El Partido

Como cada año, el acontecimiento del verano estaba a punto de empezar. El campo, una era en la que ya hacía años que no se trillaba. Las porterías, tres palos de encina. Los postes anclados al suelo con cemento se erigían hacia el cielo y acababan en una horquilla. El larguero, sobre las horquillas de los postes, sin asir ni clavar. No había rayas de áreas, ni de centro del campo, ni por supuesto de delimitación del terreno de juego. Dos mojones de espesa hierba señalaban los puntos de penalti. La pelota salía cuando estaba por detrás de cada portería o cuando pegaba en la pared de la barda que delimitaba la parte izquierda de la era o si caía al río que arañaba el campo en su parte derecha. Pegado a una de las horquillas que delimitaban la portería, Ramiro observaba con envidia la evolución del juego. Él acostumbraba a jugar con la imaginación. En los recreos, lo escogían siempre detrás de las chicas y sólo si necesitaban emparejar los equipos. Jamás había jugado ninguno de los partidos de verano contra Valdorros y jamás jugaría porque su pueblo siempre ganaba. Ellos eran más y mejores que los chavales de ese pueblo enano que cada año les retaba. Tenían fama de tramposos pero a los paisanos de Ramiro les daba igual porque, lo que siempre queda, de lo que siempre nos acordamos, es de quién acaba ganando. Además, pocas reglas son consistentes cuando se juega en un campo imaginario, sin límites ni rayas y con unas porterías irregulares tanto en altura como en longitud. Era la primera vez que a Ramiro le llevaban a verles jugar fuera. Este año, los chavales de Valdorros eran inusualmente altos y fornidos. Iban todos uniformados y parecía que, de repente, habían aprendido a jugar al fútbol durante el invierno. Los de Ramiro vestían desigual, cada uno con su camiseta distinta aunque todos más o menos “tiraban” a azul. El juego estaba llegando a su fin porque el sol ya no pintaba el horizonte y pronto no se vería el balón. El resultado, más apretado que de costumbre. Cinco goles para cada equipo. Ramiro observaba abstraído junto al poste. Sus paisanos atacaban. El último gol daría el pitido final al partido. El balón se queda muerto junto al palo y Ramiro no puede resistir la tentación. Le da una patada y marca gol. Los de Valdorros montan en cólera porque el gol lo ha metido alguien que no participaba del juego, pero los compañeros de Ramiro aseguran que éste ha salido al campo hace dos minutos por Julián que se había ido a beber agua a la fuente.


TRAMPOSOS

España es un campo de fútbol como en el que yo jugaba de pequeño. Todos sabíamos lo que era un gol o lo que podría llegar a ser falta. Todos sabíamos que si en un equipo había 9, 10 u 11 jugadores, en el otro debía haber el mismo número. Pero nadie sabía con certeza lo que duraba el partido. No había fueras de juego, ni árbitro imparcial, y la mayor parte de las veces, ni uniforme. Todos sabíamos cuales eran las reglas generales del fútbol pero en cada partido se interpretaban a conveniencia. En España tenemos claro que hay una Constitución, unas leyes y que debiera haber separación de poderes. Pero en el día a día, todas las normas son retorcidas a conveniencia. La Constitución se nombra a interés y la separación de poderes es francamente un paripé. Durante la pantomima de formar gobierno entre Pedro Sánchez y el “salvapatrias” Rivera, todo eran prisas por parte del Partido Popular. Todo era acudir al espíritu constitucional, al papel del Rey y a la norma democrática. Ahora, sin embargo, Rajoy mangonea la legalidad y establece los tiempos en modo Tancredo (algunos a eso le llaman inteligencia, como si dejar que las cosas se arreglen solas fuera un don). Ni Berlanga escribiría mejor los guiones bajo los que opera el “encargao” del partido imputado. Vivimos bajo un “Mundo Today” permanente. La presidencia del Congreso trabaja a las órdenes del candidato. Se interpreta la ley al gusto del consumidor. A lo que ayer le llamaban chapuza, hoy le llaman responsabilidad. Lo que ayer era una exigencia urgente al haber sido propuesto por el Rey, hoy le dicen “ya veremos”. Como decía en mi artículo de Diario16 del 19 de julio pasado, “Involución. Democracia por aburrimiento”, se trata de retorcer la legalidad hasta obtener mayoría suficiente para gobernar por aburrimiento de los electores. Electores a los que, cuando se les toma el pelo, se acaban quedando en casa. Electores que casualmente nunca votarían al Partido Popular. Que las terceras elecciones vayan a ser el día de navidad, no es una tomadura de pelo sino una jugada burda y tramposa (y de mal gusto) de los que siempre usan la legalidad vigente para su conveniencia y salvaguardia. El aforamiento, por ejemplo, es una situación de inmunidad creada para evitar que se pueda impedir el normal funcionamiento de las instituciones a base de demandas espurias. Justamente quién más utilizaba esta “trampa” eran ricos y poderosos. Bien, pues esa cualidad de “intocables” la utilizan los de Don Tancredo para salvaguardar de las penas del infierno judicial a Rita Barberá (y a cualquiera de sus imputados que tengan opción de ser aforados). Ahora, a petición de bares, cantinas y grupos de whatsapps, el partido naranja, esos a los que el pueblo llama “los cuñaos”, recogen el fervor tertuliano popular y, en una de sus etéreas condiciones, proponen que se acabe con los aforamientos. Si esto sucede, posiblemente no tardemos en ver como los del partido que ha utilizado fondos de la lucha antiterrorista para reformar su sede en Bilbao, acaban usando los procesos judiciales como arma de contención, desacreditación y defenestración política. ¡Éstos siempre recogen los cambios para su beneficio! Si el PSOE acaba cediendo al chantaje, habrán conseguido lo que quieren, que no es otra cosa que seguir encabezando el desgobierno que dicta leyes contra el pueblo, contra los derechos laborales y contra la libertad de las personas, ya sea contra su educación o contra su derecho de manifestación, libertad de circulación o de expresión. Defender que si hay terceras elecciones el día de navidad, la culpa es del Partido Socialista, no es nada más que una burda mentira destinada a anestesiar las conciencias de tertulianos, de charlas de cacahuetes, bares, cantinas y telebasura. Claro que, el propio Partido Socialista, está recibiendo su propia medicina usada contra PODEMOS en enero pasado. Los editoriales de la llamada “prensa libre” insisten en la mezquindad y el cinismo de un tipo que ha demostrado con creces no sólo no ser digno de volver a ser investido, sino siquiera de haber llegado a ser Presidente del Gobierno. Las seis etéreas condiciones propuestas por “los cuñaos”, son una estafa porque tres de ellas no dependen en su cumplimiento del Partido Popular, sino de un cambio legislativo aprobado por mayoría cualificada y eso, tal y como está el patio, parece imposible. Otra es, además, una burla porque dicen que si el Partido Popular no aparta a sus imputados en tres meses, romperán el apoyo, como si se tratase de casos puntuales y efímeros cuando además de los cientos de casos individuales, es la propia formación de la gaviota la que está imputada. Veremos como acaba todo, pero no nos podemos fiar. En el PSOE hay personas con intereses para que gobierne quién sea mientras éstos sean de los que dejan hacer (puertas giratorias, conferencias de seguridad, amigos en el extranjero que negocian desde petróleo hasta armas, recortes laborales, privatización de la sanidad y la educación, finiquito del sistema de pensiones, etc.). Recordemos que el pacto PSOE-Podemos era un hecho (según mis fuentes) y que desde Andalucía se amenazó a Pedro Sánchez. Desde la presidencia de Aragón, conseguida en acuerdo con PODEMOS, pero gobernando con el apoyo legislativo del PP, también se propone que se deje gobernar a los imputados por corrupción. No sólo son, por tanto, los varones anclados a las sillas de los Consejos de Administración de eléctricas y bancos los que proponen dejar hacer. Y aunque a Pedro Sánchez le interesan unas terceras elecciones para salvarse, es posible que algún independiente, algún chisgarabís sin futuro y con mucha ambición económica acabe o absteniéndose, o poniéndose enfermo el día de la segunda votación. Tanto unas nuevas elecciones como un gobierno continuista, obedecen al mismo propósito. Las trampas son muchas y los intereses, chocarreros.

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