La columna sobre si se podrían evitar tantas muertes por coronavirus la revisó una pareja de abogados para evitar problemas con la agencia del medicamento, la de la semana pasada la reescribí cuatro veces para lograr proponer soluciones sin rencor. Y teniendo en mente lo que aprendí en un curso de comunicación aplicada dirigido por Joaquina Fernández y Jon Elejabeitia: ‘cada mañana, habría que salir de casa duchado mentalmente y meado emocionalmente, para no vomitar a los demás nuestros miedos en forma de rabia a las primeras de cambio’.
Sé que es más fácil captar la atención faltando el respeto, provocando irá en el receptor del mensaje, que encontrar un consenso para construir un presente en comunidad con personas que piensan diferente, pero conversan con idéntico respeto y no se levantan de la mesa sin un acuerdo.
Por eso me apena la famosa foto del pelotón de “flasheamiento” de la decena de fotógrafos que, armados con sus cámaras de fotos, convirtieron una calle barcelonesa en una pasarela para escenificar el lanzamiento de botellas propio de la violencia callejera. Lo cual, a mi parecer, es potenciar ‘noticias’ que enturbian más la opinión de los jueces de balcón en que nos hemos convertido agazapados tras la pantalla de nuestro móvil.
La profesión de periodista es garante de la libertad y, a la par, precaria, ya sabemos que resulta complicado llegar a final de mes, pero enturbiar más el ambiente es elegir ser parte del problema, en vez de aportar para la solución.
Quizá el empoderamiento de los periodistas lo posibilite Twitter al plantear, en un futuro cercano, por un lado, Super Follow, un modelo freemium con contenido gratis y la posibilidad de recibir contenido exclusivo por una suscripción de 5 dólares al mes; y, por otro, Spaces, una copia de la aplicación Club House, donde empiezan a plantearse recompensar económicamente a los moderadores de las salas. Las cuales, pueden ser una buena plataforma de conversión económica para periodistas de raza que se niegan a convertir una nota de prensa de una marca en una entrevista sin chicha ni limoná. Y no tener que vivir de generar contenido para agencias de comunicación o para marcas, o de moderar think tanks y charlas en eventos.
Como nos recuerda Esmeralda Montolío en Aprendemos Juntos, nuestra escritura nos representa, y hay varias generaciones de periodistas que, a poco que tengan su libertad económica asegurada, enriquecerán mucho nuestro panorama informativo enseñándonos a identificar una fake new, ya sea de algún lobby o de algún representante público, ampliando la transparencia de la res pública y generando una sociedad más justa y habitable.
A lo mejor, surgen plataformas agregadoras de contenido de periodistas a las que, pagando una cuota mensual, puedas acceder a su aportación de valor, sin tener que recurrir a pagar la suscripción o dar likes a un medio de comunicación cuya línea editorial no compartes, pero colabora con un par de periodistas que te aportan valor.
De esa manera, quizá, por fin, la mayoría de periodistas vocacionales podrían vivir de su talento y pasión.
En definitiva, si el periodismo es garante de la libertad, habrá que asegurar la libertad de palabra a los periodistas.