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Todos los cobres son nanas

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Unos fuertes golpes, que en principio eran parte de la trama en la que estaba metido en el sueño, le acabaron despertando y devolviendo a la realidad. Cuando abrió los ojos, tenía tres cañones rozándole la cara y unos señores con pasamontañas, portadores de las armas, dándole gritos para que saliera de entre las sábanas. No le dio tiempo a reaccionar. En un instante, le habían despojado del colchón a la fuerza, le habían puesto los grilletes en las muñecas cruzadas detrás de la espalda y estaba sentado en una silla de la cocina a la que ni siquiera recordaba haber llegado. Mientras, los del pasamontañas, a los que acabó reconociendo como policías por el uniforme, le estaban demoliendo la casa por dentro, desalojando libros de las estanterías con un golpe de mano, sacando cajones y esparciendo su contenido por el suelo y revolviendo entre los productos que guardaba en el armario, bajo el fregadero y junto al cubo de la basura orgánica. Algunos, los iban colocando encima de la encimera en una caja de plástico y otros eran desechados en un montón, en uno de los rincones, junto a la silla en la que él permanecía pávido, asustado, delirante (llegó a pensar que era una pesadilla) y acongojado. Entre los que dejaron en la caja de plástico había un bote de litro de amoniaco, uno de alcohol de limpiar y una caja de medio kilo de bolitas rotulada como Fertiberia Premium Azul, que usaba como fertilizante para los quince geranios que colgaban en el balcón.

Cuando se le llevaron detenido, un policía portaba, además de los productos de limpieza y el fertilizante, media tira de petardos que le habían sobrado de la fiesta de Nochevieja, un ejemplar de “El Capital” de Carlos Marx, un póster que recordaba a Laika, la primera perra en orbitar la tierra en 1957, que presidía el cabecero de su cama, y una bandera republicana que encontraron en el armario.

Más tarde, unos cuantos días después de pasar por el juzgado, tras haber estado encerrado en el calabozo de Moratalaz 72 horas en las que no tuvo ni derecho a una llamada, le explicó su abogado de oficio que la acusación se basaba en unas fotos en las que Cotidio (Coti para todos) portaba una botella en la mano, junto a un contenedor de vidrio reventado, con todas las botellas esparcidas por el suelo, y dónde, al fondo, se veían a policías antidisturbios y unas llamas. La acusación era por terrorismo y por pertenencia a un grupo armado que denominaban Escuadras Rojas y del que Coti, no había oído hablar en su vida.

Seis días antes de su detención, aquel sábado de mayo, Coti, junto con sus colegas, activistas todos por los derechos sociales y laborales que habían formado una asociación cultural bajo el nombre de NOPANTOCHO (No hay pan para tanto chorizo) y dedicaban su tiempo y esfuerzo a informar a los jóvenes como ellos, sobre el acceso a la vivienda, los derechos laborales, subvenciones y formas de alquilar y luchar contra el abusivo incremento de los alquileres, habían estado en una manifestación en el centro de la ciudad que había sido convocada por diferentes colectivos en reivindicación de un cambio político esencial, con un proceso constituyente que eliminara de raíz, la corrupción sistémica de las instituciones del estado, y a favor de una democracia real y pan, trabajo y libertad para todos. A aquella manifestación era la primera vez que asistía un nuevo miembro de la asociación. Un tipo musculado con pinta de guarrete (pelo semi largo y descuidado, barba de seis días, pañuelo palestino y ropa de deporte) que se había acercado a ellos en una asamblea de las que hacían en la calle, por el barrio y que se había implicado tanto en ella que le invitaron a acercarse más días. Tantos, que acabó siendo uno más del grupo aunque, había algo raro en él, porque nadie sabía dónde vivía ni en que trabajaba. En las manifestaciones, hasta ese día, siempre escurría el bulto y acababa no asistiendo con alguna escusa. Pero ese sábado si fue. Y llevaba una mochila en la que portaba dos botellas de Coca-Cola con gasolina. Llegados a una esquina en la que se vieron sorprendidos por la policía, que venían en su busca por la otra calle, de él partió la idea de volcar el contenedor del vidrio y usar las botellas como munición. Ni Coti, ni sus compañeros compartieron el entusiasmo del nuevo, pero hubo quienes si lo hicieron. Coti, recogió una de las botellas del suelo y la arrojó malhumorado junto al contenedor. Sin saber muy bien cómo, empezaron a ver llamas junto a los policías. Coti y sus amigos, se escabulleron por un callejón y abandonaron la revuelta. 

Cuatro años después de su detención y destrozo de su casa, Coti ha sido absuelto de todos los cargos. Las pruebas de su pertenencia a un grupo terrorista salieron en portada de todos los telediarios y de toda la prensa escrita. Perdió su trabajo. Un trabajo que no ha sido capaz de recuperar. El nuevo, se presentó en el juicio como testigo de la policía. El también lo era. Estaba infiltrado. Las imágenes grabadas por un activista, negaban todas las acusaciones. El que tiraba la gasolina era el policía infiltrado. La foto de Coti con la botella se la hicieron en el momento de agacharse para cogerla y retirarla de la calle. Su absolución no ha ocupado ninguna portada de periódico ni ningún minuto de telediario. Y a Coti, ya le jodieron la vida para siempre, aquella mañana en la que fueron a su casa a buscarle.

****

«TODOS LOS COBRES SON NANAS»

Over the wall we go 
All coppers are nanas 
Over the wall we go
Leave ‘em a note saying ‘wish you were here.

DAVID BOWIE

Over The Wall We Go (1966)

Cuentan que la foto aparecida en la prensa de medio mundo el 2 de febrero de 1968 en la que un policía de Vietnam del Sur, en Saigón, dispara a un civil en la cabeza a quemarropa y lo asesina en plena calle, mientras lo llevaba detenido, fue la clave para que los ciudadanos americanos comprendieran que el ejército americano no estaba en Vietnam para hacer amigos ni establecer ninguna democracia (habían destruido la posibilidad de la paz con la defenestración de las elecciones de unificación en 1956).

Leía el otro día en Twitter un largo hilo de Guillermo Fesser, la parte de Gomaespuma afincada por matrimonio en USA, que venía a decir que los americanos han descubierto a golpe de foto que no son el pueblo elegido por dios. Primero en Vietnam y después en Irak se dieron cuenta, según sus palabras que los militares americanos «no siempre juegan el papel de Madre Teresa y que tampoco regalan siempre caramelos a los niños de las aldeas liberadas». Lo de ahora es bastante peor porque ya no se trata de asesinar impunemente en tierras lejanas del desierto de Irak o quemar con napalm a ciudadanos vietnamitas. Ahora el peligro está dentro de casa. Se acaban de caer del guindo y «los estadounidenses de pronto se han dado cuenta de quelos atestados policiales no están redactados por El Niño Jesús.”». En un informe basado en investigaciones en 14 ciudades americanas, durante más de dos años y medio, los de Human Rights Watch han llegado a la conclusión de que la brutalidad policial es un hecho institucionalizado y generalizado y que la raza, concretamente la de los seres humanos oscuros (negros e hispanos sobre todo) acaba siendo determinante para ser víctima policial. Una de las últimas acciones de violencia policial acabó con el asesinato a patadas de Tyre Nichols, un prometedor joven negro indefenso al que la policía asesinó en Memphis, tras pararlo en un control de tráfico.

Esta semana pasada también hemos conocido que un policía infiltrado en grupos sociales de Barcelona (¡ojo! No grupos terroristas. No peligrosos delincuentes. No narcotraficantes. Ciudadanos honrados cuyo único delito es tener conciencia social), ha sido denunciado por mujeres activistas con las que mantuvo sexo para sacarles información sobre el grupo al que pertenecían. Todo ello con dinero público y de nuestros impuestos. Todo ello, mientras aún no sabemos quién es M.Rajoy ni a que se dedica ese partido condenado varias veces por corrupción, con varios de sus miembros encarcelados (o libres por eso de que la ley no es igual para todos y mucho menos si tienes padrinos) y con cientos de causas pendientes sin que, al parecer, la policía pueda investigar como lo hace con los activistas sociales. Todo ello sin que sepamos cómo es posible que el demérito tenga una fortuna de más de 2000 millones de euros (según The New York Times) con un salario sacado de los PGE de alrededor de 82 millones durante los cuarenta años de reinado. 

El pueblo sumiso, ese que bastante tiene con salir adelante día a día, con intentar llegar a fin de mes, con buscarse la vida para poder pagar un alquiler que le consume tres cuartas partes de su salario, quiere creer que la policía y el ejército son necesarios para salvaguardar su seguridad. Si preguntas, la mayor parte de ellos, te dirán que los soldados protegen a España de la invasión extranjera aunque el peligro de que eso suceda sea nulo (por el norte son socios y por el sur, son socios del imperio y por tanto, en caso de que eso sucediera, no podríamos hacer nada). Los más avispados te dirán que están ahí para labores humanitarias en caso de catástrofe como Filomena, o una inundación por lluvias torrenciales o para ayudar en la extinción de incendios. Pero el caso es que nos saldría mucho más barato pagar bomberos forestales y equipos formados de protección civil que además serían mucho más efectivos

La realidad de los hechos, es que la policía y el ejército no tienen como principal función salvaguardar a los ciudadanos, sino salvaguardar los intereses del estado y de quién manda. Ya sea por obediencia, ya en algunos casos por ardor guerrero, hemos llegado a una situación en que la democracia ya no protege al ciudadano y como vemos en USA y también en España, la situación se va de las manos más de lo necesario por una constante que se repite en todos los sitios: la condición de autoridad mal entendida y la protección de los malos hábitos y actuaciones por parte de la administración de justicia y de las autoridades políticas. Al policía infiltrado, como premio, le han llevado a una embajada a embolsarse mensualmente 10.000 euros. Y de paso le han quitado del foco mediático.

Titulares como este de La Vanguardia «“Absueltos dos guardias civiles por obligar a clientes de un bar a meterse balas en la boca y cantar el ‘Cara al Sol’» o como este de El Plural «“Imputada la «víctima» de los dos policías de Linares por atentando contra la autoridad”» o cómo este de Lo País «“Dos policías que violaron a una chica de 18 años evitan la cárcel tras un pacto entre la Fiscalía y las partes a cambio de un curso de educación sexual”», se repiten más de lo que sería deseable y reflejan una enfermedad democrática preocupante. Cuando alguien se sabe impune y se cree intocable, los derechos salen por la ventana y la violencia tiene patente de corso.

Por último, una confesión. Este artículo, que es de opinión, que es subjetivo y que no tiene intención de denuncia sino, como todas las semanas,  de hacer ver otro punto de vista, lo que nunca,  ha sido objeto de una autocensura tan estricta que he borrado y escrito varias veces desde el título hasta los dos últimos párrafos. Porque el miedo es libre y en España la libertad de opinión y la de prensa llega hasta dónde quiere el régimen del 39.

Salud, decrecimiento, ecología, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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