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Simenon, el escritor total que subía escaleras sin barandilla

Acantilado y Anagrama rescatan las obras del escritor belga en el enésimo intento de que los lectores españoles valoren en toda su grandiosidad la calidad literaria del ‘padre’ del comisario Maigret

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análisis

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Todo en él es descomunal, inabarcable, desmesurado… Sigan sumando adjetivos a este proverbial escritor belga que quedó marcado para siempre bajo el marchamo del subgénero de la novela negra cuando en verdad su trayectoria literaria iba mucho más allá de este cliché, porque si algo supo hacer como nadie ha conseguido hasta hoy es adentrarse en las profundidades de la psicología del ser humano y sus miserias hasta retratarnos sin ambages y con toda la crudeza posible. Así somos sin aditamentos, esclavos de nuestras propias contradicciones.

Ahora, en un enésimo intento de que el lector español disfrute completamente de la absorbente, variada y profunda obra del autor de obras como Carta a mi madre, Maigret, La nieve estaba sucia, La mirada inocente y otros muchos títulos inolvidables, las editoriales Acantilado y Anagrama han unido sus esfuerzos y estructuras editoriales para publicar una remozada colección de títulos, donde no sólo se pone el foco en las andanzas del comisario Maigret sino también en las llamadas novelas “duras” del escritor en lengua francesa más leído del siglo pasado. Hablamos, claro está, de Georges Simenon, nacido en la Lieja de comienzos del pasado siglo XX y fallecido en su retiro suizo de Lausana en 1989, el escritor que mantuvo durante su ingente etapa de producción literaria un ritual inquebrantable: ocho capítulos de una novela en ocho días, pausa y después tres días dedicado en exclusiva a la revisión de lo escrito.

Tan contradictorio como sus palabras, tan contradictorio como el cuestionamiento permanente que ejercía sobre la voluntad del ser humano en un contexto social permeable hacia la psique de sus protagonistas

Se aproximó a las 200 novelas publicadas con su nombre, 191 para ser más exactos, 75 de ellas protagonizadas por el comisario Jules Maigret y su inseparable pipa –como el mismo Simenon–, aunque también dejó otras tantas novelas bajo múltiples pseudónimos como Christian Brulls, Monsieur Le Coq y Jean du Perry. Simenon se afanó mucho en diferenciar sus sagas policiacas de las que llamó “novelas duras”: “Las novelas policiacas tienen reglas. Esas reglas son como barandillas de escalera. O sea, que hay un muerto, uno o varios investigadores y un asesino, y, por tanto, un enigma. (…) Mientras que las novelas ‘duras’, como las llamo yo, son simplemente novelas sin barandilla”, declaraba en el mítico programa literario de “Los monográficos” de Apostrophes.

Buscar al hombre

Cuando el entrevistador le pregunta qué buscaba en su vida personal, pese a tener esposa legítima, amante fija y visitar con frecuencia el burdel, Simenon responde tajante: “Quería conocer algo más, buscaba al hombre. Iba en busca del hombre y encontraba al hombre en la mujer. Quizá porque la mujer es más transparente, con ella se puede tener un contacto que no puedo tener con un hombre”. Así era Simenon, tan contradictorio como sus palabras, tan contradictorio como el cuestionamiento permanente que ejercía sobre la voluntad del ser humano en un contexto social permeable hacia la psique de los protagonistas de sus novelas.

No son pocos los genios de la literatura del pasado siglo que le rindieron honores con alabanzas de todo tipo: Gabriel García Márquez dijo de él que era uno de los escritores más importantes del siglo pasado. André Gide también lo dejó claro: “Es el novelista más grande y más auténtico”. Henry Miller valoró su excepcionalidad y William Faulkner adoraba sus libros sin ambages ni dobleces, como Walter Benjamin, que confesó que no se perdía cada nuevo libro que publicaba en su frenética actividad creativa entre los años 1931 y 1972, año en el que decidió retirarse para dictar apuntes biográficos. Precisamente de esta etapa final es uno de sus libros más bellos, duros y sinceros: Carta a mi madre, publicado en 1974. En él, Simenon escribe dirigiéndose directamente a su progenitora: “Lo que yo buscaba en tus ojos y en tu sereno rostro no era la idea que tenías de mí: era la idea verdadera de ti que yo empezaba a percibir”.

Ahora, la unión de Acantilado con Anagrama acaba de publicar tres títulos con una atractiva edición. Con traducciones de Núria Petit y Caridad Martínez, los diseños de portada han sido realizados por el estudio Duró y las ilustraciones por Maria Picassó. Los tres primeros títulos publicados son: Maigret duda, El fondo de la botella y Tres habitaciones en Manhattan. Cada uno de ellos refleja una época determinada en la producción del escritor belga. Así, en el primero de ellos, el comisario Maigret debe resolver un asesinato al tiempo que penetra, con su habitual aplomo, en la compleja red de la alta sociedad parisina, hecha de apariencias y mentiras. El fondo de la botella es el primer roman durde la etapa americana de Simenon y aborda una compleja trama familiar con tintes bíblicos y freudianos. Por último, en Tres habitaciones en Manhattan un hombre conoce a una desconocida en un bar y comienzan un apasionado amour fou mientras intentan resolver sus vidas presentes ajenas a este encuentro fortuito.

El cine ha acogido en incontables ocasiones muchas de sus novelas, y lo ha hecho con el mismo apasionamiento con que el escritor belga nos adentra en sus historias inquietantes. El cineasta Claude Chabrol aseguraba que “al leer uno de sus libros, tres cosas resultan evidentes: la calidad de la atmósfera –maravillosamente descrita–, la precisión de los diálogos y la densidad de los personajes. Contiene todos los elementos imprescindibles, y casi suficientes, para hacer una buena película”.

En su mítica biografía de Simenon, el periodista Pierre Assouline apuntaba que el prolífico escritor “vivió bajo el signo del exceso, soñándose el personaje principal de la novela de su vida, concibiendo desde muy temprano un proyecto de existencia más que un plan de carrera, previendo cada etapa con una lucidez espantosa”. Sean excesivos también como lectores y no pierdan un segundo más sin caer rendidos al arte de Georges Simenon.

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