Para la gente más joven, que residen fuera de Catalunya, puede parecer que el sentimiento independentista catalán es algo nuevo o que ha surgido a raíz de la disminución del poder de España en su conjunto dentro del panorama internacional. Es posible, incluso, que se piense que el rupturismo catalán está demodé, por lo que los propios catalanes son llamados a reingresar en la cordura europeísta y españolista que los atrapa en sueños imposibles e inviables. Se puede pensar, o creer, o ansiar, que España se debilita económica, moral, militar y políticamente, y que ese debilitamiento es aprovechado por los independentistas para forzar su objetivo: el de construir un país propio, de cero, sin esos vicios que achacan al resto del “Reino de España”. También, y eso sería un error, hay quien piensa que con la independencia se solucionarán los problemas económicos de Catalunya. Hay catalanes, lo sé, que están convencidos de que con una nación independiente, en el sentido estricto de la palabra, sin la ligadura de los que, según ellos, atenazan a una España absolutista, no solo serían más felices, sino que esa autonomía de acción los encaminaría a una República cuasi perfecta que además sería la envidia de otros países del entorno. Envidia que por otra parte podría crear, de salir bien, un efecto dominó en otras regiones europeas.

    He vivido en Catalunya durante los suficientes años como para haberme empapado del «Fet diferencial». Hace cincuenta años mis padres y mi hermano viajaron hasta Barcelona. Allí trabajaron, estudiaron y murieron. Están enterrados en el cementerio de Caldes d’Estrac. Catalunya siempre ha sido tierra de oportunidades y tierra de acogida. Decía Gabriel García Márquez que uno no es de un lugar hasta que no entierra a nadie. Si le hacemos caso, y debemos hacerlo, yo soy en parte, en una gran parte, catalán. No justifico, pero comprendo, los pasos andados hacia esa, a todas luces, debacle. El “procés” se ha convertido en un atolladero del que, como ya ocurriera hace más de medio siglo, los propulsores no pueden recular porque se convertirían en unos vencidos. Y, lo sabemos por experiencia, los vencidos terminan siendo humillados. Y no hay nada peor para construir una nación que la humillación de los vencidos.

Para hablar lo primero que hay que hacer es escuchar. Se hace tarde para hablar, pero nunca se hace tarde para escuchar. El sentimiento independentista es anterior a todo este proceso. Mucho antes, en los años 60 y 70 yo estuve viviendo en Barcelona, donde cursé la EGB y más tarde el instituto en Mataró, y el sentimiento independentista ya existía. Existía en el tardofranquismo y no desapareció con la muerte del dictador; sino que se reforzó y se tornó más legítimo. En varias ocasiones escuché a compañeros del instituto decir la frase: «Yo no me siento español». Y estoy hablando de los años 70. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que el Fet Diferencial catalán ha existido siempre y que su arraigo va más allá de la crisis, de la monarquía, del PP, de Rufián o de cualquier estandarte que aflore en unos tiempos tan convulsos como inquietantes. Un sentimiento así, como el catalán, no desaparece, ni se desvanece, ni se controla. Al contrario, un sentimiento así: crece.

Han llegado los tiempos de escuchar y de hablar.

 

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Escritor conocido por sus novelas de género policíaco. Ha impartido clases en la Escuela Canaria de Creación Literaria, es colaborador del Diario del AltoAragón y del El Periódico de Aragón. Ha sido el organizador de las diferentes ediciones del Concurso literario policía y cultura (España) y colabora en la organización del Festival Aragón Negro en las actividades convocadas en la ciudad de Huesca. Desde el año 2012 es considerado el creador del término Generación Kindle, nomenclatura utilizada para referirse a una serie de escritores surgidos de la edición digital. En el mes de enero del año 2013 fue uno de los seis finalistas preseleccionados para optar al Premio Nadal en su 69º Edición con la novela La noche de los peones.

1 COMENTARIO

  1. De los sentimientos a los hechos. Los sentimientos se han sobrepasado.
    Habla usted de sentimientos -también viví los ´70 y no me propongo imponérselos a nadie- y estos en las sociedades avanzadas deben permanecer en el ámbito particular, de ahí que se hayan apartado sentimientos religiosos o étnicos de nuestra Constitución-. Sentimientos tenemos todos, y seguro que algunos chocarán con los de mis semejantes; un fuerte sentimiento mueve a Isis y un sentimiento nacional movía a los bosnios. El sentimiento nunca justificará la legalidad de hecho alguno.
    De hecho buena parte de los españoles convivimos tranquilamente con nuestros sentimientos sin molestar a nadie.
    Si estos sentimientos quieren ser, además, argumentos para apropiar para unos pocos un territorio, unas playas, calles, imágenes religiosas, puertos, aeropuertos, etc que son de todos ya va más allá del sentimiento

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