Las consecuencias poseen su primer latido en las causas.

En puridad, hay muchas formas de hacer las cosas, pero la diferencia siempre pervive en el resultado.

Es decir, es en la lectura de las consecuencias que producen las estrategias o la improvisación reactiva, donde es veraz y realista medir la eficacia de las voluntades.

Consecuencias atraídas por los causas.

Más allá, en el lado opuesto de la retórica, nos definen con prolija fidelidad los actos.

El acto es el cincel que modela con exactitud nuestros perfiles, como vértices indiscretos o cual aristas tangenciales de la verdad.

Evocador de la certidumbre.

Los pensamientos son, sin embargo, frutos inmaduros y encarcelados de la contingencia y emergen bajo el mandato de las circunstancias provisionales.

Testigos mudos de lo que no se hace, pero se perpetra.

Por mucho que pensemos, la realidad sólo podemos modificarla con los actos, y son ellos los responsables en el tiempo de cuantos cambios se han producido a lo largo de la historia humana.

Es por eso que las «buenas intenciones» suelen ser el mentidero de la pasividad siempre sumisa o su autoengaño, que vienen a resultar equidistantes.

Indefectiblemente, también la palabra mata tanto como cura.

Apaga y enciende los hechos.

La mentira es una bestia hambrienta que todo lo devora, incluso a sí misma.

La naturaleza de la falacia es manipuladora y evitativa, siempre nace del miedo a la confrontación y, en ocasiones, cuando se convierte en compulsiva, desconoce hasta la verdad que oculta.

Mentir es arrojarse al pozo oscuro de la inconsciencia, pintar de negro los espejos, suicidarse un poco más cada instante.

La mentira es lo contrario a la luz, al despertar, a integrar partes enajenadas de uno mismo.

El engaño quiere trampear con la muerte, mas obra a favor de ella.

Es enemigo de la esperanza y de la carne, del amor y la dicha.

Engañar y engañarse, debilita, nos hace extraños de nosotros mismos, divide y nos vence sumidos en la soledad de un yo que nos abandona para buscar fuera lo que tenemos dentro.

Si la vida es una batalla, mentir es la daga afilada y certera, el puñal reluciente que no vemos clavado en nuestra espalda.

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