El pasado viernes, Donald Trump pasó una factura que tenía guardada en el escritorio Resolute del Despacho Oval de la Casa Blanca al cesar de manera fulminante a Michael Atkinson, jefe de vigilancia de la comunidad de inteligencia. El presidente tomó esta decisión en medio de la crisis del coronavirus que ya se ha cobrado más de 8.502 vidas y más de 310.000 contagiados.
Esta decisión es un paso más de Trump para aprovechar la crisis del COVID-19 para remodelar la Administración purgando a los críticos internos.
Desde que se incrementaron los contagios por coronavirus, Donald Trump ha continuado con la gestión de proyectos prometidos durante su campaña de 2016: revocación de leyes de Obama o la construcción del muro fronterizo. Por otro lado, uno de sus colaboradores recientemente contratados, John McEntee, el nuevo director de personal de la Casa Blanca, ha iniciado la búsqueda de personas de la administración que hayan demostrado cierta deslealtad a Trump para despedirlos.
Por otro lado, mientras cesaba a Atkinson, nombró como inspector general para la crisis del coronavirus, la persona que supervisará la distribución de las ayudas de más de 500 millones de dólares a las empresas, a Brian Miller, un asistente de la Casa Blanca. Este nombramiento ha sido cuestionado por los demócratas que dudan de la independencia de Miller.
Tradicionalmente, los presidentes de los Estados Unidos han aprovechado las grandes crisis para aplicar cambios políticos radicales y Trump no iba a ser una excepción, dado que, en medio de la pandemia, ha impulsado políticas para construir el muro fronterizo o ha implementado reducciones masivas de impuestos que principalmente favorecen a los más ricos.
