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Sin futuro

No tener futuro significa no tener nada que perder

Àlex Pérez
Àlex Pérez
Joven cantautor que hace de la música una trinchera. Además le gusta escribir, es crítico y autocrítico, por eso siempre que puede aprovecha para hacerlo "en solfa".
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análisis

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Las etiquetas generacionales son bastante confusas, pero por lo que parece, se entiende como millenial la persona nacida entre 1981-1994 y los llamados Generación Z, somos los que nacimos entre 1994 y 2010. Los últimos millenials y los que somos Z, hemos tenido que escuchar en numerosas ocasiones, por no decir a diario, que somos las generaciones perdidas, que somos unos desorientados, insensibles, apolíticos, zoquetes, que no nos implicamos, etc. Personalmente, me parece, como mínimo, curioso. Yo prefiero llamarnos la generación sin futuro, los abandonados.

Hay que decir que entre estas generaciones hay jóvenes con circunstancias muy distintas, por las diferencias de clase, género, orientación sexual, lugar de nacimiento. No todos lo viven o les afecta de la misma forma. Algunos tienen más suerte, pero los “afortunados” son una minoría.

Somos la generación que siendo niños y algunos adolescentes, vivimos el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 y la crisis que duró hasta 2014, si es que ha acabado en algún momento. Crecimos en ese ambiente de resentimiento económico, con un paisaje devastador.

Siendo niños y adolescentes, algunos escuchaban como sus padres hablaban de “apretarse el cinturón”, algunos incluso, ya no tenían ni cinturón, familias enteras que dependían de las pensiones de los y las abuelas, otros sufrían desahucios. En fin, nuestra infancia e inicio de la adolescencia se truncó por culpa de esa crisis, que evidentemente, nosotros no teníamos nada que ver con ella, apenas nos enterábamos de lo que pasaba.

Entonces, algunos pudimos ir a la universidad, otros no pudieron estudiar e intentaron buscar un trabajo. El paro juvenil estaba y está por las nubes, por eso la mayoría no encontraba ni encuentra empleo y los pocos que lo lograban tenían sueldos ridículos, que no dan ni para sobrevivir.

Por eso nos decían “hay que estudiar y formarse”, “estudia mucho que así podrás trabajar de lo que quieres, tendrás un buen sueldo”, “si vas a la universidad te estás forjando un futuro seguro”. Así que eso hicimos, como ya he dicho, los que pudimos pagar las tasas, algunos con ayuda familiar, y otros trabajando para poder estudiar. Pasamos 4 años estudiando una carrera, algunos más, con algún master, etc. Pero al salir nos encontramos con frases como “no tienes experiencia”, “eres muy joven”…

Y para complicarlo todo, llega la pandemia del coronavirus. En ese instante, cualquier esperanza que teníamos se desvanece y si ya pensábamos que nuestro futuro era incierto, ahora dudamos incluso de si tenemos futuro. No solo los pocos empleos que iban apareciendo se esfuman, sino que los que ya existían, desaparecen. Así que los que terminaron de estudiar, van directos al paro, los que trabajaban para estudiar, quizás no podrán seguir estudiando, los que tienen empleo están en un ERTE o tienen sueldos ridículos, algunos quizás con más suerte, otros emigran…

Así estamos, y además todo esto nos está afectando a nivel psicológico, no solo a nivel de estudios o trabajo, sino a nivel personal y social. Durante la juventud es cuando se socializa, se conoce gente, se crece, se comparte, todo esto lo hemos perdido también. (Evidentemente entiendo que hay que blindar la salud, simplemente analizo lo que vivimos).

Así que en medio de tanto ruido, siendo “veinteañeros” y “veinteañeras”, nos miramos al espejo, miramos al frente y no vemos futuro. A lo largo de nuestra juventud hemos ido descubriendo injusticias, viviendo en nuestras carnes los efectos de la mala gestión política y económica, la precariedad, desahucios, devastación.

Por eso algunos se organizan, los que se agrupan en un sindicato de estudiantes, los y las jovenes que en pueblos y barrios crean espacios donde compartir, aprender y luchar. Mientras nuestras expectativas de construir un futuro digno y libre cada día se van desvaneciendo, nuestra rabia va creciendo.


Algunos adultos se preguntan “¿dónde están los jóvenes?”. Me tomaré la molestia de responder. Mire, algunos están en juicios por defender la sanidad pública, o la educación, incluso las pensiones. Otros viven con miedo cuando salen a manifestarse por la libertad de expresión o exigiendo mejoras laborales, temiendo que les vacíen un ojo con un balazo de foam. Algunos se encadenan a las puertas de una vivienda antes de que llegue la policía para desahuciar una familia.

Otros se organizan para conseguir dinero y pagar la multa de algún amigo o amiga que ha hecho un tuit que a algún juez no le ha gustado. Otros van a los campos de refugiados y a zonas de conflicto para acompañar a jóvenes con aún menos suerte que nosotros.

Los y las jóvenes, estamos. Estamos en las calles, estamos luchando, y estamos sufriendo. No tenemos futuro, pero tampoco tenemos voz. Porque a todo esto hay que sumarle lo que Iñaki Gil de San Vicente llama el poder adulto, que es básicamente, el que organiza la sociedad en base al poder que sustentan las personas adultas. El poder adulto está en todas esas frases que nos comentáis día tras día, en el paternalismo. Nuestra edad no justifica que debamos quedar en silencio, tenemos opinión, queremos hablar, queremos decidir porque formamos parte de esta sociedad, tenemos derecho.

Algunos adultos, nos dicen que cuando crezcamos ya lo entenderemos. Pero pienso que no entenderemos nada o quizás ya lo entendemos. El sistema capitalista quiere exactamente eso, que seamos sumisos y pensemos que la rebeldía es cosa de jóvenes, y que con el tiempo nos iremos tranquilizando, porque el capitalismo lo que teme es que cuando seamos adultos, sigamos siendo rebeldes, rebeldes con causa. Nosotros y nosotras no decidimos el mundo que nos encontramos al nacer. No hemos participado de la construcción de este mundo oscuro, tenemos el derecho a cambiarlo, para poder vivir dignamente, o simplemente, para poder vivir.

No tener futuro significa no tener nada que perder, no tener futuro implica no tener miedo. Al no tener nada que perder, tenemos mucho por conquistar y ganar.

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