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Telekinesia telemática

Pedagogía telecinética

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Para Antonia Fernández

y Rafa Zamora,

los dos saben por qué

Esto de dar clases por internet es, no nos engañemos, una transmisión de vídeo en tiempo real y por tanto es grabable y reproducible. Sus contenidos pueden ser alterados, montados, manipulados, y en última instancia se supone que no son obras diseñadas para la transmisión sino el rodaje de un evento que, por tanto, así saldría de su contexto: lo que ocurre en una clase, no es lo que se ve en una grabación de lo que ocurre en una clase.

El acto de la enseñanza en un aula tiene algo de íntimo, en el sentido de que sólo quienes están allí tienen las claves íntegras para su interpretación. No estoy en contra, me alegra ver a todos esos superprofesores y maestras del tutorial que enseñan trucos para aprobar matemáticas o que piensan que la mecánica cuántica se aprende viendo sus vídeos, no soy yo quien niegue sus méritos. Pero tengo claro que son una forma de enseñar que nada tiene que ver con lo que ocurre en un instituto o en una universidad: son “ad hoc”, la Enseña de verdad abre mentes (abría) y afianza estructuras para ampliar conocimientos.

Mis clases son la acumulación y el olvido de lo que he leído o estudiado… y lo que leo o estudio aún; no tengo libro de texto ni apuntes, porque para mí pocos ejercicios preparatorios mejores para un intelecto (desarrollo de competencias lo llaman con cierta soberbia pseudotécnica) que ser capaces de sintetizar el discurso abierto y sin prefijar de una conferencia. Les recuerdo que durante un tiempo esto era parte de la prueba capacitante para ir a los Estudios Superiores. Si alguien me grabara, me vería a mí dando clases pero eso no sería una clase; si el público es muy poco, podríamos acercarnos al ambiente del aula, con prevenciones; mas no se pueden sustituir los ojos abiertos de una alumna que de pronto se siente atraída, o la mirada en el extravío de lo de allá elevándose por la ventana hacia la calle del melancólico, todo forma parte de acto de enseñar y aprender… Una broma tiene una función, vista desde fuera puede ser incomprendida.

Con esto de la pandemia se afianza la alternativa telemática; hemos inaugurado, sin consultar a los implicados, la era del teleaula, la pedagogía telecinética. Muy apocalíptico, anuncié por aquí que esto supondrá el fin de las aulas de ladrillo, que sólo existirán espacios físicos visitables como referencias. De aquí a un cuarto de siglo los centros de enseñanza serán muy pocos y el profesorado un resto exiguo de lo que es hoy: canales de vídeo sustituirán a las clases para una mayoría. El aula y el profesorado con presencia serán otro lujo más para quienes puedan tener pinacotecas, bibliotecas, una pianola o un piano en el salón para tocar a John Field, y sirvientes y Sanidad exclusiva y personalizada… El resto nos formaremos lo suficiente, no más, como siempre ha intentado el Poder: la Enseñanza Pública constantemente transita entre el deseo libertario progresista y el velado (o no) intento de conservar los privilegios del reaccionarismo.

Pero me dirijo a usted docente y lo hago un poco mosqueado, porque me parece que somos dóciles al sentirnos culpables por la supuesta comodidad de nuestro trabajo, cedemos y obedecemos sin perspectiva crítica: si en la mayor parte de los centros está prohibido el uso del teléfono móvil por las complicaciones que conllevan las cámaras y grabadoras respecto del derecho a la intimidad, ¿de verdad esto pierde su relevancia y vamos a dejar circular nuestras imágenes y discursos en manos desconocidas? ¿Qué uso final podrían tener? (y pienso en todas las posibilidades). Desde el punto de vista del derecho, esa imagen trasmitida y grabada ¿a quién pertenece? ¿Somos conscientes de que, en Andalucía, por ejemplo, el propio Gobierno nos ha colocado en manos de Google a través de las aulas virtuales de GoogleClassroom? ¿Se hará responsable la Administración de defendernos o de financiarnos las denuncias para evitar vituperios?

Hace poco fui advertido en mi centro de que padres y madres anónimos apoyados por un anónimo Director de otro anónimo instituto estaban indignadas con el contenido de mis clases porque hablo de religiones, política, economía, empresas, ecología, arte, sexo, cine, literatura… según ellos no adecuadamente (ellos ponen el canon), a partir de aquí siguiendo el procedimiento clásico de los anónimos añadían mentiras difamatorias: persecución de alumnos por fe o política, vídeos porno, insultos, alumnado aterrado por mi actitud… lo primero que hice fue comentarlo en clase, pasamos de la risa abierta de quien reconoce lo ridículo del caso al llanto: porque nada hay más terrorífico que una denuncia anónima y falsa, sobre todo si tiene cadena de transmisión… Y no cabe la defensa, es imposible, ahora miro por el pueblo con resquemo porque cualquiera puede ser el inquisidor.

¿De verdad creen que yo voy a dar clase telenoséqué en estas condiciones, incluso mostrando el interior de mi casa? Por favor, neguémonos, ayudemos al alumnado afectado y reflexionémoslo sólo llegado el caso de cierre absoluto, pero jamás por imposición ni obligación sin calibrar, sustituyendo las clases por esto… Si ya es difícil mover una mente a distancia, imaginen mediando una frontera electrónica… ¡ingeniosos!

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