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¡Tsunamis!

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Ahora que está de moda jugar con el concepto de Tsunami y alzar metáforas más o menos acertadas, permítanme (me hace ilusión) ofrecerles la de un servidor.

El Tsunami lo provoca, en primera instancia, un terremoto en la profundidad del océano. Es decir, en la base de esa vasta masa de agua que, a veces, se altera en su superficie (debido al viento de las tempestades), pero que, en su profundidad, es ajena a esos trastornos: mientras saltan las olas, las corrientes sumergidas siguen sus cursos, y en lo profundo la alteración es mínima. Entonces, ¡buuuum!, hay una rotura y/o desplazamiento tectónico: una liberación de energía de una tal magnitud que afecta esa masa de agua. La ola generada, en medio del océano, puede ser visualmente inapreciable, pues esa energía desbocada, que puede desplazarse hasta a 600 quilómetros por hora, lo hace bajo la superficie. No se ve, apenas puede percibirse. A medida que llega a la costa y se reduce la profundidad del mar, el lecho, cada vez más reducido verticalmente, ofrece resistencia, y la ola pierde velocidad. Es, al perder velocidad, que toda esa masa de agua que viene por detrás empujando se empieza a acumular y, al acumularse, gana altura. Aquél que está en la costa, en primer lugar, ve como el agua se retira, un anticipo que hace lugar a la llegada de la gran ola. La pared marítima que se avecina se lo lleva todo por delante… salvo a aquellos que pueden refugiarse en las cimas, lo más alto, y contemplar la devastación como si hubieran sido elegidos por los dioses.

La rotura tectónica fue la anulación del Estatut, que no fue fría, sino con la fogosidad emotiva del desprecio de todo ese sarcasmo del “cepillado” (y con risitas). El desplazamiento de la placa fue el trasvase de un nacionalismo pragmático y conservador (CiU) hacia un independentismo reivindicativo (con un aderezo romántico, pues venía del nacionalismo, y, también, naíf, pues venía del pragmatismo negociador). La pequeña ola que recorría la superficie a gran velocidad, se interpretó como fruto del vendaval de los acontecimientos, condenada a estrellarse contra la costa (el dique del Tribunal Constitucional, el Supremo y las fuerzas policiales). Pero fue un error de apreciación. Entonces, el agua empezó a retirarse (derechos que se recortan y afectan la libertad de expresión, de manifestación, disentimiento y de protesta), dejando a la vista restos de podredumbre que antes cubría el agua playera, pero que ya estaban ahí (el falangismo neoliberal de Ciudadanos, el fascismo retrógrado de VOX, la continuación franquista del PP, la falsedad condescendiente del PSOE como representante del establishment más hipócrita). Incluso algún cadáver quedó a la vista y tuvo que cambiarse de lugar (en helicóptero). Es, en este momento en que estamos, cuando se adivina la gran ola, imparable, dispuesta a llevárselo todo

sin miramientos. Desde la cima, las élites se encienden un cigarro, y, los aprendices de poderoso, corren hacia ella para salvarse, zancadilleando al rival a ver si las aguas lo devoran (corre, Rivera, corre).

Como suele ser costumbre, las metáforas dicen más de la perspectiva (¡y deseos! no nos engañemos) de aquél que las imagina, y no de la verdad de los hechos. Las metáforas (como la de un servidor) son una simple elevación de la realidad para que encaje en la percepción e interpretación que hace uno mismo. Vamos, una manipulación. Sin embargo, no una manipulación del lector, que puede disentir o no, reinterpretar o dar su propuesta. La manipulación al lector (o espectador) se produce cuando no se le da ninguna propuesta interpretable, cuando se le regala (e impone) una sola verdad, única y sin alternativas. O cuando, desde la cima, se pretende hacer creer que todos estamos al mismo nivel respecto al mar. Pero el estruendo del impacto (ya sea una reivindicación política, ya sea la nueva crisis económica que tantos dicen que se avecina) nos oculta la ostentosa y despreciativa carcajada de aquellos que lo contemplan desde lo alto. Esa sorna, es exactamente siempre el mismo desprecio (entre la burla y el asco) de los mismos: ya sea ante el recorte del Estaut, las burlas a la prisión política o el exilio, las decisiones judiciales que alteran la democracia o la censura de cantantes o la exoneración de la evasión de impuestos de las grandes empresas. Es la carcajada de los que están en la cima y que siempre se salvan de todo Tsunami.

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