Hace unos días, en concreto el día en que Rajoy deleitaba a la ciudadanía con su soporífero discurso en la sesión de investidura, fui con una amiga a visitar a una tía suya, maestra de las de antes, que vive en una residencia de la tercera edad. La cuarta, dice ella siempre, con sorna, porque ha cumplido los noventa y está como un pimpollo. Cuando llegamos no la encontrábamos y, mientras mi amiga iba en su busca, me asomé a la sala de estar en la que estaban unos cuantos viendo la televisión entre ronquidos.
Rajoy andaba entonces en lo de siempre, que había ganado las elecciones y bla bla bla y una de las oyentes chilló “pa tus morros” mientras uno, muy formal, en primera fila pedía silencio y otro, en silla de ruedas al final de la sala, hacía un corte de mangas, no sé si a Rajoy o al formal. Seguía el sonsonete cansino, vueltas y vueltas a lo buenos que han sido los populares en estos años de gloria que nos han regalado a todos los españoles y él el mejor de todos, no en vano ha estado al frente de “¡Spaña!” para gloria suya y de todos nosotros. De repente un abuelito de rostro bondadoso, que tenía la cabeza ladeada y dormía apaciblemente, se despertó y preguntó a su vecino de asiento “¿tenemos gobierno?” y su vecino le aclaró que no, todavía no y que hablaba el Presidente y había que escuchar. El abuelito frunció el ceño, se levantó con garbo y salió de la sala no sin antes informar al auditorio de que mejor sería jugar un guiñote que aguantar esa perorata. El formal volvió a pedir silencio algo airado y el de la silla de ruedas esperó a que volviera a mirar la pantalla para repetir el corte de mangas.
En estas estábamos cuando llegaron mi amiga y su tía y, tras los saludos y besos de rigor, la tía me agarró del brazo y me obligó a salir de allí porque ella a Rajoy, así me lo dijo, no lo puede ver ni en pintura. Mi amiga le recordó que por ninguno de los líderes actuales da ella un euro y, en efecto, reconoció que éstos, a los que llama “los cuatro jinetes del Apocalipsis”, pueden por ella hacer las maletas, que no piensa echarlos de menos. Salimos al patio y allí la tía estaba ya en su salsa porque, sentados bajo unas moreras bien frondosas, estaban los suyos, su tropa, esto es, todos los desafectos del marianismo.
Uno de ellos, que, paradojas de la vida, se llamaba Mariano, se levantó al verla llegar, le ofreció su asiento y le dijo que ya tardaba y que respirara enseguida para librarse de los miasmas y del aroma a rancio que salía del televisor e impregnaba el edificio. Mariano llevaba la voz cantante en aquel corro singular en el que se sucedían las lindezas contra el Presidente, en funciones, añadían todos tras dar su opinión sobre el interfecto y lo decían con guasa y también con el deseo de que dejara de serlo cuanto antes. Una, muy modosa, se atrevió a decir que mejor que todo siga igual por si llegan otros y acaban quitándoles las pensiones y ahí ya empezó un murmullo no exento de preocupación y se notó un cierto desbarajuste, que Mariano logró serenar con una mano izquierda increíble y la ayuda inestimable de la tía de mi amiga, que lo apoyó sin fisuras y se sentó al lado de la modosa, una buena amiga según nos dijo, le dio un abrazo y la convenció de que no se dejara comer el coco por la “derechona”, que siempre está sembrando el miedo y la confusión.
Cuando llegó la hora de irnos, Mariano, que había descubierto, tras un interrogatorio tenaz sobre mis orígenes, que era primo segundo o tercero de mi padre, rama materna, me dio un par de abrazos y se empeñó en salir a despedirnos, gayata en mano, aunque en cuanto se alejó de la mirada de las cuidadoras, se la echó al hombro y nos demostró de qué forma la utilizaría para echar del poder a todos estos “mangantes”. En la puerta estaba el abuelo del guiñote, que preguntó ansioso ¿tenemos gobierno? Y Mariano le contestó socarrón: “qué me sé yo”, con un acento aragonés de Lagunarrota inconfundible y, por detrás, se llevó el dedo a la frente y le dio un par de vueltas mientras nos miraba divertido.
Aprende síntesis. Aburres hasta las piedras. La diarrea de palabras no es ninguna virtud…
No te lo decimos con mala voluntad pues sabemos que la tuya es buena del modo que el régimen politico de Rajoy también tiene y se pretende virtuoso que había descubierto, tras un interrogatorio tenaz sobre mis orígenes, que era primo segundo o tercero de mi padre, rama materna, me dio un par de abrazos y se empeñó en salir a despedirnos, gayata en mano, aunque en cuanto… así de mal y oscuro escribes y no entiendes ni tú, un poco de respeto para el lector.