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Teoría capitalistos

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Había amanecido como todos los días previos. El cielo despejado, el calor adelantado de un verano incipiente en el mes de mayo, invitaban a ir paseando al Hotel. Tras haber dejado a los niños vestidos y desayunados, las camas hechas, los cacharros fregados y la cocina recogida, salió de casa con un beso de cada uno de sus hijos y el morro torcido de su esposo que debía llevar a los niños al colegio, porque la vecina Candela, que habitualmente se encargaba de ello, se había roto el tobillo y debía permanecer en reposo al menos diez días. Andaba despacio, un poco mohína por el careto con el que su marido la había despedido, pero contenta porque el trabajo le gustaba mucho y, aunque había problemas con el cobro de la nómina, le hacía olvidar esos sinsabores que le daba un compañero insensible a sus necesidades, nada propenso a corresponsabilizarse de las tareas del hogar y muy dado a ir por la vida como un eterno soltero.

Le extrañó que al ir acercándose al hotel, no hubiera ni una sola luz encendida. Era un hotel pequeño y estaban en temporada baja, pero durante todo el año había huéspedes. Cuando llegó a la puerta, se la encontró cerrada a cal y canto. Llamó al timbre, pero no oyó ningún sonido. Acercó la cara a la cristalera de la puerta intentando atisbar a Mauricio el recepcionista de noche. Todo estaba oscuro y no había ni rastro de actividad dentro del hotel. Poco a poco fueron llegando todos los trabajadores del turno de mañana. Todos se quedaron extrañados. Llamaron por teléfono al jefe, pero una voz sin alma decía una y otra vez “el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”. Pasada más de media hora, lograron localizar a Mauricio. Apenas si le entendían. Se le trababa la lengua y arrastraba las palabras. Estaba más borracho que una cuba. Lo único que llegaron a tener claro es que le habían echado del hotel a las dos de la mañana.

Davinia, la recepcionista de la tarde, llegó al hotel cuando el barullo era grande. Les explicó que por la tarde, habían desalojado a los diez clientes que pernoctaban en el recinto. No le dieron explicaciones pero un runrún se había instalado en su cabeza. Los salarios retrasados y adeudados durante más de seis meses, hacían presagiar lo peor. Davinia había oído rumores de que el dueño se había largado con la pasta.

Tras más de nueve años como gobernanta, Gelsomina se encontró de la noche a la mañana sin trabajo, sin salario y sin paro al no tener carta de despido. Tras el cierre del hotel, se enteró de que desde hacía cinco años, tampoco habían cotizado por ella, ni por ninguno de sus compañeros, a la Seguridad Social. Ni ingresado la parte del IRPF que le habían descontado de la nómina. El hotel era una Sociedad Anónima y aunque todas las acciones estaban en manos del gerente, legalmente no pudieron ir contra sus bienes que eran muchos. Tras una batalla judicial eterna para quién tiene que vivir con el exiguo sueldo de un marido acostumbrado a gastarse en juergas más de la mitad de lo que gana, Gelsomina logró que el FOGASA se hiciera cargo de una parte de los salarios adeudados.

Con ellos reformaron un viejo caserón de pescadores y Gelsomina inició una andadura como empresaria en el sector hostelero. El pequeño hotel estaba cerca de la playa, pero no podía competir con los grandes resorts, salvo en el precio. Los primeros meses fueron duros. No había reservas por adelantado y debía de guardar parte de los ingresos para la declaración trimestral del IVA, para pagar la cuota de autónomos, el IRPF, el canon local de turismo, luz, agua, internet, … Siempre se decía a si misma que llegaría el tiempo de ganar dinero con el negocio que para eso lo había montado. Los clientes hablarían bien del hotel y unos llamarían a otros. Pero el tiempo pasaba y la situación no mejoraba. Ya se le había acabado el fondo de reserva y los huéspedes no daban para pagar las facturas. Salió del paso dejando de hacer la declaración de IVA trimestral. Casi no había clientes y por tanto, pensaba que la cuota le saldría a devolver. Meses más tarde, dejó de ingresar la cuota de la Seguridad Social. La recuperaría cuando el negocio diera para ello.

La situación empezó a mejorar después de dos años de infierno. En verano estaba todo completo y durante el resto del año no faltaban los clientes. Pocos pero suficientes.

Entonces le llegó una carta del Ministerio de Hacienda. Le reclamaban cuatro mil euros por no haber realizado la declaración trimestral de IVA durante año y medio. Ella alegó que no había tenido clientes. Hacienda no entiende de eso. Debía declarar si o si y no dependía de los clientes sino de un módulo establecido. Cuatro mil euros era una fortuna para quién está empezando a ver la salida al negocio. Y entonces la Seguridad Social remató la jugada. No había ingresado la cuota de autónomos desde hacía dieciocho meses y no se había dado de baja. La sanción era de siete mil euros.

Gelsomina no podía hacer frente a los 11.000 euros. Primero la Seguridad Social y después Hacienda, embargaron el hotel.

Gelsomina entró en una etapa de depresión que le llevó a que su marido se fuera de casa y a que los servicios sociales le quitaran a sus hijos.

Mientras digiere una caja de Lexatín entera, una voz en off de una televisión que suena tan lejana como si estuviera en otro planeta rebuzna, “es el mercado, amigo”.


 

TEORÍA CAPITALISTOS

 

Escuchaba el otro día en la radio al presidente de los empresarios madrileños, CEIM, Miguel Garrido aseverar que a las empresas se les pide responsabilidades como ser inclusivas, o solidarias, pero que el único fin de las mismas es la de ser rentables porque si no lo son desaparecen. Igualmente decía que nadie felicita a los empresarios cuando ofrecen puestos de trabajo pero que todo el mundo se les hecha encima cuando, según él, toman medidas dolorosas como tener que despedir a cientos de trabajadores.

Es decir, parece que el señor presidente de la CEIM, nos quisiera dar a entender que la contratación y explotación de los trabajadores, es un acto caritativo y no un negocio del que ellos sacan un beneficio inmenso. Nadie monta una empresa por caridad sino para ganar pasta. Y si contratan trabajadores, es porque piensan sacar de su trabajo diez veces más de lo que se gastan en ellos.

Es por cosas como estas por lo que llamo a este liberalismo despiadado hijoputismo. Este señor hacía estas declaraciones entorno a la estrategia que la empresa Airbus está diseñando con el despido de 630 trabajadores en España y otros 1.732 en Alemania, Francia y el Reino Unido. Una empresa que ha facturado 70.500 millones de euros en 2.019 no parece que tenga problemas de rentabilidad. Por tanto el despido de todos estos trabajadores no está justificado.

Cuando desde el Foro de Davos hasta el FMI, organizaciones u organismos que se han caracterizado desde siempre por defender los intereses de los poderosos, están advirtiendo que la desigualdad creciente generada por el capitalismo está poniendo en jaque al sistema democrático (un 1% acapara el 50% de los recursos del planeta), es que la situación está empezando a ser irreversible. En realidad estos foros y organismos no es que se hayan vuelto comunistas. Siguen defendiendo lo mismo de siempre, pero son conscientes de que las desigualdades no pueden seguir aumentando indefinidamente sin que los pobres acaben tomando las armas y poniendo el mundo que conocemos patas arriba.

La teoría capitalista establece que es el mercado el que marca los precios y el que establece el éxito o el fracaso de las empresas. La realidad del hijoputismo dice que los grandes emporios empresariales actúan como mafias organizadas, con la inestimable ayuda de los legisladores de cada país, y que estos emporios juegan con las cartas marcadas y siempre ganan. Ahí tenemos el caso de la empresa de refrescos de Fuenlabrada y sus incansables y luchadores trabajadores, quienes a pesar de ganar la batalla, han acabado perdiendo, mientras que la reina del azúcar sigue con ingentes beneficios y tratando a sus trabajadores de todo el mundo como mercancía.

En esto, como en todo esta coyuntura del hijoputismo que llaman neoliberalismo, los medios de incomunicación juegan un papel esencial maquillando realidades, oscureciendo e iluminando a interés, la escena costumbrista. Pongamos el caso de la cancelación del Mobile World Congress, en Barcelona. Los medios no ponen focos ni cámaras en los camareros que no serán contratados, en los trabajadores precarios de la hostelería que pensaban complementar su raquítico salario con las propinas, o en los taxistas que verán reducidos sus ingresos. No. Los medios ponen el foco en los grandes hoteles, propiedad de emporios internacionales que han visto mermadas sus expectativas y para los que el fracaso del MWC supone lo que a un trabajador perder 50 euros. Ponen en foco en los apartamentos turísticos propiedad de grandes fondos de inversión. Ponen el foco en las empresas logísticas de marisco que han visto como sus productos de lujo como langostas no tienen salida porque el ciudadano medio de Barcelona no puede permitirse pagar el precio al que lo venden. Con ello, hacen que el pueblo ignorante, que se pasa cinco horas al día absorbiendo mierda televisiva, empatice con los poderosos y haga suyos los contratiempos de la élite elevándolos a la categoría de problemas insalvables, al somatizar la situación en sus míseras vidas.

De igual manera, vemos como en el eterno problema de los precios de los productos agrícolas, los medios de la «contrademocracia» centran el problema en el gobierno. Este es un problema que tiene mucho más que ver con el capitalismo tradicional agravado por este hijoputismo que especula con productos de primera necesidad y pone trabas o liberaliza el mercado dependiendo del interés de los grandes grupos de logística y grandes superficies comerciales, que con las decisiones gubernamentales, que se toman en la Unión. ¿Dónde queda el mantra utilizado por esta carcunda mediática para los que perdieron su dinero en las estafas de las preferentes o en las del coleccionismo numismático o filatélico, de que es el mercado el que marca la diferencia entre el éxito o el fracaso? ¿Para los terratenientes asociados a ASAJA, no valen las reglas del capitalismo?

Por último, debo señalar la tragedia que sufren los trabajadores de esas empresas que se quedan con contratos a la baja que las administraciones sacan a concurso público y que adjudican a la oferta económica menor en lugar de a la que mejores condiciones técnicas ofertan. Leíamos esta semana en Público que una empresa de limpieza había reducido la jornada laboral de sus trabajadoras a diez minutos al día (Si, DIEZ MINUTOS). También que cuatro trabajadoras del servicio de limpieza del Hospital San Carlos, han sido sancionadas con 45 días de empleo y sueldo por denunciar sus condiciones de trabajo en las que no pueden garantizar la higiene del hospital por falta de productos de limpieza. El jueves aparecía en el diario.es que los vertederos vascos suben sus tarifas tras la catástrofe de Zaldibar. Es decir, que como tienen que cumplir con lo que marca el Gobierno Vasco desde hace años (y que Zaldibar han demostrado que no cumplen), ya no pueden ejercer su actividad, al precio ofertado, sin perder dinero.

Para todos estos casos, tampoco valen las reglas marcadas por la teoría capitalista.

La realidad demuestra que el Capitalismo tal y como lo concibió Adam Smith murió hace años y que estamos en un sistema de hijoputismo demente con reglas mafiosas cambiantes y amoldables a la situación que requieran los que forman parte de ese 1% que posee el 90% de la riqueza mundial. El trabajo empieza a no ser suficiente como medio de vida para un elevado porcentaje de ese 90% y la desigualdad, es la gasolina que alimenta el motor de la riqueza del 1%. Tener la ilusión de que algún día puedes estar dentro de ese 1% es igual de estúpido que morirte de hambre porque te gastas lo poco que tienes en lotería, esperando que la suerte te saque de la miseria. Hasta los capos de Davos se han dado cuenta de que o reformamos esto o acabaremos en una cruenta lucha.

Salud, feminismo, república y más escuelas (públicas y laicas)

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