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Sin ánimo de ofender…

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análisis

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De mis años de militancia en una organización política aprendí muchísimas cosas. Conocí a muchísima gente. Crecí como persona, como ciudadana y como militante comprometida con unos principios. Y me hice fuerte ante las críticas, las mentiras, los ataques descarnados que venían como respuesta a mis planteamientos críticos (siempre respetuosos, en contexto político y con intención de analizar y construir).

Ahora que ya llevo años fuera de la militancia orgánica he podido disfrutar mucho del activismo político sin la asfixia que supone la pertenencia a un partido: lo cierto, lo que yo viví y he constatado en miles de personas con las que he hablado al respecto, es que las formaciones políticas se han convertido en un lugar donde la crítica (en términos políticos) está mal vista; se persigue al que pregunta, al que analiza o cuestiona; se coloca al que aplaude, se calla y no señala jamás los fallos. Ese mantra tan manido de «las cosas hay que decirlas donde corresponde» es la excusa perfecta para tapar bocas, para acallar a quienes quieren participar aportando, indicando lo que debería mejorarse o sencillamente abriendo debates que podrían enriquecer la formación.

Siempre me pregunté por qué estaba tan criminalizado lo de ser «crítico», lo de pertenecer al «sector crítico» en lugar de pararse a pensar que lo preocupante es estar siempre en el «sector criticado», que suele ser el órgano que toma las decisiones sin transparencia, sin contar con nadie, sin argumentar nada con un mínimo de rigor y profundidad. Pero ya se sabe que no siempre es fácil dar la batalla, aunque el tiempo normalmente termina dando la razon a esos «críticos» que se dedican a avisar, muchas veces, del lugar por donde se deshacen los proyectos.

Ninguna formación está libre de este sectarismo. Parece que va asociado en el binomio: partido político y formación tortuga. Cerrar filas, cerrar ventanas, apagar la luz y silenciar taquígrafos. No interesa nada de lo que se predica hacia fuera en las formaciones que han de funcionar colocando a gente que, muy posiblemente, fuera de ellas lo tendrían bien dificil para ingresar a fin de mes lo que las palmas y los silencios les facilitan. Y así nos va, porque los partidos políticos están pasando su mayor crisis ante la falta de transparencia, de coherencia y de compromiso con sus presuntos principios.

Cuando alguien considera que una crítica política es una crítica personal, tiene un problema. Un serio problema, porque la base de la democracia es la discrepancia.

Cuando recibes un mensaje de un comisario político que te avisa de que tus opiniones críticas podrían estar siendo vigiladas, no es buena señal: no lo es para el partido, puesto que si no entiende que la transparencia, la frescura y la flexibilidad para poder canalizar las opiniones, estará fuera del panorama real y se quedará jugando a las sillas. Precisamente lo que un partido jamás debería hacer.

Esto es un aviso a navegantes: cuando una crítica política no se sabe entender, estaríamos quizás ante un proceso diferente: el del fanático incapaz de entender y de comprender que la democracia no necesita mesías, sino construir entre todos, asumiendo los aciertos y los fallos sin que por ello quepa una guerra fratricida.

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1 COMENTARIO

  1. En efecto los partidos políticos se han convertido en el transcurso de estos cuarenta años de democracia en organizaciones con un poder que no deberíamos haber consentido los ciudadanos porque de ese poder emana ese sectarismo al que usted alude. Las personas, mientras más poder acumulamos menos demócratas vamos siendo.La vida

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