Soy pompa de jabón

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globo
Foto: Pixabay

El poeta cubano José Martí dijo: «hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro». No tengo ni la más remota idea de quién añadió que había una cuarta cosa que hacer, montar en globo.  Quizás fue Julio Verne quien, tras escribir una de mis novelas favoritas de la adolescencia, Cinco semanas en Globo, viajó por una sola vez en 1873, y dejó constancia es su ensayo “Veinticuatro minutos en globo”.

Decidida, ilusionada como una niña en su primera excursión, me sumergí en la aventura más hermosa que pudiera imaginar. Pero para ello, antes que nada, había que investigar un poquito y saber cómo se descubrió y por quién. Y esto hay que agradecérselo a los hermanos Jacques y Joseph Montgolfier que, con su inteligencia y mente despierta, descubrieron el vuelo en globo, haciéndonos surcar el cielo tocando casi las nubes siglos después. El hallazgo surgió de la siguiente manera: siendo hijos de un fabricante de papel, jugaban con las bolsas que su padre se producía. Un día las colocaron bocabajo sobre el fuego y ahí se produjo el descubrimiento, pues las bolsas subieron hasta el techo. ¡El saber no ocupa lugar!

Calentados los motores, yo que soy muy aplicada y no me gusta perderme nada, y estando a punto de llegar al medio siglo, decidí llevar a cabo la última de las cuatro cosas que aún no había hecho, montar en globo. Y se abrió Google buscando para mí dónde y con quién volar. Así descubrí esta web, a quienes desde aquí doy mi más sincera enhorabuena por la calidad y buen hacer de toda la experiencia. Y es de esta aventura de la que deseo hablaros en esta columna, cuya única intención es haceros sentir.

Quería volar, pero en verdad desde que se despegó la barquilla del suelo, comencé a sentir que, más bien, flotaba. Era una pompa de jabón a merced del viento. Ingrávida, suspendida en el cielo, el tiempo se detuvo. Conforme el globo se alejaba del suelo, observé cómo, por segundos, la bella ciudad de Segovia con sus inmensos monumentos comenzó a alejarse haciéndose cada vez más insignificante, era como si la tierra se hundiese. Cambiaba la perspectiva y con ella, la apreciación de las cosas. La emoción, los nervios de niña nunca perdidos, me acuciaban para intentar no desperdiciar ningún detalle, ninguna sensación. Entre la agitación y el calor provocado por los quemadores del globo se atemperaba el frío mañanero que el día nos regalaba. El silencio durante los primeros instantes provocó que hasta se oyera el crujir de la barquilla, creo que puede escuchar hasta los latidos que me rodeaban.

Y así, despacio, acariciando el cielo, un grupo de globos colorearon las nubes y esta vez conmigo dentro. La ternura infantil de aquellos dibujos de Willy Fogg se hacía realidad por unas horas, los deseos imaginados se escapaban en suspiros y risas nerviosas y la exclamación más proferida por los viajeros, no era otra que «es una maravilla». Y lo es, créanme.

Ahora entiendo que quien se inventó las cosas elementales que han de hacerse en la vida, no erró cuando eligió viajar en globo. Esto, que puede parecer una banalidad innecesaria, te convierte en pájaro, en el más coloreado y gigante del cielo.

Ni el temor a que el globo se desinflase, ni el previo pudor a no aguantar el vértigo, ni las explicaciones de Javier, el piloto, sobre cómo actuaríamos al aterrizar provocó que mi pompa de jabón interior flotase juguetona por un cielo azul y cercano y que me acercara a ese lugar donde se hallan los que se fueron.

En nuestra inconsciencia e ignorancia, sabíamos de dónde íbamos a salir y presumíamos donde volveríamos a aterrizar, pero la realidad arbitraria de los deseos del globo nos llevó a una preciosa siembra. Porque Javier, el piloto, podía hacer girar 360 grados el globo, ascender y descender quemando helio, pero nada más. Y aquí me detengo para agradecer a Javier Sánchez Rodríguez que, con su carácter afable y divertido, con su larga experiencia y audacia, y su equipo formado por Luis y José Manuel, el viaje fuera seguro e inolvidable.

La nave en libertad, en estado puro, se dejó llevar a merced del viento. Sí, libertad, porque la vida solo nos pide eso, ser calor honesto y aceptar sus vaivenes con giros que nos hagan resistir y buscar el sentido de cada suceso. Montar, volar o flotar en globo es abrir tus limitaciones a la infinitud de lo que la vida tiene preparado para ti.

La pregunta para quien lea esta columna sería: ¿por qué montar en globo al menos una vez en la vida?:

1. Porque te sientes grande, muy grande, vences la gravedad y el mundo está bajo tus pies. Comprendes que nada es lo que parece y cambia dependiendo desde qué óptica la observas. Buena lección para el día a día.

2. Porque ahí arriba escuchas el mundo de otra forma bien distinta y tu silencio interior habla en pulsaciones saltarinas por la emoción que provoca. El contacto con el aire, con el sol, el frío en la cara y la alegría de los demás te hablan desde el idioma de los sentidos.

3. Porque desde niños hemos pintado cielos con globos de colores que no sabíamos dónde iban ni para qué.  Y esta vez lo colorean para ti. Eres el protagonista de tu propia aventura no habiendo edad para cumplirlo. Chicos, grandes y mayores son capaces de agregar a su vida la magia de ser nada y todo desde el cielo.

4. Porque sintiendo desde la libertad es mucho más fácil pensar y dejar correr la imaginación.  Y cuando termina, la realidad supera con creces la ilusión.

¡Cumpliré más sueños, ya viví los cuatro imprescindibles! Pero esta vez, quiero seguir volando con vosotros.

1 COMENTARIO

  1. Comenzar a leer sobre tu aventura y experiencia hizo que los recuerdos de un ayer cercano comenzaran a galopar frente a mi, haciendo que una sonrisa de hombre, aunque otrora de «pibe», asomara a mis labios mientras recordaba, también de Verne, esa Vuelta al Mundo en 80 días que después de leer disfruté en el cine, haciendo que me convirtiera en un protagonista más de la película que David Niven y Cantinflas repitieron tantas veces en el viejo cine Coliseo de mi barrio sur en mi Buenos Aires Querida.
    Esa experiencia que durante mucho tiempo fue mi sueño, no logré concretarla para sentir como vos lo hicieras la fuerza de los caprichos del viento y el silencio. Ese silencio que imaginé entonces y aún lo hago, poblado de de miles de voces celestiales impeliendo la canasta a ascender más y más para acercarme a Dios.
    Claro que ahora, transcurrido el tiempo que da los años, sé que solo fue mi imaginación exacerbada por la lectura de un «purrete» ávido de vivir la vida.
    He de decir si, que mientras, ordeno un café siento la nostalgia de haber sido el protagonista apócrifo que junto David Niven y Cantinflas vivieron mil aventuras para cumplir su cometido. Ahora, un golpe, surgido de no se donde, hizo que la realidad volviera a rodearme, notando que el café que estaba dispuesto a beber leyéndote con placer, se había naturalizado en su taza mientras mezclaba tu experiencia y el recuerdo de mis sueños.
    Como siempre Cruz Galdón, significa un enorme placer leer tu carta de los domingos pues en ellas siempre encuentro el aliciente para vivir el día a lomo de una sorpresa diferente. Gracias por hacerlo posible. Un abrazo fraterno y grande.

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