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Tiempos viejos, tiempos salvajes

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Sentado en un sillón orejero, ajado y descolorido por el uso, don Escolástico pasa la vejez, entre la parvedad y las penurias, recitando a Machado, sufriendo con Miguel Hernández y preocupado con la historia de España cuando relee los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. En el rincón, junto a la butaca y la ventana que le sirve de lámpara, una mísera estufa de carbón que alimenta con la escasa leña que sus antiguos alumnos le llevan de cuando en cuando en esas visitas en las que recuerdan tiempos mejores. Fuera, la nieve cae con parsimonia y empeño mientras poco a poco se van cubriendo los escasos coches aparcados junto a los portones. Hace ya rato que los adoquines del suelo duermen bajo la frondosa manta blanca. Ver nevar le relaja y le lleva a otro lugar. Un lugar en el que, a pesar de las dificultades económicas propias de su profesión, tenía una vida plena moldeando aquellas mentes despiertas y ávidas de conocimiento que se esforzaban día a día por agradar a un maestro que, al contrario que otros, siempre les trató con respeto, jamás les puso orejeras y trataba por igual al hijo del alcalde y al del pastor.

Cuando don Escolástico llegó a Sorroval, sus alumnos estaban acostumbrados a los capones, los tirones de orejas, el mal rato de ser expuesto a la burla de los demás y hasta a las agresiones físicas. Todavía recuerda como Serapio puso las manos asustado pensando que este maestro, al igual que había hecho el anterior, al girarse repentinamente, le iba a tirar el compás de madera a la cabeza, tras habérsele escapado un sonoro pedo mientras el profesor explicaba en la pizarra el área de un círculo. Cuando el pobre muchacho lo contaba entre sollozos, no daba crédito.

Pero don Escolástico no era así. Él no ponía castigos. Cuando llegó al pueblo, le recibieron todos los alumnos en perfecta formación militar, desde el más alto al más bajo, todos, brazo en alto cantando en un coro celestial, “buenos días señor profesor, buenos días tenga usted”, para a continuación y bajo la batuta de Caciano, el alcalde, y la supervisión de don Orencio, el cura, entonar el Cara al Sol. Al principio todo fue como la seda. El maestro enseñaba y los alumnos iban a clase. Todo normal. Las coplas al principio (en formación) y al final de la jornada (frente a los cuadros de Franco y José Antonio). Con la primera nevada a mitad del mes de noviembre, don Escolástico conminó a los muchachos a esperarle dentro de la escuela en lugar de hacerlo en la puerta. Los chavales esperaban en pantalón corto, muchos con falta de abrigo por no tener posibles para comprar uno. Pero no le hacían caso. Probó decenas de tretas sin éxito hasta que suprimió la copla habitual que todos cantaban en formación. Así logró que los muchachos entraran dentro del edificio y le esperaran alrededor de una mísera estufa de serrín que sudaba hollín líquido y echaba más humo, que calor. Esto no sentó nada bien al alcalde aunque por ser el maestro puesto por el régimen, no le dijo nada.

Más revuelo hubo en el pueblo cuando el maestro comenzó a dedicar las tardes de los miércoles, en lugar de a repasar las sagradas escrituras, a que fueran los propios alumnos los que enseñaran a los demás sus habilidades. Unos enseñaban a los otros a fabricar adobes, ladrillos o tejas. El hijo del carretero les introdujo en la forma de doblar la madera a través del agua caliente y una prensa. Todos eran maestros en algo y aprendices de casi todo. Así, cada uno aportaba algo a los demás sobre la vida del pueblo y creaba cohesión y empatía. Por la misma época, los sábados por la mañana, en lugar de de dedicarlos a repasar los principios fundamentales del movimiento, les sacaba de paseo a ver pájaros, nidos o camas de liebre. Les enseñaba a nombrar correctamente a los árboles y a respetar la naturaleza. Les explicaba que casi ningún animal mata si no es para comer y que todas las vidas son igual de importantes.

A las quejas del cura que, aunque seguía teniendo todos los jueves por la tarde para que los chicos repasaran el catecismo, decía que enseñar los oficios de los demás era una solemne majadería y que lo único que pretendía el maestro era no hacer su trabajo, se añadieron las del alcalde que no veía con buenos ojos que se dejara a los chavales sin la formación del espíritu nacional y la de algunos padres que pensaban que esas ideas de respetar la vida de cualquier animal eran cosas de rojos y que no querían que sus hijos acabaran como el Evaristo y el Ananías que hacía veinticinco años que tuvieron que salir del pueblo por patas y no solo no habían vuelto, sino que nadie sabía nada de ellos.

don Escolástico pasó un primer curso entre la ignorancia de los padres y su empeño por cambiar las formas de hacer escuela. En el segundo año en Sorroval, empezaron las primeras suspicacias, todavía desapercibidos los tímidos cambios por los padres aunque ya en el punto de mira del cura y del alcalde. En el tercer curso, no llegó a la Semana Santa como maestro del pueblo. El cabo de la guardia civil se presentó en la escuela acompañado por un guardia raso y lo sacaron esposado ante la vista de todos sus alumnos que no entendían por qué la Guardia Civil se llevaba a un maestro que no daba capones, que no ejercía la agresión física y que les sacaba de la escuela para enseñar en el campo.

Treinta años después, tras haber cumplido condena de cinco años por comunista, y tras dejar obligado la escuela y tener que ganarse la vida como tendero en una droguería, aún recibe quincenalmente la visita de alguno de esos chavales que aprendieron a vivir otra Castilla con la mirada de Machado, que asimilaron que el saber siempre es importante y ayuda en cualquier momento de la vida y que la libertad no consiste en hacer lo que uno quiere sino en no hacer daño a los demás.

 


 

Tiempos viejos, tiempos salvajes

Vivimos en una coyuntura de tiempos revueltos, en la que, a consecuencia de nuestra estupidez, hemos dejado que saltara por los aires todo aquello que nuestros ancestros construyeron a base de tropiezos, de mucho sufrimiento y sobre todo, de mucha sangre.

De nada sirven ya los tratados internacionales y las normas básicas que firmaron los estados para evitar que la humanidad siguiera siendo el lejano oeste en el siglo XIX. Hoy, cualquier país puede asesinar impunemente ejerciendo terrorismo de estado (como USA ha hecho hace unos días en Irán o Israel hace casi todos los días en Palestina) sin que ningún otro gobierno u organismo internacional tenga la decencia de, como mínimo, advertir que no se puede consentir la política del matonismo. Hoy unos iluminados evangelistas pueden dar un golpe de estado, asesinar, detener, incluso asaltar la embajada de otro país sin que la ONU, la OEA o cualquier otra cazuela internacional de vividores diga absolutamente nada, o lo que es peor, incluso manipulando para legalizar lo acaecido. Hoy un estado puede tener a todas sus mujeres secuestradas, puede asesinar a uno de sus opositores, llegarse a averiguar que es el propio estado el que ha encargado el asesinato y además de que no se le cierran todas las puertas, se les premia presidiendo la Comisión de los Derechos humanos de la ONU, llevando competiciones nacionales de fútbol de otro país a su territorio y encargándoles la organización de la fase final de un mundial de fútbol.

Hoy, la historia ya no es el relato fiel de lo sucedido, ni siquiera bajo los ojos de los vencedores sino la narración interesada, la interpretación osada que se hace para justificar los desmanes y ejercer la tiranía política.

Esta semana pasada se cumplían ocho años del fallecimiento del ministro franquista, vicepresidente del gobierno de la dictadura, ponente de la Constitución del 78, creador de Alianza Popular, maestro y mentor del tipo más execrable e infame que nos ha dado la historia de España, diputado, senador y presidente de la Xunta de Galicia. Como la historia ya no se cuenta como es, sino como interesa, el Partido Popular y toda la fachiprensa se han cuidado muy mucho de recordar que Fraga fue un destacado miembro del Movimiento Nacional y ministro y vicepresidente de la dictadura franquista. Olvidando sucesos tan canallas como la matanza de Vitoria el 3 de Marzo de 1976, siendo Fraga Ministro de la Gobernación (hoy Interior), en la que la policía desalojó a tiros una iglesia donde estaban en asamblea 4.000 trabajadores matando a cinco de ellos e hiriendo a más de ciento cincuenta.

Han resaltado que es uno de los padres de la Constitución. Como si eso fuera un gran mérito en una España en la que se asesinaba a sangre fría a abogados laboralistas en su despacho, en la que te podías encontrar en una esquina con media docena de hideputas fascistas que te zurraban con cadenas y te mandaban al hospital por el simple hecho de llevar el pelo largo o una camiseta del Che. Ya casi nadie se acuerda que a las elecciones para Cortes Constituyentes del 15 de junio de 1977 no acudieron partidos como Izquierda Republicana, Acción Republicana Democrática Española o Esquerra Republicana de Catalunya. Formaciones que no pudieron concurrir bajo el pretexto de ser contrarias a la forma del estado.

Con estos moldes, miedo a la extrema derecha, sin partidos contrarios a la monarquía, con un PSOE dirigido por un topo del franquismo y con un PCE legalizado a condición de abandonar el republicanismo, ser uno de los franquistas más destacados del régimen te daba casi todas las papeletas en el sorteo de las ponencias constitucionales. De aquel molde salió esta Constitución tan suigéneris que entonces rechazaban el 90 % de los franquistas y que hoy interpretan a su interés.

Estamos tan ciegos que no vemos como los que entonces se oponían con todas sus fuerzas (y violencia, no olvidemos los más de 600 muertos por terrorismo fascista y violencia policial entre 1977 y 1985) hoy son los que nos hacen bailar a son que ellos tocan reabriendo debates que ya estaban cerrados desde hace casi cuarenta años como el de la propiedad de los hijos y el de la libertad de la mujer.

Todo ello con la impagable ayuda de los medios de incomunicación, sobre todo la Televisión aunque también esa prensa escrita que se mantiene a base de subvenciones porque con lo que veden no serían capaces ni de pagar las extras del director (El País 85.000 ejemplares, El Mundo 56.000, ABC 52.000, La Razón 30.000, …). Todos los medios de prensa en papel y TODAS las televisiones que emiten en abierto practican lo que este humilde plumilla llama hijoputismo liberal. Todos defienden la política de la constricción para el gasto público y de las subvenciones a fondo perdido para el negocio privado. Todos defienden los intereses de quienes pagan sus nominas: bancos, fondos buitres e inversores especuladores. Ni un solo medio hay que defienda a los trabajadores (como en Francia “Liberation”, por ejemplo) y sus intereses. Ninguno defiende la inversión en servicios públicos porque entre otras cosas, un estado que invierte en lo público es un estado que acaba con las desigualdades y sobre todo con las exenciones fiscales y la ingeniería financiera para evadir impuestos.

Con este panorama estamos perdiendo una guerra sibilina en la que los muertos lo son en la intimidad de la pobreza de sus hogares, en la que los represaliados están en el inmenso campo de concentración de la vida (pobreza, miseria, vivir en la calle, hambre, recoger alimentos de la basura,…) y en la que la llamada a filas se hace de forma oculta, anónima e individual (únicamente lo vemos cuando nos toca de lleno). Mientras, aquellos que pregonan que los demás viven de las subvenciones, no han trabajado en su vida, siguen sin hacerlo y utilizan el sistema que tanto odian para medrar.

O espabilamos y dejamos de seguir el juego de los que nos han martirizado durante más de cuatro siglos o acabaremos todos bajo el yugo de sus caprichos. Si eres joven y estás leyendo esto, la historia que ilustra este artículo está basada en un hecho real sucedido en el franquismo. Si eres mayor, recuerda como íbamos a clase. La leche en polvo, la estufa que no calentaba ni al propio maestro, los capones, la varita del profesor, los tirones de oreja y de pelo, la miseria, el blanco y negro frente al color, la muerte en vida durante la Semana Santa, la misa obligatoria, el miedo permanente.

¿De verdad crees que aquello era mejor?

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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