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Terry Jones, un cómico al que Vox le colocaría uno de sus vetos mojigatos

Fallece el genial actor y miembro de los Monty Python que encarnó a la inolvidable madre del antimesías en ‘La vida de Brian’

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análisis

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¿Se acuerdan de él? Cómo olvidarlo, ¿verdad? Se llamaba Terry Jones e interpretó el papel de madre del antimesías Brian, una virgen nada virgen y muy casquivana y gruñona, en la inolvidable película de los Monty Python, aquella cinta mítica que explica en clave de parodia el nacimiento del cristianismo y que hoy, a buen seguro, no podría ser estrenada en los cines porque Vox le colocaría, como censura previa, uno de sus infames “pins” contra la libertad, la educación y la cultura.

A Jones le debemos diálogos antológicos, como cuando los Reyes Magos entran en el portal donde supuestamente ha nacido un mesías que no es tal y cayéndose de la silla les pregunta entre hosca y huraña: “¿Quiénes sois?”. “Somos los Reyes Magos”, responden ellos. Y la madre de Brian suelta: “¿Y qué hacéis dando vueltas alrededor de un pesebre a las dos de la mañana? ¡Pues menuda mierda de magia!”.

O aquella otra secuencia magistral en la que un seguidor y acólito del desesperado Brian entra en su casa y le dice:

−Perdone.

−¿Sí? –contesta ella.

−¿Es usted virgen?

−¿Cómo ha dicho? –se sorprende la enlutada anciana.

−Bueno, si no es demasiado personal, ¿es usted virgen? –insiste el buscador de respuestas.

A lo que la fascinante madre de Brian responde airadamente: “Si no es demasiado personal… ¡Caray con la preguntita del tío!”

El genial e irreverente Terry Jones, al que siempre recordaremos tocando el piano en pelotas (para escándalo de los hipócritas puritanos), fue codirector de los dos grandes éxitos de los Python: La vida de Brian y Los caballeros de la mesa cuadrada. Hoy nos ha dejado a la edad de 77 años, después de que en 2016 fuese diagnosticado de una afasia progresiva primaria, un tipo de demencia que le impedía hablar y comunicarse con normalidad, la peor pesadilla para cualquier humorista. Una enfermedad neurodegenerativa que provoca un deterioro progresivo del lenguaje debe ser el infierno para alguien que hace de la lengua afilada y viperina, la irreverencia total, el retorcimiento del diccionario y la sátira motores fundamentales de su existencia. Hundido en la depresión, desde que conoció el mal que le aquejaba ya no volvió a conceder entrevistas. Quizá de la mudez y el silencio del cómico se alegró más de un conservador ultrarreligioso…

El estreno de La vida de Brian (1979) supuso todo un terremoto y un escándalo para la gazmoña e hipócrita sociedad anglosajona. La película, tras su estreno en el Reino Unido, no llegó a exhibirse en Irlanda y Noruega, donde incluso se prohibió su estreno. Durante su pase en Suecia, se colgaron carteles que decían: “Esta película es tan divertida que la han prohibido en Noruega”. En su estreno en Estados Unidos, en 1979, estallaron manifestaciones de protesta, incluida la de una asociación de rabinos ultraortodoxos de Nueva York que se quejó de las supuestas blasfemias que allí se veían. Nada pudo con la grandeza de la cinta, demostrándose así que el fanatismo siempre acaba perdiendo la partida frente al talento. Las quejas de los ultras hicieron la película más grande y llegó a más de 600 salas en todo el país. Terry Jones manifestó que “no hubo ningún momento en que decidieran no hacer algo que pudiera parecer blasfemo”, aunque nunca estuvieron preocupados por cuestiones teológicas. Terry Gilliam comentó que a sus 16 años ya había leído dos veces la Biblia, “pero después decidí que la educación es mejor que la religión”. Ambos se burlaron de los absurdos beatos.

Hoy la desgracia y el dolor ya han dejado de atormentar al genio y seguro que en algún lugar, allá arriba −los cómicos tienen ganado el cielo y una butaca en primera fila para toda la eternidad por habernos hecho reír tantas veces y por habernos aliviado las penas y miserias de este mundo−, el bueno de Terry anda silbando y cantando aquello de Always look on the bright side of life (mira siempre el lado bueno de la vida), un mensaje humano y vitalista que deberían aplicarse todos esos amargados mojigatos y cínicos santurrones que nos han llovido de la noche a la mañana −como una surrealista maldición bíblica salida de una escena de La vida de Brian−, con el insufrible y estúpido nuevo moralismo ultraderechista que nos invade.

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