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Túneles: A vueltas con el arca perdida

Alejandro Jiménez Cid
Alejandro Jiménez Cid
Músico y ensayista
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análisis

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Según escribo estas líneas cae el telón del festival de Angulema de este año, la meca de la bande dessinée. Túneles, la nueva (y largamente esperada) novela gráfica de la israelí Rutu Modan, ha pasado por el evento sin pena ni gloria, pese a figurar en la selección oficial y a venir precedida por los incondicionales elogios de la prensa occidental, especialmente la estadounidense. En esta obra, la autora se atreve a coquetear, a través del prisma de la comedia, con un tema tan espinoso como es el conflicto entre Israel y Palestina; y se busca las mañas para hacer de asunto tan indigesto un plato ligero, envolviéndolo en un relato que, además de entretenido, es enormemente rico en matices y subtexto —o más bien debería decir subsuelo, puesto que el nudo de la acción se desarrolla bajo tierra.

El motor argumental que lanza a la aventura a los distintos personajes que pululan por este cómic coral es nada menos que la búsqueda del arca de la alianza, vista desde una perspectiva mucho menos épica y glamurosa que en la película de Spielberg. La trama de Túneles gira en torno a una antigua inscripción que apunta a que el mítico artefacto se encuentra en un subterráneo situado en plena Cisjordania, en territorio controlado por la Autoridad Palestina. Soñando con encontrar la reliquia, varios personajes de lo más variopinto, cada uno con su propia agenda y sus propios intereses, unen sus fuerzas para cooperar en una excavación ilegal cuyos túneles pasan por debajo del infame muro de separación: la hija de un arqueólogo israelí retirado, un profesor universitario en busca de notoriedad a toda costa, un coleccionista sin escrúpulos, un puñado de colonos (de los de kipá y peyes largos) deslumbrados por la mística del objeto, un par de palestinos que lo único que pretenden es aprovechar las galerías para hacer contrabando, e incluso unos esperpénticos reclutas del ISIS. La frenética actividad tuneladora a la que se entregan funciona como una doble metáfora: en una lectura política, refleja cómo los pueblos en conflicto hurgan en los limos de la historia para legitimar sus pretensiones sobre el territorio; en una lectura psicológica, refleja la actitud de todos y cada uno de sus personajes, aquejados de “visión en túnel”, esto es, ciegos a todo lo que no sea su propio objetivo y ajenos al daño que puedan causar a quienes los rodean. Túneles es un fresco sobre la falta de empatía a todos los niveles. Falta de empatía en la política, en el trabajo, en la familia y, sobre todo, en una sociedad multicultural a su pesar, donde las relaciones se cimentan en la desconfianza: un suelo hueco y traicionero, horadado de zapas, sobre el que nada sano se puede construir.

El estilo gráfico del que se vale Rutu Modan para contar esta historia es deliberadamente menos realista que en sus anteriores obras —Metralla (Sins Entido, 2008; Astiberri, 2015) o La propiedad (Sins Entido, 2013)—, decantándose por una línea clara de lo más naif, guiño descarado a la obra de Hergé, y una paleta de colores primarios. Esta apuesta estética confiere un aire tintinesco a la historia, dándole la apariencia de una aventura ligera, de esas de tesoros escondidos y arqueólogos de opereta. Pero más aún que en lo puramente gráfico, el espíritu de la ligne claire francobelga cala en la forma narrativa: pese a lo rocambolesco de su trama, Túneles es una lectura fácil y diáfana. Y divertida.

Yo diría que la mayor aportación del pueblo judío a la cultura universal es su singular sentido del humor, caracterizado por el gusto por lo absurdo y la sana complacencia en reírse de uno mismo. El humor judío es toda una filosofía de la vida cuyo recorrido se puede trazar desde los antiguos cuentos rabínicos a Groucho Marx y Woody Allen; y, por supuesto, el cómic que tenemos entre manos. Los pasajes más hilarantes de Túneles son precisamente aquellos en los que la autora ridiculiza a sus compatriotas los colonos sionistas, que aparecen comportándose como niños barbudos y enzarzándose entre sí en constantes disputas sobre las minucias de la ley sagrada: viñetas que un dibujante gentil no se atrevería a publicar por miedo a ser tachado de antisemita. Aun así, el tono del cómic no va más allá del de una farsa inofensiva: en sus páginas se despliega un elenco de personajes imperfectamente humanos, que a pesar de sus conductas mezquinas tienen, en el fondo, buen corazón.

Rutu Modan es una progre israelí, y busca ofrecer una visión conciliadora del conflicto palestino mostrando las miserias y las ternuras de representantes de ambos bandos; pero, por muy alejada que esté la autora del sionismo radical, su perspectiva no deja de ser sesgada. El leitmotiv del cómic, la búsqueda del arca de la alianza, simboliza la búsqueda de la identidad del pueblo judío en Israel, y Túneles la recrea como una caza del tesoro a lo Stevenson o Rider Haggard (hay en el texto una referencia explícita a Las minas del rey Salomón). Presenta a Israel como una comunidad que continúa buscando obcecadamente sus raíces en el subsuelo desértico de Palestina, y las busca con ilusión infantil, con un ciego entusiasmo que tiene algo de entrañable. Modan retrata las contradicciones inherentes a este sueño —quizá un espejismo— compartido por los judíos israelíes, pero se cuida muy mucho de mencionar la presión y represión ejercidas, como daño colateral, sobre el pueblo palestino. Así que, sin menoscabo del gran talento narrativo de la autora, me reservo mi derecho a permanecer indignado al respecto. Al fin y al cabo, Túneles es una comedia sobre una situación política que no tiene ni puta gracia.

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