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¡Tirad de la manda, malditos!

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análisis

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La manta, esa pieza de lana o algodón tan española, ha sido durante siglos un complemento  fundamental del hombre del campo, en mi pueblo la usaban los agricultores todo el año “Ni en invierno ni en verano dejes la manta en casa del amo”, decía el refrán. Eso lo sabemos todos. Lo que no se sabe tanto es que se llegó a usar incluso como instrumento para comunicarse. Al igual que los indios nativos de Norteamérica usaban las señales de humo para enviar mensajes a distancia, hubo gente que usó la manta para lo mismo. Durante muchos años se utilizó en mi pueblo un ingenioso sistema para entablar relaciones sentimentales. Como las mujeres apenas salían de su casa y cuando lo hacían siempre iban acompañadas, los hombres, empujados a pellizcos y empellones por las hormonas desatadas, idearon el uso de la manta, que era lo que tenían más a mano, como herramienta de comunicación, haciendo de ella una especie de oráculo, de discreto y elegante recurso para encontrar pareja. 

En aquellos duros tiempos de autarquía, hambre, sabañones, albarcas con peales y  dictadura por la gracia de Dios, cuando a un mozo le gustaba una moza y quería salir con ella, pasaba varias veces frente a su ventana con la manta al hombro dejando caer un pico de ella hasta tocar el suelo. Si la moza no quería relaciones, miraba discretamente a través del visillo los paseos del pretendiente sin hacer ni decir nada. Si por el contrario le interesaba y quería conocerlo, abría la ventana y avisaba al mozo de que llevaba un pico de la manta arrastrando por el suelo. Esa era la señal que marcaba el comienzo de la relación. No hace falta decir que hubo mozos que al primer arrastre de manta encontraron pareja, otros menos afortunados desgastaron los cuatro picos de la manta o de varias mantas sin que ninguna muchacha se diera por aludida. Pero el que persevera alcanza, y al final siempre había alguna muchacha a la que le caía en gracia el solicitante, o se compadecía de la persistencia y el empeño del voluntarioso rondador, y abría la ventana, sacaba la mano por la reja e indicaba lo que el mozo llevaba días, incluso semanas, deseando oír. La compasión, ese sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien, es un sentimiento casi tan fuerte como el amor y a veces le sustituye. A Barney  Gumble, el borracho flatulento de Los Simpson, una antigua novia del instituto le ofreció media hora de sexo por compasión, a lo que el viejo Barney contestó ¿es que hay otro tipo de sexo?.

Si el método de la manta, después de muchos y abnegados intentos, se tornaba inútil y ninguna mujer se dignaba a abrir la ventana y pronunciar las protocolarias palabras, al desesperado mozo ya solo le quedaba o bien resignarse a su suerte, rendirse y volver a casa con el rabo entre las piernas, o acudir al bar, esa especie de ambulatorio para males de amores, como dice la canción de La Cabra Mecánica: “es la falta de amor lo que llena los bares, son tus labios para mí un plato de calamares”, o también podía “liarse la manta a la cabeza” cargar la suerte,  llamar  a la puerta de la moza y jugársela a cara o cruz.  La manta también podía servir para, de un modo metafórico, “liársela a la cabeza” que según la RAE consiste en tomar tajantemente una decisión prescindiendo de cualquier consideración. Es lo que también se llama sufrir un arrebato. 

Pero de todas las expresiones donde se utiliza metafóricamente la manta, la que preferimos es, sin duda, la de “tirar de la manta”, que significa destapar detalles de un asunto sucio o vergonzoso. Parece ser que el origen de esta frase se remonta a los siglos XVI y XVII  cuando en algunas iglesias de Navarra se colgaban lienzos, llamados “mantas”, donde aparecían los nombres de las familias descendientes de judíos conversos que habían sido expulsados de las villas. De ese modo se sabía los que descendían de conversos y los que no. Así se determinaba la calidad de los hombres nobles. De ahí viene la frase hecha “tirar de la manta” que fue usada para amenazar con buscar en dichos lienzos el origen converso de una persona. Y acto seguido desvelar públicamente que alguien era cristiano viejo o por el contrario era cristiano nuevo y con antepasados hebreos, lo que en aquella época significaba una humillación, un deshonor, una mancha, una vergüenza. “Tira de la manta hasta indagar la falta” dice un refrán. 

Que alguien tire de la manta y destape la terrible plaga de corrupción que nos asuela es para muchos ciudadanos de este malhadado país, nuestra obsesión, nuestro anhelo, nuestra gran ilusión. Que alguien tire de la manta es lo que muchos esperamos que ocurra, nuestra única y  remota esperanza de que se haga justicia y se desate lo que, para nuestra desgracia, sigue estando tan atado y bien atado como lo dejó el de la gracia de Dios. Tan bien atado que  solo si alguien tira de manta desde dentro, se llegará a saber todo o casi todo de tantos delitos que siguen impunes y mucho nos tememos que seguirán siéndolo durante muchos años.  En nuestra ingenuidad llegamos a creer que si un pez gordo, de la pecera de los peces gordos, que había resultado perjudicado en algo, tiraba de la manta y denunciaba a sus compañeros de timba, la justicia se pondría manos  a la obra y valiéndose de la más que valiosa, impagable, información de ese alto cargo, llegaría con grandes, precisas y enérgicas zancadas a delimitar responsabilidades, juzgar y condenar a los delincuentes, sean éstos quienes sean.

Pero asistimos con profunda decepción y frustración a un escenario bien distinto, y éste no es otro que la constatación del que creíamos “largo brazo de la ley”, misteriosa e inexplicablemente se encoge como los cuernos de los caracoles cuando toca algunos de esos peces gordos, esos ciervos de catorce puntas medalla de oro que siempre escapan. Comprobamos con honda desazón que cuando se llega a ciertas zonas abisales donde habitan los grandes  monstruos marinos con sus formidables dientes que imponen respeto, cuando no miedo, la justicia muestra signos de flojera, de debilidad cuando no la debería tener en modo alguno al tratarse de un poder independiente, ¿o es que no es independiente?.  Nos permitirnos dudar de esa independencia y de esa “ceguera” que debería caracterizar  a la justicia, de la que sospechamos que, en algunos casos, se levanta la preceptiva venda o pone el dedo para sujetar alguno de los platos de la balanza. Con honda amargura vemos que una vez que alguien tira de la manta, la justicia no llega hasta al fondo del abismo de podredumbre, con lo cual nunca pesca a los grandes peces de las profundidades, a los que debería capturar sin complejo ni traba alguna para demostrar de una vez por todas que, como decía el Emérito en aquellos inolvidables monólogos humorísticos de las Nochebuenas: “Nadie está por encima de la ley”. 

Pero en vez de atraparlos y someterlos a eso cada vez más gracioso de “el imperio de la ley”, se contenta con coger en sus redes a algún marrajo y unas cuantas sardinas para justificar que hacen algo, asegurándose de dejar a salvo a los responsables últimos de todo. Además del gran Luis Bárcenas y sus papeles que incriminaban a toda la cúpula del PP, a la que el bueno de Luis repartía  sobres y más sobres de dinero negro como el asfalto, del los que los receptores, con el presidente don Mariano Rajoy a la cabeza, no sabían nada de nada, ha aparecido últimamente otro gran tironero de manta llamado Francisco Martínez, ex secretario de Estado de Seguridad y número  dos  del beato Jorge Fernández Díaz que viéndose como un pringado destinado a comerse el marrón dijo: “voy a contarle al juez lo que sé”. Este ex alto cargo del Ministerio del Interior del último gobierno de Mariano Rajoy denunció lo que se ha dado en llamar “Operación Kitchen”, y ha manifestado que su misión era firmar talones para pagar, con fondos reservados, el espionaje a Luis Bárcenas, alias “Luis el Cabrón” o “Luis sé fuerte.  En un escrito enviado a la fiscalía anticorrupción, Francisco Martínez dijo: “mi grandísimo error fue ser leal a miserables como Jorge (Fernández Díaz), Rajoy y Cospedal”. ¿Veremos a alguno de estos tres en la cárcel? Mucho nos tememos que no, al igual que no hemos visto, ni veremos, a Aznar por la guerra de Irak y a Trillo por el caso del Yak-42, lo cual nos hace desconfiar de la justicia, al menos en lo que se refiere a su actuación frente a las altas esferas de la política y las finanzas. Con el típico ladrón de gallinas, que siempre aparece  cuando se habla de estas cosas, la justicia se mostrará inflexible e implacable, como debe ser. Nada hay más fácil, cómodo y seguro  que ser fuerte con el débil y débil con el fuerte. Nada nuevo bajo el sol.

También seguimos esperando que alguno o algunos de los cientos de asesores, consejeros, secretarios, escoltas, criados y otros empleados que formaron parte del nutrido séquito del rey emérito a lo largo de casi medio siglo, se echen la manta a la cabeza o tiren de la manta o las dos cosas, y denuncien todo que deben haber visto y oído a lo largo de sus años de servicio, que no habrá sido poco ni liviano. Lejos de ser una traición a su rey, muy al contrario, sería hacer un gran servicio a la patria. Porque la patria es lo primero y debería estar por encima de cualquier nombre, por muy Borbón que sea. Además, la patria está para servirla con rigor y honradez, sin tanta banderita ni tanto oropel, véanse las treinta y tantas banderas que despegó la inepta y desastrosa Ayuso en una rueda de prensa, no para servirse miserablemente de ella dándose la gran vida y gastándose en un día, solo en alojamiento, lo que un trabajador gana en un año.

Pero mucho nos tememos que de esta manta no tirará nadie. Tan solo se ha atrevido a hacerlo la alemana Corinna Larsen,  la última, que sepamos, de sus amigas “entrañables”. Los demás callan, mala cosa, algunos habrá que callen porque desde su puesto no han visto nada irregular, otros quizás no hablen porque les han puesto “mordaza de plata”, que decía el inmortal Quevedo. Qué triste que todo, el honor, la dignidad, la honradez, el orgullo, el decoro, la conciencia, la integridad, la decencia… pueda comprarse como se compra una lata de cerveza en una tienda de chinos. Dice Cervantes, que tampoco era manco, en El Quijote que: “las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias”.

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3 COMENTARIOS

  1. «El título correcto es !Tirad de la manta, malditos!. Ha debido haber un error al hacer la transcripción. Seguramente, los duendecillos de la informática»

  2. Excelente y necesario, el artículo, y también ese ejercicio tan sano de la transparencia, un abrazo y gracias por la meridiana claridad Alejandro¡

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