El día, que llegará antes o después, en el que el machismo se catalogue como un trastorno mental, que lo es, sabremos con certeza que avanzamos como sociedad por el camino correcto.

Cualquier acción que no conduzca a la ecuanimidad, irá directa hacia la tiranía.

Es insultantemente evidente que una mujer no es inferior a un hombre, por tanto, quien valora una creencia por encima de la evidencia, tiene su salud mental seriamente perturbada.

Y no verlo así es el primer síntoma.

La ideología científica tiene que cambiar para dejar de ser sierva del poder, adoptar actitudes más valientes y argumentativas que lo cuestionen en profundidad.

Es obvio que el «pensamiento» autómata machista distorsiona la realidad en el sentido de autojustificar conductas sádicas de poder sobre sus víctimas.

Crear un ambiente de terror a través de comportamientos violentos, imprevisibles en el tiempo y la forma; obligar a tener relaciones no deseadas, actos en contra de la voluntad o con daño psicofísico, es ser un terrorista sexual.

Es una de las peores perversiones que pueda haber, pues invade la esfera de lo íntimo destruyendo la candidez prístina.

La infraestructura que sostiene y retroalimenta esta miseria moral machista, es el propio sistema de poder establecido, sus instituciones y sus organismos; creando una aparente «preocupación» acerca de la mal llamada violencia de género, que cubre el expediente de lo políticamente correcto y oculta la mayor verdad: «las mujeres no nos importan nada».

Dicho y hecho tanto por hombres como por mujeres dedicadas a la política.

Todos ellos cómplices de cada maltrato y de cada muerte por esa causa.

Eso o la absoluta ineptitud para resolver un problema que, como todos, tiene solución.

Ante la inoperancia, dimisiones.

Lo que no puede ser es moverse en círculos para simular movimiento o decir que se protege con demasiados actos fallidos.

Y luego quejarse mucho con el objeto de parecer afectado.

Muy hartas ya de minutos de silencio en los cementerios.

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