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«Tócala otra vez, Sam»

José Antonio Vergara Parra
José Antonio Vergara Parra
Licenciado en Derecho por la Facultad de Murcia. He recibido específica y variada formación relacionada con los trabajos que he desarrollado a lo largo de los años.
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análisis

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Dicen que soy contradictorio pero creo que es una apreciación errónea. Y lo es porque los parámetros que, intencionada o inconscientemente, usamos para fraguar conclusiones son falsos. O artificiales, si así lo prefieren. No son casuales sino que, muy al contrario, nos han sido deliberadamente inoculados por los ingenieros del pensamiento colectivo. Juzgamos los hechos y actos de nuestros semejantes al albur de presupuestos falaces y, por ende, obtenemos conclusiones equivocadas y profundamente injustas.

La sociedad no se divide en rojos y azules, blancos y negros, católicos y ateos, fascistas y progresistas, siniestros y diestros o animalistas y cazadores; verbigracia. Epítetos confusos y maliciosos que, en la mayor parte de las ocasiones, han adquirido significados muy distintos a los primigenios. Al menos a mí me sirven de poco.

Me guían otras adjetivaciones bien distintas. Me interesa la bonhomía frente a la maldad, la mansedumbre frente a la violencia, la honradez frente a la indecencia, el trabajo frente a la especulación, la sencillez frente a la arrogancia o la verdad frente al sofisma. Y, por encima de todo, me interesa la coherencia frente a la hipocresía. Gentes que, por razones que se me escapan y en un ejercicio de cinismo de escaso recorrido, defienden una idea y hacen justamente lo contrario. Tal vez consigan engañar a mucha gente durante mucho tiempo pero no llego a entender cómo se enfrentan al espejo cada mañana.

Pondré ejemplos para hacedme entender. Hay antiabortistas o pro vida pero de gatillo fácil. Hay quienes defienden la familia tradicional cristiana pero, al mismo tiempo, se desentienden de sus hijos o engañan a sus respectivas legítimas pues, tras haberlas elevado a los altares,  pecan con la primera que se cruza en sus caminos. Hay quienes abandonan la homofobia o el racismo y recuperan la cordura cuando la realidad les toca muy de cerca, pero nunca antes. Hay anti taurinos que alcanzan el clímax ante el toro embolado. Hay comunistas que dejan de serlo cuando la vida les sonríe. Hay quienes de la defensa de la mujer hacen bandera y, a las de primera de cambio, dejan tirada a su compañera e hijos. Hay quienes trazan cordones sanitarios para demócratas y abrazan a asesinos. Hay quienes sollozan mientras se iza la bandera y pagan una miseria a sus obreros. Hay quienes no habiendo trabajado en sus vidas se encaraman en lo más alto de la lucha sindical. Hay quienes aborrecen a los ricos hasta que ellos lo son. Un elenco interminable de ejemplos que delatan a quienes viven de la apariencia o a quienes la envidia y la inconsistencia ética determinan sus itinerarios existenciales.

Se es realmente libre en la medida que una formación integral y una información veraz permiten discernir lo correcto de lo que no lo es. Pesoe y pepé, cuan turnos canovistas y sagastianos, se han sucedido en el gobierno en estas últimas décadas y ninguno de ellos se ha ocupado de veras por una educación pública de calidad. No debía interesarles demasiado, al menos para el común los gentiles pues para sus pequeños patricios reservaban privativos y excelentes centros privados.

Sin una consistente base intelectual, huérfana de prejuicios y rencores,  no es posible elaborar un juicio crítico de cuanto sucede a nuestro alrededor. La razón, como las distancias cortas, ha de servir para tender puentes y no para horadar trincheras. Pero también para que la coherencia impregne cada resquicio de nuestro pensamiento. ¿Cómo explicarían ustedes, por ejemplo, que un ciudadano censure o mire para otro lado ante un mismo acto, según la simpatía o animadversión suscitada por el autor? ¿Cómo explicar la persistencia de cortesanos pese a los hechos inadmisibles y corruptos del que, hasta hace cuatro días, era el Jefe de Estado del Reino de España?

La democracia nunca ha sido bien vista por los poderosos y aprovechan el alelamiento de la sociedad para darle mordiscos a aquella. Mas la sociedad es culpable, no sólo por omisión sino también por acción pues la corrupción privada es igualmente sistémica. Los políticos corruptos no se crean por generación espontánea sino que germinan en una sociedad igualmente enviciada.

Salvo contadas excepciones, las revoluciones colectivas representaron fracasos simultáneos o sobrevenidos. La verdadera revolución, la que reverdece esperanzas, es íntima y personal y antepone la razón a las vísceras, la comprensión al sumario y la empatía a la frialdad. Cientos de miles de inmigrantes cosechan y recolectan nuestros frutos cada campaña. Para eso sí les necesitamos pero después les criminalizamos haciendo pagar a justos por pecadores. Naturalmente que, entre ellos y entre nosotros, hay tramposos y delincuentes mas para ello está la Ley que, no en vano, vino a proteger al hombre de sí mismo.

No se dejen embaucar por arengas nacionalistas o extremistas fermentadas en las vísceras, que únicamente buscan la estigmatización de un presunto culpable para esconder la propia inutilidad y ruindad moral. Compadezcan a los que, por razones que desconocemos, sufren de xenofobia, misandria, homofobia o misoginia.  No quisiera parecer condescendiente pero ante la notoria patología de un semejante, nuestra única respuesta debería ser el silencio y el deseo de una pronta recuperación. Las personas somos como un iceberg; sólo una pequeña parte de nosotros está a la vista de todos pero desconocemos la inmensidad y complejidad de lo sumergido.

Ignoren a quienes tiran de la dialéctica de la lucha de clases como herramienta para cambiar el rumbo de la Historia. Nada de malo hay en ser rico si, para ello, no hubo atajos. Y la mayor de las glorias para un obrero decente. De un acuerdo justo entre ambos depende la prosperidad y de árbitros sensatos la estabilidad y longevidad del pacto social.

Desoigan a quienes harían del Estado un aparato orweliano para aplastar la dignidad y libertad individuales y desoigan, igualmente, a quienes reducirían ese mismo Estado a algo tan insustancial que ningún enfermo o desvalido estaría a salvo. Desprecien a los que sistemáticamente faltan a la palabra dada, haciendo del verbo una coartada para fines deshonestos y no un instrumento para el bien común.

Después de todo, tal vez sí sea algo contradictorio lo que demuestra que sigo buscando y dudando. El relativismo desmesurado es peligroso pero lo es más el fundamentalismo. Ni lo uno ni lo otro. En mi caso sólo el humanismo cristiano colma mis aspiraciones filosóficas y religiosas. La sociedades no son meramente entelequias grupales sino la suma de personas individuales llamadas a realizarse y ser felices en el seno de esa colectividad. Pero, desde mi punto de vista, ese fin sería inalcanzable  si no hacemos como propias las enseñanzas de Jesucristo. El amor, con todas sus renuncias y recompensas, habría de ser el único motor del mundo.

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