el acoso sexual (40 %), el abuso físico (36 %), la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas (35 %) y la privación de acceso a los medios de comunicación (30 %). Un total de siete de cada 10 mujeres encuestadas sostienen que la violencia de género es algo habitual en su comunidad.

La mayoría de las mujeres aseguran que el Covid19 agravó el problema. Aproximadamente siete de cada diez mujeres piensan que la violencia de género se acentuó durante la pandemia, y tres de cada cinco mujeres consideran que hubo un aumento de los casos de acoso sexual en lugares públicos. En muchos casos, fue imposible cubrir la creciente demanda de alojamiento en refugios y otras formas de ayuda a raíz de las limitaciones operativas.

Para Romela Islam, el abuso que su esposo ejerció sobre ella empezó mucho antes de la pandemia. Pero no fue hasta diciembre de 2020 que ella y su hija de 4 años pudieron escapar. Islam encontró alojamiento en un refugio para mujeres, y ambas tuvieron que rehacer su vida. Sin embargo, la capacidad reducida de los refugios implica que muchas mujeres no tienen la misma posibilidad.

Salud mental

Es difícil calcular el efecto psicológico que la pandemia ha tenido en las personas. Nos aisló, cambió drásticamente nuestras vidas y nos hizo temer por nuestro bienestar físico. En el caso de las mujeres expuestas al mismo tiempo a la violencia, los efectos emocionales se agravan mucho más.

Las mujeres que afirman sentirse inseguras tanto en el hogar como en público, o que informan haber atravesado experiencias directas o indirectas de violencia, son más propensas a aceptar que la pandemia profundizó sus sensaciones de estrés y ansiedad, sobre todo, en los casos de violencia física. Estas mujeres también tienden a reconocer la incapacidad de dejar de preocuparse, así como la falta de interés en hacer cosas.

De izquierda a derecha: Cruz Sánchez de Lara (Abogada), Manuel Domínguez Moreno (Presidente de la Escuela Superior de Igualdad Real y de Foro16), Elena Rabadé (Abogada y exmagistrada) y Benjamín Ruiz (Gerente de Clínicas Beiman) durante la celebración de la VI Edición de Foro16 en Córdoba

Factores socieconómicos

Es sabido que el estrés económico contribuye a la violencia contra las mujeres, una tendencia que se mantuvo claramente durante la pandemia. Un total de cuatro de cada cinco mujeres, cuyos cónyuges no tienen ingresos, admiten que ellas o una mujer que conocen han experimentado una forma de violencia, como mínimo.

La inseguridad alimentaria es otro de los factores: las mujeres que afirman que la violencia doméstica es algo muy habitual son más propensas a padecer inseguridad alimentaria, a diferencia de aquellas mujeres que mencionan lo contrario. Lo mismo ocurre con las mujeres que han experimentado o conocen a alguien que ha experimentado violencia en comparación con aquellas que no han pasado por esta situación.

Las funciones económicas de las mujeres dentro del hogar también se ven afectadas. Las cuidadoras a tiempo completo no remuneradas son más proclives a confesar que ellas o una mujer que conocen han sido sobrevivientes de violencia, en comparación con las mujeres empleadas, las mujeres desempleadas y las estudiantes.

Por otro lado, obtener ingresos parece reducir las experiencias de violencia: las mujeres con ingresos son menos propensas a percibir la violencia contra las mujeres como un problema y la violencia de género como algo habitual. Sin embargo, hay una excepción: las mujeres que ganan más que su cónyuge consideran que la violencia de género es algo habitual y se sienten menos seguras en el hogar que quienes tienen menos ingresos.

La edad no influye en la violencia

Si bien muchas encuestas sobre la violencia ejercida contra las mujeres se centran específicamente en las mujeres en edad reproductiva (15 a 49 años), los resultados del informe de ONU Mujeres revelan que la edad no ofrece demasiada protección: las mujeres mayores de 60 años sufren violencia con una frecuencia similar que las mujeres más jóvenes. Más de la mitad de estas mujeres informan que ellas o una mujer que conocen han pasado por alguna forma de violencia.

Las mujeres siguen sin buscar ayuda externa

Cuando se les preguntó a quiénes recurrirían las mujeres sobrevivientes de violencia para pedir ayuda, el 49 % de las encuestadas dijeron que las mujeres buscarían la ayuda de su familia, mientras que sólo el 11 % de ellas respondió que las mujeres acudirían a la policía, y el 10 % de las mujeres afirmaron que se dirigirían a centros de ayuda (refugios, centros de mujeres, etc.).

En el caso de las mujeres que buscan ayuda externa, a menudo este puede ser un momento crucial. Goretti Ondola, una mujer procedente de Kenia, cuyo esposo falleció en 2001, ha sufrido graves abusos por parte de la familia desde su fallecimiento. A fines de 2020, después de haberla golpeado hasta el punto de tener que ser hospitalizada, recurrió a una defensora local de los derechos humanos. Tras iniciar un proceso de resolución de conflictos y, a la vez, presentar el caso ante los tribunales, la defensora de derechos humanos ayudó a conseguir una solución que le otorgó a Ondola su título de propiedad. «Es como comenzar una nueva vida después de 20 años«, expresa.

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