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Tesoros hundidos, la España inédita

Juan-Carlos Arias
Juan-Carlos Arias
Agencia Andalucía Viva. Escritor
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análisis

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La Hispania romana maravilló a su metrópolis por sus activos comerciales, riquezas minerales, alimentarias más aguerridos legionarios fieles al Imperio. Sus costas, excluyendo Lusitania (hoy Portugal) e incluyendo islas Canarias y Baleares, acumulan 5.978 kilómetros repartidos entre mar Mediterráneo, Cantábrico y océano Atlántico. La estratégica Península Ibérica es apéndice del continente europeo que casi toca el norte de África, domina el estrecho de Gibraltar y es plataforma ideal hacia las Américas.

Pueblos prehistóricos, griegos y fenicios constataron además la fertilidad de tierras hispanas, sus enclaves, baluartes y rutas que interconectaron norte y sur, meseta central con el este y oeste más el eje mediterráneo. Los romanos localizaron en Finisterre el fin del mundo entonces conocido. Antes regaron de puertos, factorías del apreciado Garum y rutas navales su colonia ibérica.

La posterior aventura imperial americana, africana y asiática hispano-portuguesa desde el siglo XV hasta primeros del XIX fortaleció esos puertos. Desde los mismos se concibieron rutas por aguas de los cinco continentes. Aquel tráfico naval exportó cultura, catolicismo, lengua, aventureros, tropas y clérigos. Importó especias, metales, cultivos, mestizajes y repatrió, con el tiempo, fortunas criollas que al cabo aburguesaron la corte imperial.

Tanto flujo, durante siglos, hundió navíos de pasaje, carga y bélicos que reposan en el fondo marino. Hasta allí los llevaron tempestades, cañonazos del enemigo o motines a bordo. Los miles, centenares de navíos, esqueletos, mercaderías y tesoros se concentran en el litoral Cantábrico, rías gallegas, vértice de Finisterre, sur del Cabo de San Vicente, bahía de Huelva, Barra de Sanlúcar, Estrecho de Gibraltar, aguas de Alborán y costas mediterráneas españolas fundamentalmente. Debemos sumar el lecho del Guadalquivir desde Sanlúcar de Barrameda hasta Córdoba y del Guadiana en su tramo final.

Gran parte de la historia española está bajo sus aguas marinas y fluviales. Los expertos hasta hoy basan sus averiguaciones al respecto en hojas de ruta, manifiestos de carga y testimonios de polizones o supervivientes. Hay mucho por reflotar e inventariar. Ese activo por valorar es una asignatura pendiente, es inédito.

Los sucesivos reyes españoles desde Isabel y Fernando, dictadores y breves repúblicas, consideraron que lo atesorado en sus aguas merece el respeto póstumo del héroe caído en batalla. A ello se unía la imposibilidad técnica del reflote. Pero esto es ya es también historia. La ciencia alcanza ya, con la mano y mente humana, las más profundas simas marinas y fluviales.

Los buzos, hasta el siglo XX, apenas se sumergían a decenas de metros. Actualmente hacen inmersiones de centenares de metros con o sin robots dotados de brazos, cámaras y capacidades increíbles hasta hace poco. Esa tecnología se usa por científicos, militares, historiadores y hasta la perfeccionan los piratas de los siglos XX y XXI siempre atentos a los avances para sus empeños. Antaño, como sabemos, los piratas rapiñaban a bordo y en puerto y se repartían el botín en recónditos parajes donde se mataban tras el festín expoliador.

Otros piratas más artesanos bucearon el litoral español recuperando restos arqueológicos durante el siglo XX. Los había aficionados a pulmón, profesionales con escafandra y hasta pescadores que hacían negocio con redes sin peces. Tal pirateo no esquilmó nada sustantivo.

Según el inolvidable profesor y doctor en Historia Fernando Serrano Mangas (1954-2015), de la Universidad de Extremadura, considerado máximo especialista de tesoros hundidos en navíos sumergidos en el litoral español, hay miles de toneladas de lingotes y monedas de oro y plata bajo las aguas territoriales. Sólo cerca de las costas onubenses y gaditanas cifró el número de embarcaciones en casi mil, de las que casi cuatro centenares tendrían sus bodegas intactas de mercancías, hoy millonarias, por el oro que transportaban. Otros expertos jamás desmintieron sus palabras y escritos. Serrano vaticinó que, reflotando y poniendo en valor tales tesoros, podría hasta liquidarse la deuda española, que suma poco más del billón de euros en 2018.

Serrano indicó a Diario16 que extraer estos activos españoles no costaría mucho con la tecnología disponible (mapas satelitales y drones submarinos, robots sumergibles, sonar, radares, rastreadores de estructuras y cuerpos metálicos e imágenes virtuales por infrarrojos) si consideramos el elevadísimo valor por sacar a flote.

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El historiador, no obstante, también señaló un gran obstáculo para hacer realidad sus pronósticos. El lobby que fija el precio del oro y plata en mercados internacionales está en contra de reflotar esos tesoros submarinos españoles. La cotización de tales metales bajaría considerablemente. Nos tememos, por tanto, que esperaremos más años para sustanciar esa realidad oculta que documentó Serrano.

SUPERPIRATAS DE ODYSSEY

En el siglo XXI los piratas lucen chaqueta y corbata. La desaparecida Odyssey Maritime Exploration (OMEX) hasta cotizó en la bolsa neoyorquina (Nasdaq). En 1994 la fundó  Gregory Stemm. Sus agresivos expolios de tesoros submarinos los disfrazaron en radares y a las autoridades con licencias distintas a sus objetivos de rapiña. Sus campañas y proyectos generaron polémica entre arqueólogos de Bahamas, México, Colombia y República Dominicana.

Hasta España destacó OMEX en Sotogrande (Cádiz) sus mejores navíos (Ocean Alert, Minibex  y Odyssey Explorer). Atracaron allí con licencia -en 2002- del almirantazgo británico. Oficialmente, proyectaban reflotar el HMS Sussex, hundido en 1694. Los británicos les acogieron después en Gibraltar antes de huir a Tánger ya con el botín a buen recaudo. Los últimos lingotes y monedas volaron en 2005 a bordo de un Boeing 757 a Florida (USA).

En plenas negociaciones de cosoberanía hispano-británica de Gibraltar que impulsó el gobierno de Rodríguez Zapatero, OMEX en realidad se amparó en su licencia británica para reflotar el navío español ‘Nuestra Señora de las Mercedes’. Su tesoro lo lanzó al mercado en 2007 pero recuperado bajo otra identidad de navío (‘Cisne Negro’-Black Swam Project).

Al incluir el tesoro lingotes y monedas de oro y plata españolas se confirmaron las peores sospechas del pirateo en propiedades españolas. Extraños hurtos en sumario de juzgado linense, nexos masónicos y turbias conexiones de OMEX con espionaje británico en Gibraltar y norteamericano en Rota activaron todas las alertas de las autoridades españolas.

El expolio de los piratas norteamericanos en aguas españolas sigue dejando intacta gran parte de nuestros tesoros. La firmeza española llegó tarde

En 2012 el Tribunal Supremo de Estados Unidos ratifica condena judicial en Tampa (Florida) a OMEX para devolver lo hurtado, cuyo valor se aproxima a los 500 millones de dólares. El ejecutivo de Obama avaló el reintegro del botín aunque expertos del caso indican que OMEX devolvió apenas un 5% de lo reflotado de ‘Nuestra Señora de las Mercedes’. El Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena da fe de ello tras inventariar la ‘chatarra’ que sobró tras vender el botín a Museos, coleccionistas, inversores, en internet y entre accionistas de OMEX. En Cartagena constataron que, en lo devuelto por OMEX, hay monedas posteriores a 1804.

El golpe que dio a España el ‘Caso Odyssey’ desató una caza indiscriminada ante cualquier navío o buzo que vaya más allá de los permisos oficiales, que se dan excepcionalmente desde que a OMEX se le destapó su operativa. El expolio de los piratas norteamericanos en aguas españolas sigue dejando intacta gran parte de nuestra historia y tesoros. La firmeza española llegó tarde. Se parece a espantar las gaviotas del océano con misiles. Lo que OMEX buscó, encontró y vendió son gotas de agua en un océano.

EL FIASCO DE BAHÍA 2

OMEX labró su ‘estrategia española’ hábilmente. Contrataron bufete y agencia de comunicación en Madrid. Destapó a competidores y testigos incómodos cuando graves acusaciones se dirigían hacia su modus operandi. Claudio Lozano, arqueólogo y doctor universitario, es aficionado a las denuncias. En 2005 estuvo en Seprona de Huelva, pues colaboraba con la Guardia Civil identificando arqueología submarina. Allí compareció como responsable de una empresa de buceo y oculta que colaboraría con OMEX. Dijo haber oído una conversación en un bar del Puerto de Mazagón (Huelva); en la charla se asocia a un barco llamado ‘Louise’, atracado en Puerto de Santa María (Cádiz), con piratas de restos arqueológicos. La denuncia acaba tramitándola el Juzgado de Instrucción número 4 de Cádiz. Lozano había sustanciado el ‘Caso Bahía 2’. Su denuncia fue ‘avisada’ a cúpulas del Ministerio del Interior y Guardia Civil, la que no cayó en saco roto.

Poco después, dramatizando un operativo de película, la UCO, que incluyó helicóptero, lanchas y decenas de efectivos desplazados ex profeso desde Madrid, abordan el ‘Louise’. El buque tenía bandera de Saint Vicent & Grenadines y lo fletó John Foster. La redada imputa a la tripulación del buque de Foster, que se muestra sorprendida del abordaje tras mostrar licencia española para muestrear fondos marinos del estrecho gibraltareño en busca de combustibles fósiles. No había, pues, nada que incautar a bordo, excepto armas reglamentarias del capitán y oficiales del barco y restos de ínfimo valor arqueológico según dictaminaron peritos.

Días después, una concurrida rueda de prensa de la Benemérita en Sevilla muestra a periodistas españoles y foráneos el botín del ‘Bahía2’. Apenas unos mapas, armas del capitán del buque y un llamativo ‘kit del expoliador’, que resultó ser una mochila escolar. No había presas de piratas siglo XXI. A posteriori, decenas de encartados inicialmente fueron absueltos, entre ellos dos agentes de la Guardia Civil del Mar por supuesta revelación de secretos. Su atribuido ‘delito’ fue comunicarse telefónicamente, al constatar que no había nada de tesoros arqueológicos a bordo del ‘Louise’. Sólo faltó Torrente por allí el día del abordaje.

El ‘caso Bahía 2’ detuvo, entre otros, al prestigioso naufrólogo italiano afincado en Sevilla Claudio Bonifacio en su casa trianera pues jamás navegó en el ‘Louise’. Le incautaron mapas, libros, apuntes y estudios aún no devueltos tras casi 14 años de instrucción. Su mochila personal fue el ‘kit’ del expoliador. El expediente judicial lo han conocido ya varios magistrados, carece de acusación de fiscalía y a ningún investigado se fijaron medidas cautelares. A las defensas se les ofertó recientemente zanjar, con multas ínfimas, un fiasco que raya lo grotesco. Faltan por notificar, inclusive, actuaciones judiciales a imputados residentes en el extranjero tras casi tres lustros de diligencias a la deriva, nunca mejor dicho.

El ridículo del ‘Bahía 2’ formalizó una demanda a España ante Tribunal Internacional del Derecho del Mar de Hamburgo por 30 millones de dólares. La instó el armador del ‘Louise’ por lucro cesante y no serle devuelto el buque tras seis meses sin desprecintarse. Pero ese tribunal de la ONU no se pronunció sobre la demanda millonaria en su sentencia. El ‘Louise’ se pudre en un muelle portuense desde 2005. Nadie es responsable del desvarío. Nadie conoce a nadie.

El ‘Bahía 2’ fue y es la cortina de humo perfecta. OMEX desvió la presión judicial y policial española hacia quien consideraba competidor. Otro rival de OMEX norteamericano, Sea Hunt, firmó con el Ministerio de Cultura español un convenio para sacar los restos de las fragatas de guerra españolas Juno y Galga, hundidas frente a costas de Virginia (Estados Unidos), que conserva a fecha de hoy con derecho a comercializar el 50% de la carga.

La táctica del ‘frame up’ (montaje) le salió barata a OMEX pues Claudio Lozano entró en nómina poco después de su denuncia ante el Seprona. Después fijó su residencia en Tampa (Florida) como ‘virtual’ profesor universitario onubense al que conocen pocos alumnos y cuyo doctorado hizo tan ‘rápido’ como desapareció de España desde que estuvo en el Seprona.

REDESCUBRIR LA HISTORIA GANANDO

Las lecciones que nos dan ‘Odyssey’ y ‘Bahía 2’ laminan a los piratas de nueva planta, los más vanguardistas, tras conocer su metodología. Pero para las autoridades españolas sigue intacto un reto de siglos para recuperar la historia con mayúsculas. Ese empeño, además, se antoja muy rentable pues los restos y tesoros sepultados no sólo tienen mercado, además incrementan activos en museos y proporcionan material para científicos e historiadores. La ‘Marca España’, que sólo parece sustentarse en personajes y empresas, multiplica valor si se reflota lo oculto en las aguas patrias. El inolvidable profesor Serrano Mangas no se equivocó.

La tecnología para alcanzar miles de metros submarinos no es problema.  Con el propósito de reflotar pecios hundidos pueden usarse barcos de la Armada, o firmar alianzas con empresas y patrocinadores para recuperar propiedades del Estado. La inversión es mínima siempre. Localizar y explotar, por ejemplo, yacimientos de combustibles fósiles y minerales marinos no entraña más del 15% de lo invertido. Los dividendos son obvios y el riesgo es mínimo.

El impacto medioambiental sobre navíos hundidos no es invasivo y de baja cota. Al cabo, recuperar restos arqueológicos no daña la flora y fauna marina pues sobre sus posicionamientos se regenera el ecosistema marino en plazos muy cortos.

Poco se entiende por qué el Estado español dio licencias a piratas disfrazados, especuladores petroleros y del gas y no regula la extracción de restos arqueológicos submarinos que tienen perfectamente establecidos otros países de nuestro entorno. Dudas sobre volumen y valor de lo recuperado se solventan con supervisiones oficiales o inspectores a bordo. El asunto no merece mucho más. Vista la contundencia y éxito con que nuestro estado luchó contra ‘Odyssey’ en juzgados norteamericanos nadie dudará el celo con el que proteja el Estado su patrimonio submarino.

EL EJEMPLO DE BAHAMAS

A raíz de los abusos de los piratas modernos que no reparten botines con nadie, diversos gobiernos centro y sudamericanos restringieron licencias para explorar tesoros submarinos, en especial Cuba y República Dominicana. Colombia regula la extracción de restos submarinos aunque no firmó el convenio de Unesco junto a Panamá. Estados Unidos ha limitado durante los últimos años las extracciones para neutralizar la flota de ‘rescatadores’ privados que venden en la red lo encontrado. El mercado y los coleccionistas, más el valor facial de metales preciosos, hacen lo propio.

Bahamas, sin embargo, ha maridado dicha extracción con medios e inversores privados y la supervisión de las autoridades. Creó una plataforma llamada Blockchain, que transparenta subasta sobre lo recuperado. Inicialmente, se sustenta la oferta-demanda tras localizar al navío español ‘Nuestra Señora de las Maravillas’ en sus aguas. La empresa la dirige Matthew Arnet.

Encontramos inversores chinos: Jin Jianhao y Dingmi Jong, y es socio Cerberus International.  El ministro Don Cornish y el conservacionista marino Frederick Arnett completan un equipo que respetará los diferentes intereses que confluyen en tan ejemplar iniciativa. Bahamas está plagada de galeones hundidos en sus aguas, barras coralinas e islotes que refugiaron los piratas y botines del medievo.

Las Bahamas es un archipiélago caribeño de casi 800 islas de las que apenas 24 están pobladas. Es independiente desde 1973 aunque integra la Commonwealth como ex colonia británica. A sus conocidos atractivos turísticos, ser un paraíso inversor y fiscal mundialmente acreditado, Bahamas se añade al mapa de país que explota responsablemente sus riquezas submarinas respetando su hábitat submarino, ecosistema y el medioambiente para reflotar tesoros que, además, enriquecen la historia del mundo. Ojalá imiten a Bahamas su iniciativa público-privada más países con navíos hundidos en sus aguas.

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