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Soplapolleces venenosas en tiempos de dolor y zozobra

Armando B. Ginés
Armando B. Ginés
Guionista, Copy, Analista Político, Escritor. Autor de los siguientes libros: ¿Dónde vive la verdad? (2016, Editorial Seleer), De la sociedad penis a la cultura anus: reflexiones anticapitalistas de un obrero de la comunicación (2014, Editorial Luhu)), Pregunta por Magdaleno: apuntes de viaje de un líder del pueblo llano (2009, Ediciones GPS) y Primera crónica del movimiento obrero de Aranjuez y surgimiento de las comisiones obreras (2007, Editorial Marañón). Más de 25 años de experiencia en el sector de la comunicación.
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análisis

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¿Dónde están las mascarillas que faltan, los respiradores que no llegan, las camas de hospital que no se han fabricado todavía y los puestos de trabajo en la sanidad pública segados de cuajo durante la última década? Muy probablemente residan en los más de 12 billones de dólares que viven a lo grande como parásitos en los paraísos fiscales, según proyecciones y conjeturas de economistas internacionales independientes alineados con la defensa de los bienes comunes de carácter social. Esa astronómica cifra representa uno de cada tres euros producidos en el planeta anualmente.

Los delincuentes no dejan pistas sobre sus fechorías; los negociantes de rango estratosférico pisan moqueta en los despachos bunkerizados de los rascacielos más elevados de las principales ciudades del orbe; los granujas que delinquen con simples clics de sus ratones de ordenador no suelen terminar en ninguna celda ni devolver lo robado ni arrepentirse de los saqueos perpetrados a golpe de especulación: las pocas excepciones confirman la regla de oro de la omertà mafiosa.

La crisis global causada por el coronavirus Covid-19 está dejando perlas sublimes de estupidez supina o dicho con verbo menos galante soplapolleces casi inenarrables que rozan el esperpento irracional. Veamos algunas de ellas cogidas al vuelo de la titilante actualidad. Eso sí, todas contienen una dosis de veneno letal para la razón crítica y autónoma.

La inmensa tranquilidad y gozo interior de morir en paz bajo los auspicios del dios católico. En mitad de la furiosa y devastadora tormenta desatada por el coronavirus, Bergoglio alias Francisco tenía que decir algo a la ciudad de Roma y al mundo entero. Eligió una puesta en escena fastuosa y estremecedora en una desierta plaza de San Pedro. Dramatización genial, elaborada hasta el detalle más nimio: fue conmovedor oir la voz papal rodeada de una soledad ambiental silenciosa y tétrica. Eso se pretendía, suspender el pensamiento, aupar la emoción hasta el delirio y el éxtasis místico, luchar espiritualmente contra un monstruo demoniaco: Covid-19 es el nuevo Satán, el comandante en jefe de la oscuridad tenebrosa. Aún hay devotos que permanecen arrodillados y orando para sus adentros ante la homilía teatral de Francisco. Mientras dure el trance, la realidad pasa a un segundo plano y se sobrelleva con mayor prestancia de ánimo y resignación cristiana.

Bergoglio tronó generoso y nos concedió indulgencia plena, o sea el perdón de los pecados, aunque no pasemos por la preceptiva confesión vis a vis con sacerdote. Esa indulgencia exime de castigo divino a enfermos de Covd-19, familiares directos, cuidadores profesionales y a todas aquellas personas que recen devotamente por el fin de la pandemia, el alivio de los que ahora sufren y la salvación de los fallecidos. Esta concesión papal evita a los que pudieran morir en falta cristiana la estancia intermedia en el Purgatorio, subiendo al cielo sin el enojoso transbordo previo.

Y, dato muy importante, todo ello de balde, es decir gratis total a la usanza moderna. No fue así siempre. Entre los siglos XI al XV las indulgencias papales costaban un ojo de la cara, sirviendo sus impresionantes recaudaciones para sufragar y construir la burocracia vaticana así como suntuosas y espectaculares catedrales y bellos y recoletos monasterios. Esta situación tan de mercadeo mundano provocó la reforma protestante de Lutero. Los luteranos denunciaron la decadencia moral de Roma y del alto clero preconizando una libre exégesis de los textos bíblicos, la amortización de jerarquías eclesiásticas superfluas y la supresión del celibato obligatorio. Ahora es distinto: las indulgencias no se cobran, lo cual no quiere decir ni mucho menos que la Iglesia Católica no tenga ingresos cuantiosos por diferentes medios, eso sí, totalmente opacos y celosos de la transparencia pública.

La revista Oggi desveló hace algún tiempo que los valores en oro del Vaticano depositados vaya usted a saber dónde rondarían los 400.000/500.000 millones de euros. Se sabe que por sociedades mercantiles interpuestas de sinuoso y escabroso seguimiento accionarial el Vaticano es uno de los operadores de mayor envergadura del santuario bursátil de Wall Street. También se presume que es uno de los emporios multinacionales gigantes en el sector inmobiliario (alrededor de 100.000 propiedades en España). En definitiva, un consorcio financiero-religioso presente en casi todas las actividades de producción (el de mayor tamaño a escala universal en opinión de estudiosos de tal asunto). Se comenta que posee acciones en Disney, IBM, General Motors…; ¿Telefónica, Endesa, Banco Popular e Inditex en España?

Hablando exclusivamente de España, Europa Laica considera que el Estado aporta a la Iglesia católica, apostólica y romana unos 11.600 millones de euros al año a través de subvenciones directas y favores fiscales. Banco Santander, entidad de referencia para muchas fuentes expertas en estos menesteres, BBVA, CaixaBank y Banco Sabadell son los principales bancos que administran las cuentas millonarias de obispados, arzobispados, congregaciones, prelaturas personales, órdenes y entes varios diseminados por la variopinta estructura católica.

Por otra parte, la apertura a la posmodernidad neoliberal de la curia vaticana hizo posible en 2014 el alquiler de la Capilla Sisxtina de Miguel Ángel para un acto privado de la mítica marca de automóviles de lujo Porsche. La cuarentena de asistentes al sarao desembolsaron por cabeza unos 6.000 euros. Se trata de un novedoso y revolucionario proyecto de captación de fondos titulado Arte por Caridad (no es ironía).

El hecho religioso abunda en situaciones que desconciertan sobremanera a una mente razonablemente escéptica. Más allá de los peculios vaticanos, los también cristianos evangelistas viven sus profundas convicciones espirituales al límite de lo inefable. En Brasil, a pesar de todas las recomendaciones científicas de alto contagio por tocamiento o proximidad entre personas, las diferentes advocaciones de inspiración evangelista continúan celebrando multitudinarias misas que congregan a más de 10.000 fieles. Sus pastores claman: “el antídoto del virus es la fe” y “cualquier persona que tenga fe en dios está protegida” contra Covid-19. El fascista-presidente de Brasil Jair Bolsonaro considera la actividad religiosa esencial para el país. Un diálogo se torna imposible cuando un interlocutor detiene sus argumentos en seco y esgrime la fe como pantalla insoluble: donde la fe se transforma en “argumento”, la razón nada puede argüir porque choca frontalmente con un muro insalvable.

Este irredentismo puede parecer remoto, tercermundista, de fundamentalistas de crasa ignorancia. Pues regresemos a España, al catolicismo vernáculo. El cura de la localidad alicantina de Sax ha recorrido las calles del pueblo con el beneplácito del alcalde del PP y la escolta de la benemérita Guardia Civil, saltándose el estado de alarma por el forro de su sotana. El impacto retrospectivo resulta terrible y traumático, de tiempos franquistas o épocas decimonónicas anteriores: el alcalde falangista o extremadamente conservador, el párroco meapilas con barragana y el guardiacivil de bigotazo y mirada hosca. Faltaba el rey designado a dedo por el dictador o cualquier majestad borbónica para rescatar del olvido la tetrarquía costumbrista de la España rancia, fetén y cateta. ¡Esa imagen en sepia o blanco y negro sí que da miedo pánico!

Diplomacia política de las mascarillas. Es un rubro que replican al unísiono como papagayos los medios de comunicación, la diplomacia de las mascarillas (¿quién será el tertuliano cero de esta secuencia mimética?), para calificar o denostar las ayudas en material sanitario y recursos médicos procedentes de China a Occidente.

El ínclito burócrata de Bruselas, Josep Borrell, a la sazón decorativo Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior (demasiado circunloquio para expresar la inocuidad total del cargo), manifestó que las donaciones de millones de mascarillas de la empresa china Huawei escondían “intencionalidad política”. Sus inconsecuentes, sectarias, reprobables e inoportunas declaraciones casi dan al traste con los envios de la firma china de las telecomunicaciones a España, Italia, Holanda, República Checa, Polonia e Irlanda, países que esperaban las remesas como agua de Mayo.

Es llamativo que el curtido Borrell y otros mandatarios europeos pongan trabas ideológicas a las ayudas externas que procedan de China, Rusia y Cuba, como ya está sucediendo por ejemplo en Italia, y no tengan nada que reprochar a la diplomacia del lavado de cerebro made in USA vía Hollywood, la NBA y las series de televisión o a la diplomacia de la comida (y bebida) basura diseminada y comercializada por McDonald´s y Coca Cola con sus secuelas de aculturación, obesidad precoz y enfermedades de origen alimentario, entre otras la diabetes y las patologías cardiovasculares.

Si el plan tiene apellido anglosajón, Marsahll por ejemplo, la cosa resulta aceptable pero si la ayuda huele a izquierdista, siempre habrá que buscarle las vueltas no sea que alguna célula comunista infiltrada infecte la armonía social capitalista.

Pero la realidad supera las iniciales prevenciones ideológicas: hasta la región norteña de Lombardía, gobernada por neofascistas italianos, se ha rendido a la evidencia: necesitan ayuda urgente, bienvenidos sean el material sanitario y los equipos médicos cubanos, rusos y de la antigua “raza amarilla” como eran denominados los asiáticos en batiburrillo por los otrora colonizadores blancos. El mundo al revés: el orgulloso y altivo Occidente estrechando la mano tendida de sus proclamados a los cuatro vientos como “enemigos naturales” de la civilización judeocristiana.

Contrasta vivamente en este encuentro de solidaridad contra natura geopolítica la presencia de Cuba, una isla de 11 millones y medio de habitantes, y con una medicina en la cúspide de prestigio internacional a pesar del bloqueo criminal de 60 años de su vecino norteamericano que a día de hoy ha costado a las arcas de La Habana !un billón de dólares! y un sacrificio portentoso del pueblo cubano. Parecía que con Obama el bloqueo llegaba a su fin pero Trump ha vuelto a las andadas, bloqueo ilegítimo e inmoral que también viene padeciendo Venezuela. El acoso a Caracas ha registrado recientemente un salto cualitativo: la fiscalía de Washington ha puesto precio a Nicolás Maduro induciendo su asesinato sin ningún rubor ni cargo de conciencia ético. Borrell, en nombre de la UE, se ha colocado una vez más la venda de la hipocresía y ha hecho un indigno y cobarde mutis por el foro ante el matonismo proverbial del amo y señor de la Casa Blanca.

Esos dos parias del concierto internacional, Cuba y Venezuela, comenzaron en 2004 la llamada Misión u Operación Milagro dentro del programa de la Alianza Bolivariana por las Américas (ALBA). Merece la pena rememorarlo aquí en estos tiempos de incertidumbre y mentiras interesadas vertidas por las cúpulas políticas y financieras de la globalidad neoliberal.

Después de 16 años en vigor, 6 millones de personas han recuperado la vista en 39 países de América Latina y el Caribe, África y Asia. Se han realizado 15 millones de cirugías de cataratas y otras afecciones oftalmológicas. Se han repartido 35 millones de lentes y gafas correctoras. Se han entregado medicamentos de modo gratuito para el tratamiento de enfermedades oculares. Los resultados son abrumadores. ¿Pueden mostrar una hoja de servicios similares los imperios de la libertad de Estados Unidos y la Unión Europea? En efecto: había una intencionalidad política a plena luz del día, ayudar al otro con preferencia por la gente humilde, supliendo las agujeros negros clamorosos de los mercados de capital y las privatizaciones neoliberales. Sin subvertir los regímenes políticos de cada país. Sin violencias. Sin campañas de propaganda masivas ni mercadotecnia bastarda. Simplemente con solidaridad humana, profesionalidad científica, un bisturí y una sonrisa voluntaria.

Nada de lo relatado ha sido o es portada en los mass media occidentales. Borrell también calla sobre estas ayudas de presunta “intencionalidad política”. Su silencio también es intencionado: silencio cómplice en línea con las consignas de Trump, que ahora ha puesto igualmente en su punto de mira de pistolero loco boicotear mediante burdas presiones a los gobiernos de los países receptores de los extraordinarios logros médicos de la Operación Milagro, un hito sin precedentes en las últimas décadas.

La crisis provocada por Covid-19 está dejando al desnudo a miserables de toda laya y condición. Las miserias son muchas pero no es seguro que la mayoría silenciosa las vea con nitidez y las retenga en la memoria más allá de un parpadeo entre reclamo y reclamo publicitario.

Otro dato chocante de la actualidad: EEUU ya es el país con mayor población infectada por coronavirus. Es vox populi que su sanidad pública es de las más deficientes y precarias del mundo opulento. Pues bien, la revista Time ha revelado que se están remitiendo facturas por tratamientos contra Covid-19 por importe de hasta 35.000 dólares. Con estos precios se entiende que Anthony Fauci, asesor de Trump en epidemiología y director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas haya vaticinado que el microscópico enemigo viríco matará en EEUU a “entre 100.000 y más de 200.000” pacientes. El que no pueda permitirse el pago de atención sanitaria adecuada tiene tres alternativas: dejarse morir, rezar o si la desesperación aumenta hasta niveles inasumibles para la mente, suicidarse. El mercado es así: que nunca falte la libertad de elección.

Soluciones PP: banderas a media asta y luto oficial. El PP enraizado en el nacionalismo rojo y gualda ama las banderas de dimensiones inabarcables para una mirada sensata. Si por sus dirigentes y votantes fuera una enseña patriota cubriría España entera. De hecho en 2002, a instancias de Aznar (el prófugo del coronavirus a su chalé de Marbella con escolta oficial) y el alcalde de Madrid Álvarez del Manzano, se izó una bandera en la céntrica plaza de Colón de 294 metros cuadrados y 38 kg al viento, la más grande de la patria española, con un mástil de 50 metros y 20 toneladas de peso. Eso se llama devoción inmaculada a España a todo trapo.

Y desde que PP y Ciudadanos, con apoyo explícito de Vox, son mayoría en el municipio capitalino, el triunvirato nacionalista se ha gastado en plantar banderas en diferentes distritos de la ciudad la no despreciable cifra de 50.000 euros. La “socialcomunista” Carmena solo se gastó 3.000 euros en cuatro años. Salta a la vista quién es más patriota y español de corazón. Por cierto, se rumorea que el mantenimiento y la serigrafía de la monumental enseña (hay 4 o 5 más en reserva) cuesta al erario del Ayuntamiento unos 10.000 euros de vellón mensuales.

Esa bandera luce en estos momentos a media asta merced a la orden de la presidenta de la Comunidad de Madrid, señora Ayuso, en señal de luto por las personas fallecidas a causa del coronavirus. La comunidad también guarda un minuto de silencio oficial en su memoria cada mediodía. Ayuso recoge así la insuperable y audaz idea de su jefe Casado que ya solicitó en el Congreso el ondeo a media asta de las banderas y funeral de Estado para todos los fallecidos por Covid-19, un enjuage estético-melifluo a base de pompas fúnebres y pomas de jabón muy del gusto deslumbrante y huero de las derechas cuando no saben aportar nada constructivo al debate político. Pura fanfarria para llegar por el camino más rápido a la emoción lacrimosa eludiendo los argumentos convincentes y la razón práctica.

Con estas medidas de aliño aseado y adorno torero pretenden tapar las vergüenzas de los recortes que han llevado a efecto desde hace una década. Tapar los recortes, esconder la corrupción y salir indemnes de esta crisis como aspirantes a salvapatrias de saldo. Borrar las huellas del “delito” y borrar las huellas de la vesania irresponsable es la doble consigna mistificadora de las derechas patriotas.

Para desviar la atención de datos y hechos sonrojantes para su reputación, la del PP, Ayuso se ha dedicado a hacer propaganda gratis de donantes de postín: Telepizza, Rodilla, Banco Santander, El Corte Inglés, Real Madrid, esto es, donaciones sí con deducciones fiscales generosas e impuestos progresivos no, o sea, que paguen los asalariados y que las multinacionales y las grandes fortunas se vayan de aperitivo a las Bahamas o Panamá o las Seychelles o Suiza con los ahorrazos generosamente perdonados y legitimados por las políticas elitistas del PP. Cuanto más vivas a España se oigan y banderas más enormes luzcan en el solar patrio, menos nos daremos cuenta los tontinacos de abajo de los viajes turísticos a paraísos fiscales de las gentes de bien, los tijeretazos sociales y las gúrteles corruptas habidas y por haber. Los millonarios eligen la Comunidad de Madrid como domicilio fiscal por una cuestión obvia: no pagan ni un euro por el Impuesto de Patrimonio, una bonificación que supone que las arcas madrileñas se queden huérfanas de casi 1.000 millones de euros cada año. Son estimaciones oficiales de la Agencia Tributaria.

El nacionalismo españolísimo del PP (igual cabría decir de los nacionalismos de diversa ralea que colean por el vasto mundo) impiden ver o recordar muchas cosas importantes y muy graves: los 3.000 millones de euros perdidos por la hacienda pública gracias a la amnistía fiscal de Montoro en 2012, que fue declarada inconstitucional posteriormente, dirigida a regularizar a 31.500 contribuyentes de la jet set, presuntos delincuentes fiscales; los 50.000 millones de la corrupción evaporados por tramas de personajes relacionados a escala nacional con el PP y los 44.000 millones también vinculados a causas judiciales corruptas en la Comunidad de Madrid, gobernada por el PP desde hace 25 años, según datos elaborados por casos-aislados.com; los 42.000 millones, que el Banco de España considera irrecuperables, del rescate bancario diseñado por Rajoy y sus secuaces, y los 100 millones descubiertos hace nada que navegaron nerviosos por las cuentas del emérito monarca Juan Carlos de Borbón merced al maná llovido por arte de magia desde la árida dictadura afincada en Arabia Saudí.

El populismo envuelto en disparates le sienta bien al PP, incluso aunque sus líderes se contradigan entre sí, como en el caso de Pablo Casado que criticó al Ejecutivo PSOE-Unidas Podemos por falta de liderazgo político y porque se estaba parapetando en la ciencia (sic) mientras la número tres de la formación derechista, Álvarez de Toledo, declaraba días después que el presidente Sánchez estaba anteponiendo la ideología al saber científico. Lo de Casado es simplemente soplapollez calculada; lo de la marquesa-portavoz parlamentaria es soltar una frase resultona porque sí, por hacer ruido mediático y ensuciar aún más el tablero social. Lo que intentan ambos es sacar rédito político de la emergencia sanitaria, que la crisis pase de largo sin herir sus expectativas electorales, que el gobierno actual caiga a toda costa, que haya nuevas elecciones y que de la confusión, el cabreo y el caos generalizados y alimentados por los truenos y rayos de las derechas, el dolor colectivo y la bancarrota económica salgan los votos necesarios para volver al palacio monclovita. Pasito cínico tras pasito hipócrita, las derechas se van desmarcando sin pausa del estado de alarma.

Las soluciones genuinas del PP representan el interés de las elites domésticas y multinacionales. El caos y la destrucción rinden unos beneficios suculentos en cualquier escenario capitalista: guerra, catástrofe natural o pandemia, lo mismo da que da lo mismo para obtener plusvalías a saco.

¡Feliz cumpleaños Amancio! Ha sido en verdad emotivo y enternecedor, algunas personas especialmente sensibles habrán llegado a las lágrimas de estupor o de empatía, ver a equipos sanitarios del 061, Protección Civil y Cruz Roja felicitar al paisano Amancio por su 86 cumpleaños sonando festivamente los cláxones de sus vehículos a la puerta de su domicilio gallego en efeméride tan de tronío.

Amancio ha regalado 300.000 mascarillas y hace algunos meses donó también a los diferentes sistemas autonómicos de salud 309 millones de euros para la adquisición de equipos tecnológicos de tratamiento del cáncer. Amancio no es un lugareño anónimo, se apellida Ortega, y es uno de los hombres más ricos del mundo. Según números y algoritmos de alcurnia de la revista Forbes su fortuna alcanza los 63.000 millones de eurazos. Por otra parte, es el mayor accionista de Inditex, firma propietaria de las marcas de renombre internacional Zara, Pull & Bear, Massimo Dutti, Bershka, Stradivarius y Oysho, entre otras. El montante donado a la hucha pública lo irá recuperando en varios años mediante desgravaciones fiscales y a través de selectas inversiones en buena reputación gracias a la mercadotecnia aplicada a sendos “actos altruistas” debidamente aireados a bombo y platillo en los medios de comunicación y las redes sociales.

Tal vez los entusiastas fans de Amancio desconozcan que Inditex tuvo que pagar en 2011 1,3 millones de euros tras un acuerdo con la fiscalía brasileña por un contratiempo de trabajo esclavo que afectaba a 15 trabajadoras destapado por la ONG Reporter Brasil.

Center for Research on Multinational Corporations señaló igualmente a Inditex en un estudio publicado en 2015. El turbio asunto se refería a niñas menores de edad cose que te cose durante 68 horas a la semana por un salario de pena de 1,38 euros al día en la India. A la firma también se le vinculó en Marruecos con empleos extenuantes de casi 70 horas semanales a razón de un magro bote de 178 euros al mes.

Otras indagaciones practicadas por la ONG La Alameda relacionaron a la multinacional de Ortega con talleres clandestinos de inmigrantes en situación de irregularidad administrativa en Argentina.

Ya en Europa el Grupo Los Verdes del Parlamento de Estrasburgo acusó a Inditex de elusión fiscal de 2011 a 2014 por valor de casi 600 millones de euros por tributar a la baja en Holanda, Irlanda y Suiza. De tal cantidad, 218 millones hubieran correspondido al fisco español.

El romanticismo capitalista tiene en Amancio Ortega a uno de sus protagonistas estelares: de la nada encaramado al podio del éxito. Es de dominio público que el grupo Inditex fue cobrando forma en los años 80 y 90 del siglo pasado, en pleno boom del sector de la moda gallega, alcanzando la cima en 1995 con una facturación superior a los 180.000 millones de euros.

Ese tsunami lo aprovechó la pujante empresa de Ortega a las mil maravillas forjando a su alrededor una tupida red de talleres autónomos, cooperativas y pequeñas industrias manufactureras a los que Inditex sedujo con la promesa del trabajo infinito corriendo a cargo de los subcontratados las inversiones a realizar. En esa época mucha mano de obra sumergida, femenina y rural en su inmensa mayoría, se sumó a la fiesta productiva. Pero en 2005 las sonrisas trocaron en caras de pesadumbre: la producción se trasladó a la búsqueda de sueldos más escuálidos y condiciones laborales sin tantas bagatelas contractuales a Turquía, Marruecos y Bangladesh. La estampida de Inditex dejó numerosas deudas y sin empleo a miles de hogares y diminutas empresas. Inditex y sus marcas volaron con inmensos beneficios y casi cero gastos. Negocio redondo por el lado empresarial y tejido laboral necrosado por la parte social: el rastro de perfume a déjà vu es impagable.

De alguna manera este vasallaje visceral en Galicia recuerda a vetustas tradiciones de sometimiento al cacique comarcal o al narcotraficante de leyenda. Aunque Ortega no usa la boina ancestral de los aromas caciquiles de antaño ni participa personalmente en política (su pedigrí va más allá del terruño), su figura puede asociarse a la reverencia o genuflexión simbólica que aún “exigen” apellidos de solera como Cuiña, Baltar y Cacharro.

Estos próceres de oscuras y toscas maneras, fidelidades medievales con derechos consuetudinarios de peaje o pernada y concesión graciosa de sinecuras arbitarias han sido la base del voto cautivo al PP y de sus repetidas mayorías absolutas en Galicia.

Esas conexiones ocultas entre empleos a dedo y voto inoculado subliminalmente en la conciencia del vasallaje permea incluso las sombras alargadas del narcotráfico. Carmen Avendaño, presidenta de la asociación Érguete, un icono de la lucha contra el tráfico de drogas en tierras gallegas, declaraba a eldiario.es que el maridaje en los años 80 y 90 entre narcos y gobernantes era cosa sabida, “(…/…) y los más beneficiados de esa relación eran los del Partido Popular.” En este sentido hay una fototografía muy difundida a pecho descubierto y cuerpo gentil a bordo de un yate en alta mar con dos personajes de excepción por diferentes motivos: Alberto Núñez Feijóo, actual presidente autonómico de la Xunta, y Marcial Dorado, célebre empresario condenado por narcotráfico, una amistad peligrosa que no resta sufragios significativos a la candidatura del PP de Feijóo.

El círculo de correlaciones casuales se cierra con Feijóo alabando a Amancio Ortega y las ovaciones y vítores estruendosos al paisano multimillonario. ¿Quiere usted establecer un sistema impositivo justo y progresivo para armar una sanidad pública potente y eficaz? No, gracias, preferimos las propinas y las limosnas del amigo y vecino Amancio. La respuesta, ya sea afirmativa o negativa, separa dos mundos opuestos: el de la ciudadanía libre y responsable y el del súbdito que prefiere las migajas que caen del opíparo banquete de las elites. Cada aplauso a don Amancio es una puñalada a traición a la justicia social.

España se merece un golpe de Estado. A Rosa Díez uno no sabe si tomarla en serio o a beneficio de inventario, incluso a veces se sospecha si no nos estará vacilando mediante un fino humor de acceso restringido a iniciados o bien si acaso se estará riendo a carcajada batiente de sí misma. En cualquier caso muchas de sus ocurrencias son burradas sin aditivos ni colorantes o soplapolleces literales que pueden prender mecha en mentes tan delirantes como la suya.

Tuitea con suma maestría. De sus últimos mensajes en plena efervescencia del coronavirus: “Lo voy a decir: urge formar un gobierno de emergencia nacional, con el único mandato de gestionar la crisis y después convocar elecciones. Un Gobierno integrado por los mejores. Por patriotismo y en legítima defensa. Se requiere grandeza: los españoles lo merecen.”

Utiliza con profusión muchos lugares comunes, conceptos casposos y manoseo de palabras encubridoras: lo que el cuerpo le pide, ¿verdad señora Díez?, es un golpe de Estado militar (en legítima defensa del capitalismo: el Orden por antonomasia) que expulse del Gobierno a socialistas, izquierdistas, abominables comunistas y rojos a lo bruto de rabo trasero y cornamenta diabólica. Así son sus mejunjes ideológicos explosivos: un popurrí de ingredientes echados a la olla sin orden ni concierto, agitación de amanuense a mil revoluciones más tarde y vómito en la cara del prójimo como resultado final de tanta majadería culinaria.

¿Cuáles son los mejores, los más patriotas y los más grandes? Se sobreentiende: las derechas, los empresarios, las multinacionales, las fuerzas armadas y de orden público, las elites, la gente de bien de misa dominical o de moderado estilo laicista. En resumen, los mitos de toda la vida hispana. Y ella, la primera, o al menos en las butacas preferentes, of course.

No extraña la deriva de Díez desde su fogueo juvenil como política de raza y cargo eterno en las filas del socialismo de Euskadi hasta su aparición apoteósica junto a Casado en el preámbulo de los últimos comicios generales. Como entremés, un paseo otoñal por el supuesto centrismo de UPyD. En total, 37 años en política activa desde 1979 a 2016, siendo concejala, diputada foral, en el Parlamento vasco y en el Congreso, consejera del Gobierno de Vitoria y europarlamentaria.

Su flexibilidad ideológica es fantástica y camaleónica. Puede cotejarse en la hemeroteca del tiempo registrado que la ilustre susodicha ha definido su “pensamiento” como autonomista, centralista, socialdemócrata, liberal, social liberal, laica sin respeto al Islam, constitucionalista, demócrata radical, europeísta, patriota española, progresista, republicana, monárquica y feminista. Eso sí, en 2010 descalificó groseramente como “una soberana tontería” que el feminismo fuera incluido como materia universitaria a la vez que tachaba de “inútil” al ministerio de Igualdad creado por Rodríguez Zapatero.

Es muy complicado hallar parangón en España y parte del extranjero a la cintura política, la versatilidad filosófica y la plasticidad ideológica de Rosa Díez. Alguien podría pensar a botepronto que sus mensajes son mera soplapollez de política jubilada, los minutos-basura del aburrimiento hogareño. El problema estriba en que aún hay personas que compran ese tipo de “reflexiones”. El votante de Vox, sin ir mas lejos. De hecho, Santiago Abascal pide a la mayor brevedad posible un “gobierno de emergencia nacional”. Abascal y Díez ya cabalgan juntos. Ver para creer. Por lo que hierve en la sesera de Casado, éste no les irá a la zaga mucho más tiempo. De Arrimadas y sus ciudadanos, de momento, nadie sabe, nadie contesta: se encuentran en plena siesta de modorra creativa.

Antonio Salas, el primer profeta después de Manes. El sabio persa Manes, o Mani, vivió dos siglos después del nacimiento literario del personaje bíblico Jesús. Hasta ahora pasaba por ser el último profeta enviado a este valle de lágrimas llamado mundo por la máxima autoridad divina, o sea, dios, pero al parecer éste aún se guardaba un as en la manga: Antonio Salas, magistrado del Tribunal Supremo de España. Es verdad que cuando alguna pandemia universal amenaza la vida de la totalidad, ya sea a modo de diluvio legendario o catástrofe natural o crac financiero o choque inminente con un asteroide, suelen aflorar augures de presagios funestos o profetas de mal agüero que vienen a decir más o menos lo de siempre: detrás del singular acontecemiento hay manos negras ocultas con intenciones aviesas o esto nos sucede porque hemos sido rematadamente malvados y es un castigo divino o un cóctel de ambas pseudoteorías de encaje de bolillos maniqueísta.

En cualquier caso, por ahora y hasta nuevas parusías de de la saga de arúspices del Más Allá, Salas puede ostentar la credencial no definitiva de último profeta divino o si se prefiere el primero después de Manes.

El magistrado del Supremo cree (aquí el verbo es decisivo y crucial) que el Gobierno español y, sobre todo, los jefazos de la Unión Europea ocultan información fundamental sobre el origen de Covid-19. Eso sí, lo hacen por nuestro bien. Menos mal. En cierta forma, se trataría de una mentira por omisión no dolosa. Sin embargo, Salas siembra la duda conspiratoria adrede basado en una creencia, es decir, resulta curioso que un jurista de alta escuela se lance al ruedo público no con indicios racionales o hechos comprobados sino con pensamientos mágicos salidos de su magín porque el cuerpo se lo pedía.

Salas hace unos años también tuiteó un mensaje que de alguna manera anticipaba sus querencias conspiranoicas: el machismo no mata; la violencia de género no es causada por la ideología supremacista del hombre. En su libérrima opinión él las mujeres son asesinadas porque la convivencia es difícil, por la diferencia de poderío físico y porque el ser humano (algunos individuos, no todos) son rematadamente malos. En suma, la biología determinista, la sangre caliente, las noches de verano que nublan el entendimiento y alborotan la testosterona, ya se sabe.

Biología, conspiración y maldad son conceptos que casan muy bien con las ideas antiguas del maniqueísmo en su versión más ultra y sin matices interpretativos: habitamos un mundo donde desde el big bang (divino, por supuesto) se está librando una batalla, a veces sorda y otras cruenta, entre el bien-dios y las fuerzas diabólicas identificadas con Satán. Este planteamiento tan rudimentario eviscera del análisis racional y razonable la voluntad humana y los condicionantes económicos, sociales, políticos e ideológicos del devenir histórico. En última instancia, todos somos meros juguetes o instrumentos de “voluntades, metas y pensamientos superiores”. Nuestra humanidad en harapos existenciales es una nimiedad prescindible. Hagamos lo que hagamos somos soldados autómatas que obedecemos órdenes que nos llegan al alma por conductos de comunicación o hilos de transmisión invisibles. O dios o Satán nos están manipulando: no hay otras alternativas posibles.

Estos predicadores de la generación cibernética son extremadamente nocivos para la salud mental al reducir la complejidad social a interpretaciones simples, excluyentes y binarias: blanco o negro, bondad o maldad. De este modo, se obvian las causas y los efectos múltiples, las dinámicas socieconómicas que motivan la lucha política y el surgimiento de hechos culturales y perspectivas ideológicas en disputa. Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, la bomba atómica, la pobreza, los paraísos fiscales, la guerra, la lucha de clases, son eventos ahistóricos, ficciones, apariencias o ilusiones de una conflagración que solo entenderemos cabalmente el día del juicio final. Dios y Satán son así: inescrutables, inefables.

Por tanto, la maldad tiende al mal y la bondad al bien. Y lo demás son hipótesis lúdicas o directamente gilipolleces de mentes calenturientas, esto es, de feministas histéricas o rebeldes hastiados de ser lo que son.

Ponga una buena teoría conspiranoica en su cabeza: lo comprenderá todo de sopetón. Resulta curioso o intrigante observar la similitud misteriosa, formal cuando menos, entre el viejo maniqueísmo del bien contra el mal y el fundamento digital de la era tecnológica basado en la disyuntiva del sistema binario de 0 y 1. ¿No atisban algún elemento extraño en esta rarísima hermandad antinatural entre religión y ciencia? ¿Estamos ante una conspiración cabalística de templarios o iluminados posmodernos reunidos en cenáculos secretos de ultratumba y unidos por secretos inconfesables? ¿Serán buenos o malos tales conspiradores fantasmales?

……….

Desmontar esta telaraña pegajosa e intangible de prejuicios costumbristas y automatismos culturales que permiten trampear o burlar el discurso público objetivo basado en argumentos lógicos, hechos contrastados y datos fehacientes a través de puñetazos dialécticos que van directos a suscitar emociones capilares y acciones reaccionarias irracionales, es un asunto que requiere esfuerzo colectivo y ruptura decidida con los corsés sociales e intelectuales de las jerarquías académicas y los liderazgos carismáticos.

Lo que suena a soplapollez, probablemente sea una tontería de tomo y lomo. No obstante, esas banalidades son mercancía atractiva que penetran de modo muy fácil en demasiadas mentes contaminadas por los afanes de consumo a tutiplén, la evasión lúdica posmoderna y el “relato original” esotérico semejante al del competidor y compañero de viaje de al lado. La gente no es tonta pero las soplapolleces son baratas y de digestión ligera.

Cynthia Ozick pone en boca de un personaje de su novela La galaxia caníbal las siguientes palabras: “En ausencia del amor al conocimiento, solo puede haber amor propio.” El conocimiento requiere trabajo, diálogo, reflexión y compartir espacios de interés colectivo; por el contrario, el amor propio nos remite al individualismo primario: yo soy, yo deseo. La diferencia es abismal: entregarse al conocimiento implica dar y recibir mientras el amor propio solo quiere comprar experiencias, objetos o estatus, para el consumo privado y egotista. El conocimiento implica reciprocidad y empatía, dudar incluso de la duda; el amor propio, en cambio, nos remite a un ansia irracional de conquista y de posesiones efímeras: una soplapollez cual semilla de rápida floración donde existan sistemas inmunológicos muy debilitados por la propaganda y el sentido común ajeno al análisis crítico.

Y, por supuesto, aunque a veces lo parezcan, los que ladran soplapolleces no son necesariamente soplapollas (que, por cierto, es vocablo no recogido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua), antes al contrario, persiguen un fin: confundir tu mente, hacer pasar por verdad universal sus intereses de clase particulares. Cuidadín pues, nadie está libre de adquirir una tontería rala o de sofisticado exterior si el precio resulta asequible. Y ya sabemos que en ocasiones lo barato sale carísimo.

Terminamos como empezamos. ¿Dónde están los dineros escatimados a la sanidad pública? ¿En qué paraísio fiscal y a nombre de quién consta el futuro que nos ha robado miserablemente el neoliberalismo?

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