A finales de la década de los cincuenta y durante los años sesenta del siglo XX, España experimentó una ola de movimientos migratorios causados por una necesidad de mejora. El desarrollo de la maquinaria agrícola tuvo como consecuencia la reducción de la necesidad de mano de obra, lo cual provocó un éxodo rural que llevaría a extremeños, andaluces, murcianos y manchegos a abandonar sus lugares de origen para buscar un mejor futuro en las tierras del norte, que sufrirían una industrialización mayor con apertura al exterior una vez se pone fin al aislamiento del país. Algunos, incluso, abandonaron el territorio nacional, bien para trabajos temporales o para tener un asentamiento definitivo en Francia, Alemania u otros destinos.

Muchos de esos emigrantes o forasteros – como les llaman en algunos territorios – volvieron a sus orígenes una vez jubilados, otros, sin embargo, prefirieron mantenerse en los destinos donde se hicieron sedentarios, plazas que los han acogido y donde han echado raíces que les impiden volver para siempre al lugar que un día se vieron obligados a abandonar. Pero pese a todo, aquellos que nunca volvieron para quedarse, cada año pasan unos días visitando sus pueblos y ciudades, mayoritariamente lo hacen en el periodo estival.

Llegado Julio, Fuente de Cantos, al sur del Badajoz, ve su población incrementada por yayos y yayas que, juntos con sus hijos y nietos, vienen a disfrutar y descansar al pueblo. Les gusta recordar sus vivencias y transmitírselas a sus descendientes. Muchos de ellos buscan que sus retiros sean cercanos a las fiestas destacadas del verano, en el caso nuestro pueblo, las ferias del Jubileo (15 y 16 de agosto) y las fiesta patronales de la Virgen de la Hermosa (8 de septiembre).

Pero si algo hay de peculiar en estos retornos, son los bares y sus tapas. Yo, que soy de pueblo, siempre he apreciado el aumento de visitantes en busca de tapas clásicas, comida de pueblo, como le llaman ellos. Y la verdad, si da gusto salir a tomar un tinto o una caña, más placer da cuando te pides una tapa decente y no la típica fritanga que encuentras en muchos bares. Por eso, cuando alguien me ha preguntado por algún lugar para ir a tomar unas tapas, yo he recomendado el Rincón.

No solo por sus deliciosos platos, cocinados con antiguas recetas, sino también por el lugar en el que se sitúa, junto a un parque de césped natural, repleto de niños, y flanqueado por cuatro frondosos olmos que dan sombra y se mecen con la plácida brisa veraniega. Allí podrá sentarse y descubrir lo entrañable del servicio o, de otros que al igual que usted vayan a pasar el rato.

Magro de cerdo ibérico en salsa, cocinado delicadamente y servido sobre un plato de barro y decorado con una hoja de laurel. Mi preferida es la tapa de guarrito, tierno y con unos aliños que te hacen disfrutar del sabor de una de las mejores carnes que pueden encontrarse por la zona. Afamado es el guiso de setas, disponibles durante todo el año y con un jugoso toque picante. Ensaladilla, quesos curados de calidad y otras joyas culinarias que puede probar y descubrir si pasa por el Rincón, algunas de ellas servidas en muy pocos lugares.

Podrá usted acompañar su comida de vinos realizados a la antigua usanza, pisados y fermentados en barricas de particulares aficionados que, sin lugar a dudas, hacen caldos que nada tienen que envidiar a afamados y con renombres.

Seguro que le ha entrado hambre, ¿verdad?. Ya sabe, si quiere tapas de calidad vaya al Rincón.

 

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