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‘Spiriman’, ¿héroe o villano?

El médico granadino que movilizó a miles de andaluces en defensa de la sanidad pública y provocó el cese de altos cargos carga ahora contra el nuevo presidente andaluz

Juan-Carlos Arias
Juan-Carlos Arias
Agencia Andalucía Viva. Escritor
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análisis

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El médico granadino Jesús Candel Fábregas llevaba años constatando cómo la sanidad pública andaluza era parte del botín corrupto de políticos presuntamente socialistas que se creyeron dueños de la mayor y más extensa autonomía española. Con o sin bata blanca, desde despachos y con sueldazos que agravian al servidor público se creó un ejército de ‘enchufados’ al régimen que germinó desde la presidencia de José Pepote Rodríguez de la Borbolla (1984-1990).

 

Antecedentes ‘cubanos’

Borbolla sucedió, desde una vicepresidencia artificiada desde la Moncloa del dúo Felipe & Guerra, a Rafael Escuredo. Este último dimitió por culpa de su ‘andalucismo’ tras fichar a ex dirigentes nacionalistas y filtrarse en prensa amiga que le erigía un chalet lujoso una constructora una constructora que ganó muchas licitaciones con el PSOE en el poder. ‘Pepote’, el que repetía que el poder tenía su ‘cosita’, instauró una laxa Cámara de Cuentas, creó la Radiotelevisión de Andalucía (RTVA), inventó incontables consejos y situó a comisarios del PSOE andaluz en consejerías políticas (Presidencia, Cultura, Trabajo, Obras Públicas…) y medulares (Sanidad y Educación).

Cuando la ortodoxia monclovita (si te mueves, no sales en la foto) de Borbolla hizo aguas lo amortizaron. Enviaron a un ministro de Trabajo desde Madrid, a Manuel Chaves (1990-2009); un ceutí que según el ex diputado Felipe Alcaraz fue ‘candidato a palos’. Si sobrevivió tantos años al frente del ‘cortijo andaluz’ del PSOE fue por inventariar el clientelismo, sostener nichos electorales, fichar más adversarios y subvencionarlo todo.

También imitó al fallecido Jesús Gil creando una administración paralela faraónica. A Chaves, acosado por sumarios, le sucedió otro ex ministro en la Presidencia de la Junta. José Antonio Griñán (2009-2013) repitió con el escudo del aforamiento como senador hasta que haya sentencia judicial con el ‘caso ERE’; uno de tantos entre el despilfarro y la corrupción.

La sanidad en tiempos de Borbolla fue tributaria de su confeso ‘federalismo’. Se configuró al estilo cubano tras regresar de La Habana cientos de sanitarios andaluces empapados de una ‘revolución’ que hasta la OMS cuestiona. Mojitos, debates y dietas serían la fórmula.

Lo aprendido en Cuba dio resultado. Se expropiaron clínicas privadas por ‘razones estratégicas’, se compraron maletines y se impuso lo soviético sobre la razón de atender al paciente. El Servicio Andaluz de Salud (SAS) heredó del franquismo hospitales, ambulatorios y centros de salud aceptables. También, una plantilla creída en la igualdad tras obtener empleos e interinidades en pruebas con cierta transparencia. El primer SAS fue una prolongación del poder según el PSOE, una hucha oculta donde intermediarios hicieron fortunas y una fábrica de experimentos del marketing electoral. La sanidad proyectaba imagen y cercanía popular.

Inventos ‘optimizadores’

El SAS, recuérdese, no asumió la política sanitaria de la transición o de la fugaz UCD en la Moncloa. Hizo práctica de hechos consumados y agravios que tropezaban en los juzgados demasiadas veces. Metabolizó afrentas entre médicos, como los MESTOS (generalistas que convalidaron especialidad sin dejar de cobrar), o los militares que -de pronto- fueron ‘especialistas’ y sus enfermeras, apenas con cursito de ‘damas auxiliares’.

Las primeras cúpulas del SAS y su Consejería se pasaban los teléfonos y activaban las puertas giratorias hasta el punto que en centros ‘expropiados’ o concertados aparcaban ex directivos que, a su vez, daban empleo a los sucesores. Las ‘listas de espera’ engordaron, algunas compras se pudrían en sótanos hospitalarios o se compraba a ‘amigos’ del partido. Un ejemplo: SAS concertó con Litomed en 1990 para operar cálculos renales apadrinada por Juan Guerra, el hermanísimo finalmente absuelto.

Lo mejor de la sanidad pública andaluza es su exótico lenguaje textual para rodear la verdad, ocultarla y engañar al bienintencionado andaluz. Ese invento merece aplauso. Hay hospitales que se inauguraron varias veces bajo pretextos de incorporar unidades, reformar plantas o concertar servicios. Se convocan oposiciones donde las plazas tienen dueños o se fomenta ‘empleo’ contratando varias veces al mismo profesional.

También, se recortan plantillas. Y se ‘optimizan recursos’ concertando lo que al cabo multiplica la factura. Se subastan fármacos para abaratar costes pagándose más que antes. O se publicitan trasplantes, humanitarismos de lágrima o avances planetarios buscando sólo el interés mediático. La única realidad, la que ocultó siempre la sucesora en la presidencia andaluza de Chaves & Griñán, es que la Junta invirtió en 2018 unos 1.166,39 euros por andaluz en el sistema sanitario, 527 euros menos que el País Vasco. Susana Díaz repetía ad nauseam que ni tenía ‘mancha’ corrupta, ni cerraba hospitales. Pero cosechó el peor resultado electoral del PSOE andaluz. Este hecho le apartó del poder a su pesar, pues se creyó perenne en la poltrona.

El mediático y ocurrente médico granadino ha tocado las teclas que más duelen a quienes detentaron el poder omnímodo en Andalucía durante casi cuatro décadas

 

‘Spiriman’ surge

El mediático y ocurrente médico granadino ha tocado sin saberlo a priori las teclas que más duelen a quienes detentaron el poder omnímodo en Andalucía durante casi cuatro décadas. Es el vehículo que movilizó a miles de andaluces en las calles para rechazar recortes salvajes y unificación hospitalaria en las principales capitales. Sólo se optimizaron los sueldos de sus gestores, por supuesto afines al ‘aparato’ del SAS-Junta. Yeah! Yeah!

Video a video, vestido o no de uniforme hospitalario, Spiriman ha relatado sin desmayo las corruptelas que conoce de cerca, le cuentan o investiga como capitán de un colectivo pro justicia sanitaria gracias a esa tenacidad y coraje nacidos de la rabia. De estar doblegados por unos gobernantes mentirosos y corruptos. Lejos de atender el pálpito popular avalado por el criterio profesional, la pauta del poder andaluz fue descalificar a quien conduce esa legítima crítica al poderoso. Las infamias que sufre este médico son mayores a las que lanza con un verbo desmedido, que lo tiene.

Pasó igual con la magistrada sevillana Mercedes Alaya cuando indagaba entre actas de ‘consejillo’ previo a los consejos autonómicos de Chaves & Griñán. Ahí avalaron la administración paralela de la Junta para rapiñar del erario público. La excusa –entonces– fue los ERE, pero Alaya sufrió ataques mil desde el gobierno andaluz, del Parlamento y –por supuesto– desde la prensa y genuflexa ante el PSOE de Andazulía, como situaban a dicha autonomía unos cómicos satirizando a Chaves.

 

Deslenguado pero certero

El personaje Spiriman tiene un marketing original. Esto aquí se fragmenta entre quienes le apoyan y le odian de corazón. Su manejo de las redes sociales y expresividad ante la cámara obviamente colecciona adeptos pues canta verdades en las corruptelas y politización de la sanidad pública y los negocios de la privada, interconectadas por puertas giratorias 24 horas.

Un video de Spiriman sobre la inexistencia de farmacéutico durante una guardia en una oficina de farmacia marbellí que posee un dirigente colegial, empresarial y patronal ilustra en contexto de ‘mafia’ cómo se las gasta el monopolio medieval de los boticarios para vender fármacos y productos sanitarios. Son los únicos que pueden traspasar, heredar y mercadear con licencias públicas para regentar millonarios negocios privados. Ni notarios o registradores tienen tantos privilegios que agravian la libre competencia. Spiriman es de los que pone puntos sobre las ‘ies’.

Que se lo digan a Susana Díaz Pacheco, la ilustre ex presidente andaluza. Tras insultarla sin recato alguno Spiriman como gestora política, ella se querelló en pro de su honra personal. Pero cometió un fallo quizá unido a su atribuida soberbia. Usó abogado y procurador que pagan los andaluces. Esto le costó una querella por malversación y prevaricación de Spiriman.

Otros excesos verbales, obviamente difíciles de tolerar, lograron condenas judiciales contra Spiriman. No es menos cierto que la prudencia es familia de la negligencia. Pero el hartazgo de tanto abuso y desviación del poder para cualquier sanitario que palpa a diario las consecuencias de tal desgobierno hace estallar la lengua hasta la difamación y el desvarío.

Algo parecido le pasó al polémico y fallecido empresario José María Ruiz Mateos. Tras erigir el emporio Rumasa, se lo incautó y rapiñó el primer gobierno de Felipe González. El Constitucional avaló la expropiación por el voto de calidad de su presidente, que acabó dimitiendo asqueado de las presiones. La Justicia rechazó lo orquestado. Pero la víctima pasó de vestirse de Superman a comprar dossiers para chantajes o crear ‘Nueva Rumasa’ que estafó a miles de inversores. El empresario ahí perdió la razón. Y gran parte de sus hijos están en la cárcel o calentando banquillos.

 

Criticar al poder

Lo más saludable del fenómeno que capitanea Spiriman es que al poder si se le replica o satiriza se hace usando libertades con espíritu constructivo o regenerador, si el gobernante tiene reflejos. En el torrente del médico granadino hay carencias          que los juzgados están ventilando, pero estos conflictos son menores que los creados por quienes gobernaban la sanidad pública andaluza, los que lograron que la plantilla sea mayoritariamente interina y desmotivada, tengan colapsados los juzgados contenciosos y huyan de la tierra que les vio nacer y formó hacia empleos más estables y mejor remunerados, dentro y fuera del estado español.

La excelencia y profesionalidad de la sanidad andaluza chirría con la mediocridad e incapacidad de sus regentes. Han logrado un deterioro inconcebible en uno de los puntales del estado del bienestar. Estos gestores fueron elegidos a dedo entre los más fieles al dogma, lejos de las urnas y cerca del mandamás obviando los supremos intereses del paciente y del ciudadano. Si Spiriman no existiera habría de ser inventado, como ese idioma vacuo que nada dice y vende mucho. Nos preguntamos, después, si es un héroe necesario o un villano insultador. Quienes lean esto deciden.

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