Cuando tu pareja te dice “tenemos que hablar” en realidad tú ya tienes poco que decir. Nada de lo que digas cambiará el hecho de que te va a dejar.

Permite que te cuente lo que mi pareja me reservaba una víspera de Reyes de hace dos años, porque MENUDO REGALAZO.

Me llama por teléfono y me dice: “tenemos que hablar.” Quedamos en una cafetería muy cuqui de mi barrio. Yo pido una tila. Él, un café irlandés y un trozo de tarta de fresa con nata y virutas de chocolate. Eso ya indica quién está nerviosa y quién está como celebrando algo.

En el bar, entre bocado y bocado de tarta, mi novio me cuenta que ha conocido a una persona y que quiere acabar nuestra relación.

Yo flipo. Pienso: ¡Coño! Sí que ha estado aislado este hombre, porque yo conozco personas casi cada día y nunca he pensado que eso pueda ser motivo de ruptura.

Pero lo que había conocido mi novio no era exactamente una persona. Era una mujer. (Sí, sé cómo suena de mal esto último ¡¿cómo que una mujer no es una persona?! En este caso me permito hacer una excepción.)

Una mujer. Ha conocido a una mujer. Una mujer que le gusta. Una mujer que le gusta tanto que, aunque no quiere hacerme daño y en cierta forma aún siente amor por mi y blablabla, blablaba, bla bla BLA… Os lo resumo: que ya están follando.

Pese a la conmoción, tengo un momento de lucidez y en vez de llorar o montar un número, intento darle al asunto la importancia relativa que algo así puede tener a lo largo de toda una vida llena de dolores y alegrías.

Así que respiro hondo (tanto que se me mete dentro enterita la parte más ñoña de Paulo Cohelo) e intento quedarme con lo poco bueno que puedo verle a la situación en ese momento.

«Gracias- le digo- por todo lo que he aprendido a tu lado estos años. No te sientas mal por mí, lo voy a superar. Soy una tía fuerte… Muy fuerte… Te podría reventar la puta cabeza ahora mismo de fuerte que soy, pero bueno… Me tomaré esto como una experiencia más.»

Y como si en la tila, en vez de azúcar moreno me hubieran echado a Gandhi, me oigo a mi misma decir:

«Mira, vamos a hacer una cosa: pagas tú la consumición y estamos en paz.»

Y esa es la mierda de trato que hago: “Llevamos juntos once años, me pones los cuernos, pero ¿Cómo voy a enfadarme contigo si me invitas a una infusión?” ¡QUÉ IMBÉCIL!

Debería haber sido más borde. Debería haber sacado a pasear a la zorra que llevo dentro y haberme pedido un zumo de naranja. Natural. Y ni siquiera bebérmelo. Dejarlo ahí, sobre la mesa, perdiendo las vitaminas, solo para que el muy capullo se jodiera con la cuenta.

Pero no. Lo que hice fue levantarme de la mesa, darle un abrazo al susodicho y salir del bar como una señora.

Como una señora de ochenta años. Doliéndome todo.

FIN.

Notas de la autora:

1. Nada de esto sucedió jamás (así al menos).

2. En mi barrio no hay ni una cafetería “cuqui”, quedamos en un kebab en el que NUNCA ha habido tarta de fresa

3. Hice volar las pitas por el local. Sí, mis manos están manchadas de salsa de yogur.

4. Odio la tila, pero por otros motivos.

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Patricia Sornosa, cómica y persona. Como cómica cultiva un estilo directo y muy personal. El suyo es un humor combativo y sin concesiones a lo políticamente correcto, con cierta inclinación hacia los temas más escabrosos. Como persona hace lo que puede y confía en el ensayo y error como método de conocimiento. Ha grabado varios monólogos con el Canal especializado en comedia Comedy Central y también en Late Motiv, programa de televisión presentado por Andreu Buenafuente.

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