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Torcidos humanos

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Como cada día, Everardo había salido con su furgoneta a buscarse la vida. Eran malos tiempos. Hacía ya quince meses que no caía ni una gota de agua. El campo, tan seco, que hasta las hormigas levantaban polvo en su ajetreo de ir y venir al hormiguero. Mala época para buscar nada en aquella zona desértica, dónde la población más cercana estaba a quince kilómetros. Un suicidio adentrarse en la aridez de un territorio asolado, con un sol justiciero y sin agua. Pero Everardo, tenía una familia que mantener y había que buscar comida y negocio dónde uno podía. Everardo se dedicaba a la chatarra, al cartón y a la caza de subsistencia. Pero sobre todo, a recoger bloques pequeños de alabastro sacados de una cantera abandonada, que luego labraba, pulía y vendía como baratijas en un mercadillo los domingos.

Ese era un día especialmente tórrido. El mes de julio, allí en el sur, en el desierto de Tabernas, el sol ajusticiaba inocentes con implacable insistencia. Salir a la calle a las dos de la tarde, sin necesidad, era como pasearse junto al horno de una fundición de hierro por placer. Eso en cualquiera de las poblaciones que circundaban el desierto, dónde la sombra de las casas aún protegía livianamente del sol vengador. Adentrarse en la zona de la cantera a esas horas y sin agua, era jugarse la vida literalmente.

Everardo, habitualmente a mediodía, estaba a la sombra de una vieja higuera haciendo baratijas. No se le ocurría salir al desierto. Aunque él siempre iba en furgoneta y llevaba dos garrafas de veinte litros de agua y otras dos de gasoleo por si acaso, no le gustaba jugársela. Porque a las dos de la tarde, con casi cuarenta y cinco grados, la furgoneta se calentaba en exceso y además consumía más combustible porque no había forma humana de sobrevivir sin el aire acondicionado. Pero ese día las cosas en la cantera se le habían dado mal. Quiso sacar una pieza más grande de lo habitual con la que poder trabajar un cristo de unos ochenta centímetros de longitud que le habían encargado y todas las vetas estaban agrietadas antes de poder llegar a ese tamaño. Había tenido que desbrozar varios metros de terreno hasta encontrar una, oculta entre la arena, de la que poder sacar un bloque lo suficientemente grande como para poder realizar el patocrátor.

Conducía despacio, sin prisa, cobijado a la sombra de la cabina de su vehículo con el aire acondicionado a tope. Fuera, el camino polvoriento lo marcaba Everardo a su paso. Él sin embargo, sólo veía un inmenso campo seco, lleno de cardos amarronados, de barrillas que rodaban y atravesaban el camino, con las escuálidas ráfagas de un viento achicharrante. Solo veía la silueta de las montañas al fondo y la inmensa claridad de un sol justiciero. Un cielo azul limpio, sin rasgo de cirros. Pensaba en lo que le quedaba para llegar a casa, abrir la nevera y meterse una Estrella del Sur de un trago.

Pensando en la cerveza estaba, cuando al fondo del camino divisó lo que parecían las siluetas de varias personas. Al acercarse vio que eran cuatro. Dos hombres, una mujer y un niño. El niño, de unos ocho o nueve años, estaba recostado en los brazos de quién debía ser su madre. Los dos hombres les daban sombra a ambos. Al llegar a su altura, paró la furgoneta. Eran cuatro personas de color. El niño apenas si se movía y todos tenían los labios llagados y un ligero hundimiento en la zona de la cabeza. Los adultos, a pesar del calor y de su color, tenían la piel blanquecina, sin brillo. No hablaban castellano. Everardo les hizo la señal de beber y los tres adultos asintieron con la cabeza. Abrió el portón lateral de la furgoneta, desenganchó una de las garrafas de agua y se la acercó, junto con un vaso de plástico que llevaba en la guantera, a los cuatro seres humanos deshidratados y perdidos en el desierto. Primero le dieron de beber al niño, sorbos pequeños. Luego bebieron un vaso cada uno de los tres adultos. Primero la mujer que seguía sentada en el suelo acurrucando a su hijo, y después los dos hombres. Uno de ellos, en realidad parecía ser también un niño. Bebieron unos cuantos vasos cada uno y Everardo les dijo que subieran a la furgoneta que les llevaría hasta el hospital que estaba a unos cuarenta kilómetros de allí. El niño, a pesar de los sorbos de agua, no había reaccionado. Todos subieron al vehículo de Everardo y emprendieron camino, ahora a toda velocidad, hacia la carretera que les llevaría a la A-92.

Al llegar al cruce, Vio a la guardia Civil parada en el borde de la nacional. Everardo paró el vehículo y los guardia civiles se acercaron. Les contó lo que había pasado. Le tomaron los datos y pararon una ambulancia que casualmente venía de vacío. Ésta se hizo cargo de los inmigrantes.

Dos meses más tarde, Everardo recibió una notificación del juzgado. Debería presentarse diez días después en el juzgado numero 7 de Almería por una denuncia contra él por tráfico ilegal de personas.

 


 

“La primera verdad es que la libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo, la propiedad del estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro…»

FRANKLIN DELANO ROOSEVELT

 

Torcidos humanos

 

Siempre hemos pensado que la tercera guerra mundial sería una guerra nuclear que destruiría la tierra. Pero las guerras habitualmente las provocan unas pocas personas y por motivos estrictamente personales. Generalmente por el negocio. Ya sea de la venta de armas, ya sea para expoliar los recursos naturales de una zona. Primero lo intentan con un cambio brusco de gobierno como en el Chile de 1973, y si eso no es posible, con una guerra abierta como en Siria, Irak, Libia, Sierra Leona o Nicaragua. El problema de una contienda mundial con armas nucleares viene porque quiénes están detrás de esos intereses, tienen muchas posibilidades de acabar muertos o sin futuro. Y eso no les interesa. Por eso, salvo que un tarado mental tipo Trump decida por su cuenta que mejor todos muertos que quedarse con el culo al aire, las posibilidades de una nueva confrontación armamentística que enrole a las naciones que cortan el bacalao en el mundo, son más bien escasas.

Sin embargo, han provocado una contingencia mundial que produce los mismos efectos que una guerra con armas. Se llama liberalismo económico. Y su arma mortífera es la globalización. Con ella han conseguido empobrecer a la población mundial y acabar con los derechos sociales. Estamos en plena jungla liberal. En plena guerra mundial. Y como en todas las guerras, todo vale. Desde el Napalm a la bomba nuclear. Desde la explotación infantil para el trabajo, hasta la acusación de tráfico de personas a aquellos que simplemente hacen una labor humanitaria porque los gobiernos se niegan a realizarla.

El caso de la ONG Proactiva Open Arms, ha llamado la atención porque su barco (español) ha sido inmovilizado por la fiscalía de Catania (Italia) al ser acusada esta organización de mafia que se dedica al tráfico ilegal de Personas. Da igual que la ONG en su página web diga claramente que se dedican al rescate marítimo de refugiados que llegan a Europa huyendo de conflictos bélicos, persecución o pobreza. Les da igual porque lo que quieren es que esa frontera marítima permanezca lo más cerrada posible y les importa un bledo si para ello mueren cien, o cien mil personas ahogadas. Porque lo importante es mantener a esas personas que huyen de la muerte segura, lejos de sus votantes. Y da igual si esta ONG es pública y transparente. Ninguna mafia se anunciaría en una página web. ¿Se imaginan a la mafia siciliana anunciándose en un portal electrónico como una organización dedicada al suministro humanitario de cocaína, hachís, anfetaminas y otros estupefacientes dirigidos al placer de aquellas personas con problemas que deciden evadirse? Aunque al paso que vamos, cualquier cosa aberrante puede ser declarada legal.

La ONG Proactiva no es la primera en sufrir un torpedo a su línea de flotación. Antes tres bomberos sevillanos pertenecientes aa la ONG Salvamento Marítimo Humanitario fueron acusados también de pertenencia a mafia que trafica ilegalmente con personas por las autoridades griegas en Lesbos. Sonado es también el caso de la activista humanitaria Helena Maleno, la Teresa de Calcuta del Mediterráneo que, primero fue llevada a la Audiencia Nacional en España por La Unidad de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales quiénes trataron de procesarla. Al no encontrar delito la AN, insistieron pasando la denuncia a Marruecos, quién ha procesado a esta defensora de los DDHH por el mismo delito que a los anteriores: el tráfico ilegal de personas.

En esta guerra mundial económica, se han abierto muchos frentes. Todos ellos nacionales. La estrategia es clara, acabar por medio de la ley con todos aquellos que sean un peligro para este sistema hijoputista que convierte a unos cuantos en personas inmensamente ricas, con un capital invisible electrónico (ceros a la derecha en cuentas cifradas en paraísos fiscales) que a su vez les dan poder para influir sobre gobiernos locales y que sobre todo crea pobres, personas sin derechos que acaban aceptando cualquier cosa como que el problema mundial del mundo desarrollado, su problema, son los movimientos migratorios que huyen de las zonas de conflicto. Para ello, el fascismo renombrado ahora como liberalismo se ha hecho con los sistemas judiciales de muchos países, acaparado por personas cuya ideología les permite emprender procesos judiciales contra los díscolos. ¿Por qué es delito, por ejemplo, utilizar un barco de pasajeros para que cientos de personas puedan cruzar el Mediterráneo sin el peligro de que se ahoguen y no lo es vender armas a un país que las utiliza para masacrar a la población civil? ¿Por qué es delito ayudar a que las personas que han cruzado el mar lleguen a un lugar civilizado y no lo es esquilmar los recursos naturales del país del que proceden, provocando para ello golpes de estado y guerras civiles que les obligan a huir? ¿Por qué no es delito explotar a niños en Bangladesh, la India, Pakistán o Birmania haciéndoles trabajar por poco más que un plato de arroz, obligándoles a joderse la vida aspirando tintes cancerígenos a través de la piel, para confeccionar ropa, zapatillas o complementos que luego vendes en Europa como objetos de lujo?

Pero no solo mediante cambios en los códigos penales que van directamente contra la libertad y los derechos de las personas están batallando en esta contienda fascista. Mediante el copado de las personas idóneas en las altas instancias judiciales, están pervirtiendo elecciones, como en Brasil, dónde mediante procesos fantasmas por corrupción que no han sido demostrados, destituyeron legalmente a la Presidenta Dilma Rousseff y ahora intentan acabar con Lula Da Silva para impedir que, de nuevo, gane las elecciones y vuelva, con sus políticas sociales a sacar de la pobreza a otros 28 millones de Brasileños.

Vuelvo a recodar aquí mi artículo de febrero de este año titulado “Operación Cóndor II” en el que exponía claramente la vinculación de procesos por corrupción contra mandatarios iberoamericanos en los que estaba implicada la embajadora americana Liliana Ayalde.

Por eso cuando vemos como se intenta criminalizar lo que debiera ser lo más sagrado de nuestra naturaleza humana, los Derechos recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos, una declaración confeccionada por TODOS los países miembros de la ONU el 10 de diciembre de 1948, recién salidos de la Segunda guerra mundial, deberíamos parar a pensar que las ideas de quiénes nos llevaron a aquella situación, nunca pueden ser nuestras salvadoras, sino las que nos destruyen. La desigualdad solo crea pobreza. Y no son los pobres nuestros enemigos sino aquellos que crean a conciencia esa pobreza justamente para mantenernos divididos y por ende sometidos.

Para finalizar, quiero aquí recordar a Oihan, Jokin y Adur, tres de los chavales de Altsasu, acusados de Terrorismo por una pelea de bar contra unos guardia civiles de paisano y fuera de servicio. El día 17 de abril comienza su juicio y piden para ellos penas entre 50 y 60 años de Cárcel. Prueba de lo injusto de este proceso es que José Bretón, condenado por matar y quemar los cadáveres de sus hijos para hacer daño a su mujer, fue condenado a 40 años de cárcel. El brigada de la Guardia Civil, Francisco G.J., condenado por tres delitos de asesinato en grado de tentativa, (intentó asesinar con veneno a una compañera con la que estaba obsesionado, a su marido y al hijo de ambos) fue condenado a penas que suman 22 años de prisión. Oihan, Jokin y Adur son navarros y pertenecen a este grupo de personas declaradas peligrosas para el sistema. Su agravamiento, ser vascos.

Esta guerra la vamos perdiendo por goleada. Porque nuestros soldados, trabajan para el enemigo.

O concienciamos sobre el enemigo real o seremos todos esclavos y muchos en galeras.

 

Salud, república y más escuelas.

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