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Sobre todo Dios (E)

Filosofía para pobres (XXI)

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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La filosofía cristiana (admitamos el oxímoron), como hemos visto, está más presente en la configuración de nuestra Cultura de lo que se pretende. La Escolástica, la idea de la “Auctoritas” frente a la originalidad pragmática o proclamación de la experiencia individual, sigue vigente: antes el nombre o la fama que las ideas; Gramática, Retórica y Dialéctica (“Trivium”) siguen vertebrando nuestros estudios lingüísticos, aunque en la calle no se estilen; Aritmética, Geometría, Música y Astronomía (“Quadrivium”) eran los cuatro caminos hacia lo que denominamos hoy Ciencia, y es imposible entender la Arquitectura o a Bach sin recordar que la Música era el fenómeno físico a través del cual los Arcángeles, Ángeles, Querubines, Serafines, Tronos, Dominaciones, Potestades, Virtudes y Principados, organizados en tres coros de tres tipos de mensajeros de Dios y cantando el tres veces santo (“Triságion”), conectaban el Décimo Cielo o “Habitaculum Dei”, en una especie de caída hacia nuestro Mundo, provocando el baile de las esferas o “Harmonia Mundi”: desde la Séptima Esfera hacia el centro interior (la Tierra quieta) con los etéreos planetas girando en círculos perfectos (Kepler seguirá pensando en planetas danzantes).

La ruptura de este orden cósmico marcará el inicio de la Modernidad, la relación de la Tierra con el Universo cambiará durante el Renacimiento como la relación entre “alma-espíritu-cuerpo” y, aunque no será el primero en decirlo, sólo a partir de Descartes (considerado inicialmente como un enemigo de la Iglesia cristiana) la fe se renovará eliminando ese puente de unión material entre el mundo celeste y el terrestre (ésta es la definición literal de “espíritu” en el Mundo Antiguo), llegará la separación de la realidad del cuerpo (lo que tiene extensión) de lo otro: lo espiritual, que ni tiene extensión ni ocupa lugar ni “está” aunque sí “es”… misterios de la fe.

Estamos afirmando que lo inmaterial, tomado así, sin explicaciones de sutilezas corporales raras, nace en el siglo XVII. Antes siempre se pensó en una materia sutil y, en cualquier caso, algo que ocupaba un espacio, su lugar natural, de la Luna hacia afuera: éter; hacia dentro: aire, fuego, agua y tierra. Hasta el cartesianismo el cristianismo era una religión materialista, y eso ayuda a entender muchas de sus dificultades teológicas: no son más que la colisión de dos religiones distintas, aunque hechas una única por puro deseo teórico. La creencia cristiana actual no tiene más de 400 años, es una religión diferente de la que pretenden sus gestores; lo que creía Santo Tomás no es lo mismo que lo creemos nosotros.

La revolución que conduce a este gran cambio de mentalidad (progresivo) llegará con uno de los pensadores que más merecen nuestro estudio y desde dentro de la Iglesia, más determinante para el saber humano que el mismo Aquinate pero siempre ladeado, curiosamente: el franciscano (Orden Mendicante) William Ockham (Guillermo de Occam, 1287-1347).

“Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem” es uno de esos latinajos que apenas requieren traducción, es la afilada Navaja de Occam: más allá de lo necesario no se han de multiplicar los seres, esto es ¿para qué inventar cosas o ideas a fin de explicar el mundo si con el propio mundo se puede hacer? Éste es un ataque (muy aristotélico por cierto) al formalismo que desde Platón había presidido el intento de entender cómo funcionaba el conocimiento humano; las “formas” platónicas era los “universales” para los escolásticos, sólo unas entidades no sujetas al cambio natural podían justificar la “verdad” de los objetos, que por cambiantes son irreconocibles. Sólo la presencia de algo estable en lo cambiante daba credibilidad al saber, lo que reconocemos (porque de alguna manera esas formas están ya dentro de nosotros) son los universales. Occam proclamará la experiencia organizada, la colección de datos en torno a sonidos simbólicos o conceptos, con su posibilidad de error o de arbitrariedad o de subjetividad, es decir, con apertura al crecimiento de la sabiduría como único conocimiento justificado del ser humano: más allá de la fantasía no percibida de los universales, sólo quedan los nombres, esto es el Nominalismo o Terminismo frente al Realismo (sostener la realidad de las ideas, formas o universales)… en el fondo la misma pugna de siempre: aferrarse al mundo y vivirlo o rechazarlo empós de un más allá.

Un “golpe de voz”, eso es un “nombre” para Occam. Qué es una “rosa” más que un sonido alrededor del cual un ser humano puede acumular experiencias conectadas entre sí, repetidas hasta identificar lo percibido; una “rosa” no es “rosa”, el objeto percibido y el identificador de su percepción no coinciden, en la mente está “rosa” pero no la “rosa”. Ya Roscelino en el siglo XI había mantenido tesis parecidas, una vez más encontramos que los grandes pensadores son más sintetizadores de su época que revolucionarios absolutos.

Dios ha hecho el mundo como ha querido, podríamos estar en una realidad absolutamente diferente y por tanto con mecanismos de funcionamiento totalmente distintos. Pero su Voluntad es lo que vemos, ¿quién podría estar en contra de entender o de acercarse a lo que la Voluntad Divina ha querido? Si entender el mundo es coleccionar experiencias, estudiar la naturaleza no es ir contra Dios sino todo lo contrario: es alabar la grandeza de la creación. Esta teoría denominada Voluntarismo (confundir “voluntarista” con “voluntarioso” es casi tan snob como decir “de motu propio”) unida al Terminismo: abren una nueva mentalidad (en Inglaterra, nótese) que va a ser determinante para la revolución de la cosmología que supondrá el Renacimiento.

Ni debe haber cortapisa alguna para la investigación (incluidos los prejuicios conceptuales) ni ésta afecta realmente a la fe, sino que incluso la ensalza; hay un cierto triunfo de ese averroísmo al que tanto temía la jerarquía vaticana, la distinción del territorio de la Fe del de la Razón. Si añadimos, consecuentemente, que para Occam no hay justificación para el ejercicio político del Papa más allá de lo concerniente al dogma, es decir, que los príncipes no deben obediencia al papado: hemos puesto las bases de lo que llamamos Modernidad.

Desde un punto de vista histórico es muy interesante el carácter renovador de cierto sectores pobristas en la Orden Franciscana, recordemos a Roger Bacon (s. XIII) que ya habla de esta necesidad de entender la creación divina incluso con intenciones prácticas; las tentativas de devolver a la Iglesia a su supuesto origen han ido determinando grandes cambios de mentalidad, piensen en la Reforma… Hoy somos más lo que William Ockham vio que lo que Santo Tomás escribió, sin embargo éste sigue más presente en los idearios conservadores que aquél, y eso se refleja, lamentablemente, en los programas de estudio y en la política, distorsionando la verdadera imagen que tiene el mundo culto de la naturaleza… aún disfrazada de teología hogaño.

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