Fueron un total de 829 las víctimas mortales de la banda terrorista ETA. Si a esta terrible cifra añadimos la tragedia de viudas, hijas e hijos, madres y padres y familiares, y quienes formaban parte de su círculo de amistades, podíamos hablar de cientos de miles. Pero, la realidad, es que el terror afectó a cerca de 40 millones de españoles –vascos o de Albacete- que nos fuimos concienciando a medida que engordaba la terrible lista de atentados, según íbamos creciendo y, hay que reconocerlo, cuando esto dejó de ser la tragedia de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado y empezaron a secuestrar empresarios y a matar políticos, periodistas, profesores universitarios y a todo aquel que, no justificara la barbarie.

Hoy, desde el respeto, no estoy sin embargo con esa plataforma de la que se hizo eco Diario16, https://diario16.com/victimas-buscan-visibilidad-ante-la-entrega-eta-las-armas/, y en la que Víctimas de ETA, políticos e intelectuales han elaborado el manifiesto en San Sebastián para pedir “un modelo de fin de ETA sin impunidad”, especialmente ante el anuncio “de una entrega de armas mediática y propagandística” que a su juicio tiene una inequívoca connotación de autoblanqueo”.

Tampoco me siento cerca hoy de Baiona. He seguido a través de la ETB cómo han dado a conocer, en una rueda de prensa celebrada en el Ayuntamiento de la localidad vasco francesa, los pormenores del proceso de desarme. Y no puedo por menos que pensar que los que daban imagen al gesto inútil de ETA de entrega de armas, como Jean Noël Etcheverry, el alcalde de Baiona y presidente de la Mancomunidad de Iparralde, Jean-René Etchegaray, y el presidente de honor de la Liga francesa de Derechos Humanos, Michel Tubiana, Mannikalingam, no tienen ni la más remota idea de la tragedia que hay detrás de todo esto.

Pero igualmente reconozco que el día en que ETA dejó de matar, de extorsionar y de secuestrar, fue probablemente uno de los días más importantes e intensos de la historia de nuestra Democracia. Porque los etarras y, quienes les alimentaron y ayudaron y escondieron y pagaron, fueron los que más trabajaron contra la libertad, los derechos humanos y la Democracia de España. Ellos, a los que se les llenaba la boca con estas mismas palabras puestas al servicio de la causa de la independencia.

Yo no les perdono. De igual forma que respeto y admiro a las víctimas directas que lo han hecho y que entiendo a quienes no pueden evitar odiarles. Pero ha llegado el momento de mirar hacia adelante. De superar la más negra página de nuestra historia reciente y de mirar hacia otro lado, sí, porque lo que ahora amenaza nuestro futuro y seguridad es el terrorismo internacional, porque esto no se acaba nunca.

Pero de igual forma que no olvido, tampoco puedo entender a quienes han hecho del victimismo una forma de vida, muy rentable por cierto. Nunca borraremos de nuestra memoria el terrible secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, ni a las víctimas de Hipercor, ni a Tomás y Valiente, ni a Buesa, ni a ninguna de las 829 víctimas. Siempre quedarán en mi memoria los atentados que tuve que cubrir como periodista en Salamanca del coronel Heredero, asesinado por ETA, o el del entonces capitán Aliste, quien perdió mucho más que las dos piernas cuando voló por los aires al dejar a su hija en el colegio. También quedará para siempre en mi memoria el primer caso que se quedó en mi retina pocos días después de mi Comunión en 1975.  Frente a mi casa, sólo una plaza de distancia, la de Gordóniz de los cines Urrutia, donde su hija y mi hermana jugaban en ocasiones, ETA asesinaba a bocajarro de varios disparos al policía Fernando Llorente en el exterior de su portal.

Y permítanme que barra para casa y recuerde a los periodistas víctimas de ETA: José María Portell o José Luis López de la Calle y a tantas y tantos que a través de la pluma, y por defender su libertad de expresión, vivieron aterrorizados, pero sobrevivieron, como José María Calleja.

ETA ha sembrado muerte, destrucción y sufrimiento. Ha generado odio y, para nuestra desgracia, provocó en los peores años de su actividad asesina la cobardía, en unos casos, y la indiferencia, en otros, de la sociedad. Esta es la historia. Yo ni olvido ni perdono, como tantas y tantos , muchísimos de ellos de mi tierra, Euskadi.

Pero con este espectáculo que hoy nos brinda ETA desde Baiona –el último afortunadamente- se acaba una historia de terror que ya sólo interesará rescatar a quienes poco más han hecho en su vida que ser víctimas.

Permítanme que hoy me quede con quienes, desde el minuto cero de su tragedia, miraron para adelante. Y que recuerde a personas de la talla de Gorka Landaburu o de Irene Villa que fueron capaces de vencer el odio y apostar por la vida.

Viendo las imágenes de la ETB, brindo por la vida, por el futuro, por la superación y por los valientes.

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