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Trump echa la culpa de su fracaso electoral a su esposa Melania

El trumpismo pierde fuelle en las elecciones legislativas de EE.UU. aunque conserva el control en la Cámara de Representantes con ligera ventaja

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análisis

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Las elecciones legislativas en Estados Unidos nos dejan una serie de claves que conviene analizar por las consecuencias que puedan acarrear en Europa y en concreto en España. Ya se sabe que, para lo bueno y para lo malo, todo lo que sucede en USA termina llegando al viejo continente más tarde o más temprano. Aquí todavía no hemos importado la terrible moda del loco que entra en las escuelas pegando tiros con un rifle de guerra, pero Halloween, esa fiesta estúpida y de mal gusto, ha arraigado con fuerza en nuestra población infantil y adulta. Así que debemos estar preparados para las corrientes políticas y sociales que nos vengan de Yanquilandia.

En primer lugar, y por encima de cualquier otra consideración, cabe destacar que no se ha producido la temida gigantesca “ola roja” con la que Donald Trump amenazaba a la democracia estadounidense. Todas las encuestas venían repitiendo que el batacazo para los demócratas de Joe Biden sería histórico, ya que supuestamente el pueblo estaba harto del abuelete y sus políticas comunistas. No ha sido así. A falta del escrutinio final, que tardará aún unos días –esa es otra, habría que preguntarse una vez más cómo puede ser que el país que envía cohetes a Marte en pleno siglo XXI disponga de un sistema de recuento de votos tan lento y obsoleto– la diferencia a favor de los republicanos en la Cámara de Representantes podría ser relativamente corta, mientras que las espadas entre ambos partidos siguen en todo lo alto en el Senado (48 escaños demócratas por 49 republicanos). Quedan pendientes los escrutinios en estados importantes como Arizona, Nevada y Georgia. De modo que hay partido.

Está claro que esta vez el poderoso trumpismo negacionista no ha arrasado tal como pronosticaban los sondeos de los grandes grupos mediáticos de Wall Street, la Fox y las redes sociales al servicio del magnate neoyorquino. Biden saca los mejores resultados en estas elecciones desde los tiempos de Kennedy (la tradición dice que quien preside USA pierde las legislativas de medio mandato por puro desgaste político) y la masa crítica izquierdista se ha vuelto a movilizar ante el temor de que el ricacho del tupé rubio vuelva a la Casa Blanca en 2024, tal como ha anunciado. Sin duda, toda la formidable maquinaria de propaganda del bulo y la mentira trumpista no ha servido de nada a la hora de decantar la balanza, y el pesado elefante rojo del Republican Party ha embarrancado esta vez como aquella columna de blindados oxidados que Putin, el otro autócrata que domina el mundo, lanzó sobre Kiev al comienzo de la guerra de Ucrania.

En segundo lugar, y como consecuencia de la aritmética electoral, cabe decir que Trump está, si no muerto políticamente, sí al menos seriamente tocado. Ahora vemos que una cosa era la ficción que se transmitía a través del Gran Hermano trumpista y otra muy distinta la realidad de Estados Unidos. El propio polémico presidente sabía que no estaba en su mejor momento. Hace solo unos días, se descolgó con una de sus chocantes declaraciones al asegurar que si los republicanos ganaban estas elecciones sería gracias a él, mientras que si caía derrotado la culpa era de otros. Ya se sabe que Trump no pierde nunca y esta misma mañana la CNN informaba de que el expresidente está “furioso” por unos resultados decepcionantes y “gritándole a todo el mundo”, mayormente a sus asesores y a Melania, la callada y abnegada esposa que traga con todo. Por lo visto, el potentado está especialmente molesto por la pérdida de Pensilvania, ya que Melania le convenció para que apoyara al candidato por aquel estado, el doctor Mehmet Öz, un esotérico y magufo de la pseudociencia a quien habrá que empezar a llamar el Mago de Oz. Al final va a ser ella, la pobre Melania, la que pague los platos rotos de unas urnas que se le resisten al gran dictador.

Por si fuera poco, los comicios de este martes no solo no han revalidado a Trump como gran aspirante a la presidencia del Gobierno de la nación, sino que han visto nacer a otra estrella emergente que amenaza con hacerle sombra: el gobernador de Florida, Ron DeSantis. El contrincante de Trump en la carrera a las presidenciales de 2024 no es que sea precisamente un progre peligroso, ni un hombre moderado o con más entendederas y luces que el expresidente supremacista. A decir verdad, es tan negacionista, tan ultrarreligioso y tan facha como él (se pasó las normas covid por el forro de los caprichos y declaró la guerra al lobby homosexual de Disney con su estrambótica campaña Don’t Say Gay), pero es evidente que dos machos alfa peleando en el gallinero republicano pueden acabar por hacer estallar por los aires todo el mundo conservador norteamericano. Prestigiosos analistas del Washington Post ya vaticinan una escisión en dos del partido, trumpistas y desantistas, que podría allanar el camino a la reelección de Joe Biden.  

Con todo, los demócratas no deben lanzar las campanas al vuelo. El control del Poder Legislativo sigue en manos de los republicanos (la mitad de ellos son declaradamente trumpistas) y a Biden le va a resultar complicado hacer realidad su programa político socialdemócrata y su impuestazo a los ricos. En resumen, estas sorprendentes elecciones norteamericanas nos dejan un trumpismo deshinchado, perdiendo fuelle y en incipiente crisis tras años de ascensión imparable. ¿Quiere decir esto que la mitad del pueblo yanqui que vota Trump ha visto la luz y ha decidido abandonar el barco conspiranoico de QAnon, ese extraño movimiento esotérico que alimenta el delirante proyecto ultra con ideas tan descabelladas como que los demócratas forman parte de un gran complot internacional de pederastas en el que estarían implicados Bill Gates, Soros, Angela Merkel y hasta el papa Francisco? Para nada. Muchos estados siguen en manos de fascistas paramilitares armados hasta los dientes (véase ese que le rompió las piernas al marido de Nancy Pelosi), conspiranoicos, creacionistas que odian a Darwin, chamanes, curanderos, tuiteros ágrafos, charlatanes del crecepelos, vendedores de Biblias, espiritistas que creen en duendecillos verdes y otras tribus nacidas con la decadencia posmodernista de Occidente. O sea, el personaje aquel de los cuernos de bisonte que salió de la caverna para pasearse en taparrabos por el Capitolio. Más que Trump, ese fantoche neolítico es el auténtico enemigo de la que hasta ahora era considerada primera democracia del mundo.

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