El hijo de Dios dejó dicho, siempre según Mateo que pasaba por allí, “El que no está conmigo, está contra mí

 

Jesucristo como primer personaje de ficción épico que saltó a los anales por sus panegíricos mesiánicos, ya evidenció esa manía de hacer grandes grupos y etiquetas, como si todo tuviera una explicación generalizable y encajonada en un fichero concreto.

El hijo de Dios dejó dicho, siempre según Mateo que pasaba por allí, “El que no está conmigo, está contra mí”. Aquellas palabras fueron las primeras que certificaron que el gris debía ser eliminado de la faz de la Tierra, no había posibilidad suiza de que alguien decidiera llanamente, quedarse en el medio.

Jesús se apresuró en mostrar que lo que no era bueno, tenía que ser malo y por tanto debía desaparecer, porque dejar cabos sueltos siempre propicia quedarse fuera de la foto, según promulgó otro ilustre atemporal, Alfonso Guerra, que es sin duda el primer contemporáneo español que tomó de la Santa Biblia, o de Darth Vader, eso de amigo o enemigo.

Guerra como tantos otros coetáneos, descendientes o disidentes, de este país, barra estado, barra suerte histórica plurinacional de concepto federalista, barra concepto imaginario creado a partir de la unión de dos católicos Isabel y Fernando, cartografió que bien Jesucristo era español o bien los españoles éramos muy del hijo de María, porque no hay un país con menos matices que España, ya que los envites solo los marcan aquellos que vociferan de forma irreverente en favor del cainismo. Aquí o eres del Madrid o del Barça, eres de González o de Aznar, eres casta o estás contra ella, eres fuego o hielo, eres rojo o facha.

Nosotros somos los Campos de Castilla de Machado, donde se habla de esos Caín y Abel que se quedaron impertérritos a bruces de golpearse, para que Goya retratara el oficio nacional; vivir en el centro, y pasar la tarde golpeándose en los extremos.

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