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Tiempo de batracios

Braulio Llamero
Braulio Llamero
Escritor. Su última novela, recién publicada, “Lo que nunca se contó de Artemio”. Su último libro para niños, “¿Puedo borrarme de vampiro?”. También es periodista y ha trabajado en medios locales y regionales de radio, prensa y televisión. Fue columnista diario durante décadas en La Opinión de Zamora (donde también fue director) y Tribuna de Salamanca, entre otros. Más información en www.brauliollamero.com
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análisis

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A Esperanza Aguirre el estanque madrileño del PP, cuando ella era la baranda, se le llenó de ranas, que no paraban de llenar la tripa mientras descuidaban las de sus administrados. Y Casado, para no ser menos, está empeñado en mostrar su colección de sapos en el mejor escaparate, las más altas instituciones del Estado. Contra toda sensatez y sentido de Estado, se viene negando el joven y menguado líder de la oposición a cumplir con sus deberes constitucionales de renovación de órganos máximos, como el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo y, sobre todo y entre otros, la joya de la corona, el Consejo General del Poder Judicial, con el que manda por poderes en lo que debería ser contrapeso, contrapoder y órgano férreamente independiente. No entremos en los motivos, porque no existen. Lo demuestra la cambiante sucesión de excusas que ha ido soltando, según le conviniera.

Sencillamente, Casado es un líder inseguro, que teme ser tomado por blando en la charca de su partido, repleta de tiburones, pirañas y, por supuesto, todo tipo de batracios. Si ahí, con esa compañía, te toman por blando, date por zampado en un periquete. Así que el hombre, muerto de miedo, ha de fingirse firme, seguro y sólido, y por eso, contra toda razón, se niega a pactar con el Gobierno incluso lo que es su obligación constitucional. Teme al del bigote evanescente. Teme a los camorristas del militarista que no hizo ni la mili. Teme que en cualquier momento le muestren la salida de la charca por no haber sido campeón mundial de la dureza. Y con tanto miedo, como hacen los chuchos pequeñitos e inofensivos, ladra todo el día y a cuantos lo miran para dejar claro que defenderá su territorio hasta el último suspiro.

El caso es que al final ha tenido tantas presiones, en particular de la Unión Europea y de sus colegas exteriores, que se ha tenido que avenir a renovar alguno de esos órganos. O sea, todos menos el Gobierno de los jueces, donde su partido tiene una mayoría a la que jamás va renunciar voluntariamente. Que le den a la Constitución. El caramelito del Defensor del Pueblo, como no sirve para nada, se lo cederá al Gobierno, ya que tiene mayoría y para que vea su generosidad. En el Tribunal Constitucional, que es decisivo, no perderá su mayoría conservadora, porque le tocan dos peones y otros tantos a los adversarios. Así que cumple sin gastar. Eso sí, que nadie piense que se ha ablandado. Sus candidatos al Constitucional son de libro: justo lo opuesto a lo que dice la Constitución. Nada de elegirlos por su valía e independencia. Lo mejor que había en casa, en sus trastienda, fieles servidores de larga hoja de servicios. Y que se atreva el Gobierno a rechazarlos, porque a ver cómo vuelve decir que es el PP el que bloquea. En suma, el PP acaba de enviar al Constitucional un par de sapos que más bien parecen lobos con piel de corderos o, mejor, elefantes disfrazados de sapos. La “querida Concha”, de Cospedal y, sobre todo, el inefable Arnaldo.

Hay que rendirse a la evidencia: tenemos poderosos antisistemas disfrazados de constitucionalistas que lo hacen de maravilla. Es tiempo de batracios. Unos (PP) los ponen sin cortarse un pelo y otros (PSOE y UP) se los tragan sin un solo pestañeo. Qué vomitonas nos esperan.

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