¿Por qué cuando vuelves a ver a tu ex experimentas ese cóctel de sensaciones aunque en teoría ya no te importe un pimiento? Esta historia nos da pie a explicarte lo que es la memoria afectiva, y donde reside.

Un amigo me cuenta la siguiente historia: Se encuentra por Facebook con su primera novia,  con la que estuvo unos diez años. No se habían vuelto a ver desde hace casi diez. Hablan, chatean y, como él debe regresar a su ciudad natal unos días, quedan para verse. Y pasan varias tardes juntos. El primer día es como si hubiesen dejado de verse la tarde anterior. Se sienten muy cercanos, muy próximos, con una sintonía emocional muy cercana. Al día siguiente vuelven a quedar, alquilan una habitación de hotel, y se acuestan juntos, pese a que cada uno tiene otra pareja. El tercer día discuten por una solemne tontería. Lo curioso es que es la misma tontería por la que ya discutían cuando eran jóvenes: él es muy desordenado, ella no. Toda la trifulca viene a que él ha dejado el baño hecho una pena, lo cual a ella debería no importarle, dado que a fin de cuentas es una habitación de hotel y ella no la va a limpiar.

Si alguna vez te ha pasado algo parecido, y te reconoces en esta historia, culpa a tu amígdala.

Porque en la amígdala reside tu memoria emocional.

La amígdala se halla en la profundidad de los lóbulos temporales, forma parte del sistema límbico y procesa todo lo relativo a nuestras reacciones emocionales.

La amígdala, esta estructura en forma de almendra, forma parte del llamado cerebro profundo, ése donde priman las emociones básicas tales como la rabia o el miedo. Y también el instinto de supervivencia, básico sin duda para la

evolución de cualquier especie. De ahí, que la amígdala la poseamos  todos los vertebrados.

La amígdala es una de las estructuras más importantes asociadas al mundo de las emociones. Es  la responsable de que podamos escapar de situaciones de riesgo o peligro, pero  es también la que nos obliga a recordar nuestros traumas infantiles, y todo aquello que nos ha hecho sufrir en algún momento. De la misma manera, nos hace recordar todo lo que nos ha hecho felices.

Pongo un ejemplo. Yo llego de noche a casa. El portal está oscuro. Vislumbro a un tipo al fondo, pego un grito y salgo a correr. Todo el proceso no ha tardado ni un segundo.

Es la amígdala la que me pone sobre aviso de que la oscuridad es un riesgo y de  que el tipo también lo es. Es más, he creado un aprendizaje nuevo al deducir mediante el miedo que al día siguiente no volveré a esa hora o si vuelvo, lo haré acompañada.

Los recuerdos y experiencias con mucha carga emocional hacen que nuestras conexiones sinápticas estén asociadas a esta estructura. Por eso a muchos la  mera visión de un perro (si un perro nos mordió), de un ascensor (si nos quedamos encerados horas en uno) o de una foto de nuestra antigua novia ( si nos dejó de mala manera)  nos provoca taquicardias y estrés.

La amígdala está asociada  a los recuerdos y a nuestra memoria, y son muchas las ocasiones en las que determinados hechos están asociados a una emoción muy intensa: una escena de infancia, una pérdida, un instante en que hemos sentido inquietud o miedo… Las personas que tienen la amígdala serían incapaces de detectar situaciones de riesgo o peligro. De hecho  muchos científicos están estudiando determinar qué tipo de detalles bioquímicos afectan a esta estructura para aplicarlos a posibles tratamientos terapéuticos y farmacológicos con los que minimizar los traumas infantiles.

Pero no debemos limitarnos a asociar al miedo con a una pulsión negativa capaz de causarnos traumas y problemas psicológicos. El miedo es un interruptor que nos avisa y que nos protege, es el centinela que ha permitido generación tras generación que podamos evolucionar teniendo como base nuestra protección y la de los nuestros. La amígdala es una fascinante estructura primitiva de nuestro cerebro que cuida de nosotros y que nos da una visión equilibrada de los riesgos; el miedo, como el placer, es esencial en nuestra riqueza emocional como seres vivos.

Cuando el hipocampo recupera uno de los recuerdos que se consolidaron en nuestra memoria, éste es capaz de interactuar con la amígdala para reproducir la emoción que siguió al evento recordado.

Por ejemplo, a las personas que les ha mordido un perro o que se han quedado atrapadas en un ascensor, les entre miedo solo con ver un perro o un ascensor.  La persona que ha sido muy feliz en la casa de sus abuelos, se siente feliz nada más poner el pie en aquella casa años después.

Es probable que, en más de una ocasión, hayas olido un perfume que te recordase a una persona cercana.  (A mí me pasa a menudo: cualquier hombre que use Fahrenheit de Dior lleva dos puntos ganados) O puede que algún alimento te haya sugerido un sabor familiar, y te haya hecho entrar en un estado de melancolía. Este fenómeno, que asocia una experiencia sensorial con un recuerdo, se conoce como el efecto ‘Magdalena de Proust’. Y sí, la amígdala tiene que ver.

En En busca del tiempo perdido Proust escribe lo siguiente:

 “En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar… el recuerdo se hizo presente… Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena… apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles…”

De esta manera, Proust quiere mostrar su percepción de una realidad que solo tiene sentido a través de la experiencia sensorial. Esa memoria involuntaria, que nos retrotrae a momentos del pasado,  es la memoria afectiva, la memoria sensorial, la memoria emocional.

En cierto modo, esta interacción hipocampo-amígdala es el fundamento científico del Método StanislavskiUn método que consiste en la capacidad de evocar ciertos recuerdos de nuestra vida pasada para despertar en nosotros la emoción deseada. Si yo quiero ponerme a llorar en escena, me basta con recordar un suceso profundamente triste, y lloraré

Queda pues demostrada la interacción entre emoción y memoria.

¿Qué pasa cuando te encuentras con un ex al que llevabas años sin ver? Lo mismo. Su mera visión va a evocar sensaciones del pasado, y se reavivan todas las emociones. Por eso al principio te sientes bien, a salvo, como si no hubiera pasado tiempo.  Muy posiblemente, si no ha cambiado mucho físicamente, volverás a sentí deseo. Pero es fácil que también te pelees de la misma forma en la que te peleabas hace años.

En ese caso, medita: ¿te merece la pena recuperar a la pareja con los mismos errores? Una segunda oportunidad  con la misma persona supone que los problemas que hubo en la primera vez, casi con seguridad reaparecerán en la segunda. Si él/ ella era celoso/a, infiel, tenía mal carácter…  Recuerda que la gente cambia… pero no tanto. Me gusta pensar que nuestros valores no suelen cambiar. . Pero sí es verdad que muchas veces tenemos ocultas ciertas formas de ser que aparecen con la edad, o que simplemente se apagan. A los coaches les encanta decir que más que cambiar lo que se hace es modelar.

En fin, tenlo en cuenta y si esa segunda vez sale mal…culpa a tu amígdala, y no a tu ex.

Si quieres saber más sobre sistema neurológico y emociones, lee mi último libro Más Peligroso Es No Amar

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