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Sistema, víctimas y el estropajo de metal

Sonia Vivas Rivera
Sonia Vivas Rivera
Nació en Barcelona en el año 1978. Hija de una familia de emigrantes extremeños. Pedagoga y educadora, policía vocacional. Cursó master en ciencias forenses y se especializó en derechos contra las libertades fundamentales liderando el servicio de delitos de odio pionero en Baleares. Residente en Palma de Mallorca, entiende la seguridad pública como un servicio al ciudadano en comunión con los derechos humanos. Mujer, feminista, lesbiana y de izquierdas. Concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBi del Ayuntamiento del Palma de Mallorca
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análisis

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Cuando te decides a denunciar públicamente lo que no funciona bien o directamente no funciona en absoluto, te suelen salir enemigos por todas partes, pero cuando se trata de hablar de actuaciones que atañen a la policía, la cosa se complica y bastante.

En un país como el nuestro donde mucha gente con ideas demócratas y progresistas bajan la voz cuando hablan de política, se hace muy evidente que no es fácil la convivencia de la libertad de expresión con su colega el ineludible miedo.

En cambio, aquellos que se atribuyen la Constitución y la bandera como enseña propia, sí gustan de esparcir veneno sin consecuencias y a viva voz, como Dios manda, sabedores de que en la sopa de la represión muchos no cogen la cuchara con la mano derecha.

Poner en entredicho la labor que se realiza desde la policía, en cuestiones de victimología y género, hace que sufras ataques constantes y que los pacíficos poderes fácticos en forma de pseudo- sindicatos y asociaciones, todas ellas policiales, quieran denunciarte, pues los envían desde arriba y ellos acatan la orden que es clara: “metedle un puro y calladla”.

Es el precio que pagas por andar por ahí hablando más de la cuenta e intentando cambiar un sistema que sólo perjudica a quien importa básicamente nada.

El objetivo no eres tanto tú como el miedo que tienen a que se sepa socialmente que la propiedad privada está más asegurada en nuestro sistema, que un trato acorde al derecho-social de una mujer violada.

En las academias policiales debido a que el paradigma educativo es otro, no suele hablarse del Estatuto de la Víctima del Delito o ley 4/2015 de 27 de abril, y por tanto, se desconoce su contenido que lógicamente, acaba siendo omitido en muchas actuaciones que se llevan a cabo. Sé que es molesto escuchar que la policía no es perfecta y que no da muchas veces un trato adecuado, pero es necesario contarlo.

Esto que expongo se observa de manera explícita en el hecho, contrastado por mi experiencia de catorce años como policía en ejercicio, que hay una ausencia de reglamentos y protocolos para el trato con personas no detenidas y sobre todo con las víctimas de delitos violentos, en su inmensa mayoría mujeres.

Este vacío legal, en cuanto a procedimientos, deja a la discrecionalidad del agente en cuestión o del mando que esté operativo en ese momento, la toma de decisiones sin una base reglamentaria que dé sustento a dichas decisiones.

Un ejemplo de ello es que muchas mujeres maltratadas son transportadas en la parte trasera de los vehículos policiales, lugares con una mampara de metacrilato, espacios destinados a los detenidos y nunca a las víctimas, pero que a veces se tornan polivalentes tratándose de mujeres apaleadas.

Es insólito lo sé, pero no existe un reglamento que prohíba taxativamente eso y en muchas ocasiones, para no dar un trato especial o por falta de recursos o porque se considera adecuado, las mujeres acaban metidas ahí, en la parte trasera de un coche patrulla, como si fueran detenidas y en ocasiones hasta con niños en brazos.

Basta con preguntarles a algunas de las que han tenido que pasar por ese trance, para darse cuenta de la percepción que tienen del trato dispensado y del sistema de acompañamiento y protección en su conjunto.

Recuerdo un protocolo que presenté en la organización policial donde yo trabajaba.

Era un procedimiento que estaba destinado a evitar precisamente estos casos de malas praxis en los traslados de las víctimas.

Recuerdo que el superior al que le expuse mi idea, me escuchaba, dejándome acabar la explicación motivada. Yo estaba feliz pensando en cómo ponerlo en práctica.

Después permaneció en silencio y mirándome fijamente a los ojos, durante unos segundos de incertidumbre, me dijo que dejara de trabajar en rellenar papel para nada y que mi protocolo de actuación se haría “por encima de su cadáver”, la frase entrecomillada es textual.

 

Luego prosiguió explicándome que no se llevaría adelante ninguna medida extra porque no había que dar privilegios a nadie. Como si tratar a las víctimas igual que a los verdugos fuera equitativo e igualitario, como si una mujer maltratada fuera un cliente más de un sistema errático y sin entraña.

Tenemos problemas evidentes, que no se ven porque los intentan parchear, porque criticar para mejorar es visto con malos ojos si es la policía la que está siendo cuestionada, ya que nos venden como intocable o perfecto un servicio público que está en construcción constante.

Pero, aunque me denuncien y me intenten acobardar echándome encima las siete plagas, pienso seguir contando lo que pasa, sabedora de que el cambio se hace efectivo sólo porque saben que hay una “loca muy lúcida” sentada en su escritorio recordando y escribiendo sobre las cosas que nos pasan.

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