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Taiwán, epicentro del pulso por el poder hegemónico entre China y Estados Unidos

Para China, la cuestión es bien sencilla: es un asunto interno que solamente les compete a ellos y Taiwán es una “isla rebelde” que algún día deberá ser anexionada de una forma permanente, como ocurrió con los casos de Hong Kong y Macao, dos antiguas colonias del Reino Unido y Portugal, respectivamente, que en su día fueron anexionadas por China sin contemplaciones

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análisis

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La crisis de Ucrania, provocada por el ataque y ocupación rusa de una parte del territorio de este país, no ha alejado del complejo tablero internacional la difícil situación por la que atraviesa Taiwán, en el punto de mira de China desde hace años y que este país considera como una “isla rebelde” y parte de su territorio. Constantemente, se repiten las provocaciones chinas, en forma de bloqueo marítimo a la isla y sobrevuelos ilegales sobre el espacio aéreo taiwanés, y la sombra de una inminente intervención militar china planea sobre Taiwán.

Los taiwaneses ya se han acostumbrado a la permanente intromisión de China en sus asuntos y también a las periódicas maniobras militares intimidatorias del gigante asiático, cada vez más agresivo en su retórica contra Taiwán y en la exhibición de su fuerza militar frente a las costas de esta pequeña isla. Para China, la cuestión es bien sencilla: es un asunto interno que solamente les compete a ellos y Taiwán es una “isla rebelde” que algún día deberá ser anexionada de una forma permanente, como ocurrió con los casos de Hong Kong y Macao, dos antiguas colonias del Reino Unido y Portugal, respectivamente, que en su día fueron anexionadas por China sin contemplaciones.

Sin embargo, Taiwán, apoyada en términos políticos pero sin reconocimiento diplomático por la Unión Europea (UE), los Estados Unidos y los aliados occidentales en la región, reclama su soberanía e independencia de China, aunque dentro de la isla hay matices entre los dos grandes partidos que se alternan en el gobierno tradicionalmente. Democratizado tardíamente, tras la muerte de su fundador y dictador sempiterno, Chiang Kai-shek, en 1975, el país inició una tímida transición a la democracia en 1987, poniendo fin a la ley marcial, y celebrando elecciones completamente libres en 1996.

El partido gobernante y dominante históricamente era el nacionalista Kuomitang, KMT, pero muy pronto un partido independentista y poco partidario de acuerdos con la China comunista, el DPP, dirigido por la actual presidenta, Tsai Ing-wen, empezó a rivalizar con los nacionalistas y ha monopolizado el poder durante años. Si en las elecciones de enero del próximo año en Taiwán vuelve a ganar el DPP y se hace con la presidencia de nuevo, las relaciones con Pekín se tensarán y el conflicto lejos de amainar se recrudecerá. El KMT, sin embargo, pretende intensificar las relaciones comerciales y económicas con China y una política de coexistencia pacífica sin hacer alarde de su soberanía e independencia, como hace ahora el DPP y su presidenta, odiada por la China comunista y considerada la máxima adalid del independentismo taiwanés.

Esta crisis entre Taiwán y Pekín tiene como telón de fondo las pésimas relaciones que mantienen los Estados Unidos y China desde los tiempos del presidente Donald Trump hasta ahora. Aparte de la guerra comercial que ambos países sostienen, China en los últimos años ha intensificado sus programas de rearme militar; ha reforzado su presencia. sobre todo naval, en los territorios que reivindica a sus vecinos; ha incrementado la persecución a sus minorías étnicas y religiosas en el interior del país; ha arrasado con todos los vestigios de lo que quedaba de la autonomía política de Hong Kong; y, finalmente, acosa desmedidamente con todos los medios militares a su alcance a Taiwán. Más de mil misiles balísticos chinos apuntan directamente a Taiwán. 

Mientras Pekín sigue reclamando a Taiwán, Washington lo apoya militarmente y le vende ingentes arsenales de armas para prepararse en caso de una guerra contra China. No cabe duda que la guerra de Ucrania ha provocado un auténtico seísmo en las relaciones internacionales y la misma está dando numerosas lecciones a todos los actores internacionales, incluyendo aquí a China, Taiwán y los Estados Unidos. Las amenazas chinas ya no caen en saco roto y en Taipei se las toman muy en serio.

¿Atacará China a Taiwán?

¿Podría  Taiwán ser invadida por China en una acción relámpago al estilo de la rusa en Ucrania? Es la pregunta del millón a la que nadie sabe dar una respuesta precisa. En mi modesta opinión, China no tiene un gran tradición militarista desde la fundación de la República Popular, en 1949, y en estos 74 años de historia tan solo ha tenido tres conflictos militares de cierta envergadura: con la India, en 1962; con la Unión Soviética, en 1969, a causa de una disputa territorial menor; y con Vietnam, en 1979, debido a la intervención de los vietnamitas en Camboya para derribar el régimen prochino de los Jemeres rojos. Una intervención militar china en toda regla contra Taiwán tendría altos costes políticos y diplomáticos para China, algo que seguramente sopesan los dirigentes chinos que nunca se aventuran a tomar decisiones precipitadas.  

A pesar de ser un Estado de facto reconocido diplomáticamente por solo 13 países y que en 1979 Estados Unidos retiró su embajador de Taiwán y reconoció a la China comunista, Washington mantiene cierta “ambigüedad estratégica” y nunca ha aclarado si defendería a la isla en caso de que fuera atacada por China. Taiwán no tiene ninguna garantía, ni escrita ni formal, de que los Estados Unidos defenderían a la isla en caso de un ataque chino, lo que siembra aún más la incertidumbre y la tensión en Taipei cada vez que China organiza maniobras militares y sobrevuela con sus aviones el territorio taiwanés. Los 23 millones de taiwaneses tienen miedo y se sienten intimidados por la gran superpotencia que es China; saben que en caso de una agresión poco o muy poco podrían hacer para defender su país. 

El viaje de la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, a la isla, el pasado año, elevó las tensiones entre China y los Estados Unidos al máximo. China celebró las maniobras militares más masivas en su historia frente a Taiwán, bloqueando por mar y por aire a la isla, y los Estados Unidos redoblaron su ayuda militar al gobierno de Taipei. El Gobierno chino acusa a los Estados Unidos de tratar de alterar el status quo, de apoyar a las fuerzas separatistas taiwanesas y de contravenir la política de “una sola China” defendida por Pekín. La soledad de Taiwán, en manos de unos Estados Unidos cuya voluntad final está en duda a la hora de defender a la isla, es evidente en la escena internacional y así lo demuestran los tozudos hechos.

Además, se da el hecho de que el presidente chino, Xi Jinping, ha convertido a la anexión de Taiwán en uno de sus objetivos fundamentales para su nuevo mandato, tal como anunció cuando fue reelegido y en el último congreso del Partido Comunista Chino (PCCH), En el cónclave comunista, amenazó con una rápida y pronta reunificación. Cada vez se detecta que el discurso nacionalista, más que los abandonados principios socialistas en una sociedad cada vez más capitalista, es la principal fuente de legitimación del PCCH y del propio Xi, teniendo en la cuestión taiwanesa su principal capital político y legitimador. No es una cuestión baladí, sino un eje central y primordial de un discurso que funciona como elemento movilizador del partido y la sociedad. Los próximos años, elecciones en Taiwán y en los Estados Unidos por medio, en el año 2024, serán fundamentales para el régimen chino y también para la ansiada isla.

De la UE, dada su trayectoria y careciendo de un ejército europeo propiamente dicho, cabe esperar una respuesta parecida a la ofrecida durante la crisis de Ucrania, es decir, si China atacase a Taiwán y ocupase la isla los europeos reaccionarían como siempre, adoptando sanciones inútiles contra China, usando su recurrente retórica condenatoria y apelando a la defensa de una derecho internacional que Rusia y China desconocen desde hace años. No es casual que ambas potencias, junto con la ultranacionalista India y la autocrática Bielorrusia, desconozcan el discurso de la UE y sus principios, alineándose en una alianza que solamente entiende la Ley de la fuerza para imponer las fronteras a sus vecinos.

El problema radica en que Taiwán no es Ucrania y su peso en la economía mundial tiene un interés geoestratégico a nivel global, ya que este país tiene la mayor industria del mundo de semiconductores, que se ha convertido en vital e imprescindible para el funcionamiento de nuestras economías. En un contexto de clara rivalidad política, militar y económica entre China y Occidente, los semiconductores se han convertido en una cuestión fundamental en las relaciones entre ambos bloques y así lo reconoció el propio Xi Jinping, cuando exhortó a los comunistas chinos a conseguir la “autosuficiencia científica y tecnológica” y reiteró que la República Popular no estará completa hasta la reunificación de Taiwán. Ambas cuestiones están ligadas para China. Por ahora, las espadas están en alto y la tensión sigue instalada en la zona sin que se vislumbre una guerra, ¿pero hasta cuándo?

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