Silvio, mito y leyenda que Sevilla no olvida

Tras 20 años de ausencia del rockero hispalense, perviven sus canciones, ocurrencias y legados en la capital de Andalucía. Silvio no deja de deleitar a sus seguidores

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Hay excepciones sobre el olvido que acarrea la muerte. Una podría ser la de Silvio Fernández Melgarejo (La Roda de Andalucía, 1945-Sevilla, 2001), uno de los referentes rock andaluz que trascendió fronteras y años. El músico y cantante hace buena a Isabel Allende cuando escribió: “La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan”.

Según repetía en vida, Silvio maridó pop y flamenco para gloria de su legión de seguidores. Debutó como batería del mítico grupo Smash, donde coincidió con Gualberto García, Julio Matito, Manuel Molina y Henrik Liebgott, en 1970. Antes hizo carrera en varios grupos (X-5, Los Mercurys y Gong). ‘Silvio’ es una marca, un concepto, que legó tan imperecedero personaje. Mezcló paroxismo y genialidad, vanguardia y tradición. Su leyenda se forjó mucho antes de su temprana muerte, a los 56 años, en parte causa del exceso con el tabaco y el alcohol.

Sevilla venera a deidades, religiosas y laicas, desde la noche de los tiempos. Astarté, la diosa fenicia, ya era objeto de ofrendas en el Cerro del Carambolo. A posteriori, el marketing cristiano, sobre la mayoría musulmana de Al Andalus, añadió media luna a los pies de las vírgenes. Tales imágenes se disputan el fervor hispalense para ganar cercanía y credibilidad a los moriscos o conversos. Después, las dualidades hispalenses van por barrios (Triana-Macarena) o por los colores del fútbol (Betis-Sevilla).

En el caso de Silvio estamos ante un personaje extremadamente popular. Sus ocurrencias se constatan en programas televisivos (recomendables las entrevistas de Jesús Quintero, o cuando pregunta al recibir un premio si ‘da calambre’), frases-dogma (avanti la guaracha, paso directamente del estado de coma al estado de beba), conciertos (en muchos olvida la letra o no canta por ebrio), anécdotas mil (a la inolvidable locutora Rosa María Pinto le pidió matrimonio mientras lo entrevista) y una vida singular que arrancó, en parte, sobre tragedias personales y familiares.

La leyenda de Silvio arranca desde que era bebé. Nace en el cuartel de la Guardia Civil de La Roda de Andalucía, el último pueblo de Sevilla hacia Málaga. Allí, una calle le honra: las rockerías (Jesús Ordovás dixit) no le olvidan. Su progenitor, huidizo de ese papel, fue un periodista que firmaba como ‘Silvio’ en el periódico monárquico ABC.

Sus inseparables madre y tía, Eva & Narcisa, refugiaron al rockero tras suicidarse su hermana muy joven y ser abandonado por su esposa, una acaudalada heredera británica de la aristocracia, que se llevó al hijo en común, Sammy. Su padre sólo lo conoció cuando tenía meses. Llamativamente, Sammy es cantante de rock tras dejar la batería. Como su fallecido padre, a quien en 2011 homenajeó en Sevilla con algunos de sus músicos y vocalista (Pedro García, Emilia Pinzón…).  

‘Silvio’ es una marca, un concepto, que legó tan imperecedero personaje. Mezcló paroxismo y genialidad, vanguardia y tradición

Silvio no vivió en el centro de Sevilla, pero amaba la Semana Santa. Se afincó en un barrio nuevo, surgido tras la guerra fratricida y modelado por la especulación. En Los Remedios, cerca del Parque de los Príncipes sentó reales. Otra calle se rotula hoy con su nombre en su barrio. También en Granada y desde 2012 está el ‘Paseo Rockero Silvio Fernández Melgarejo’. El hoy desaparecido Bar ABC, regentado por la china Rosa María Yang, era su oficioso despacho. Con la oriental compartía intimidades e inquietudes. Hasta pretendió ganar un concurso de sevillanas como su pareja; la cosa no cuajó.

En dicho barrio era visita obligada la cabellería de Don Curro, otro personaje de Sevilla más creadora. Curro Silverbarber fue, antes de ser peluquero, guitarrista de Los Mercury. Era confidente del rockero, sin obviar la psicoestética o cortar con tijeras de plata para clientes de oro.

El extinto Dom Gonzalo, donde tocaba Smash y se reunía el PSOE de González-Guerra, lo frecuentaba ese Silvio que venía de la Glorieta de Lotos-Parque de María Luisa; ahí prefería fumar la hierba a pisarla. 

Avanti con el swing

Tras impresionantes solos de batería, que tocaba en su particular homenaje a los tambores de la Semana Santa en Smash, Silvio se hace cantante a finales de los setenta. Crea ‘Silvio y Luzbel’. Otros grupos siguieron la senda: Barra Libre, Silvio y Sacramento más Los Diplomáticos. Durante el período 1980-1999 Silvio grabó sus únicos cinco discos (Al Este del edén, Barra Libre, Fantasía Occidental, En misa y repicando más A color, to África from Manchester). Los temas mezclaban textos de Silvio y versiones de clásicos de los 50 y 60. Se intercalan –letra inclusive- rock norteamericano, canciones italianas, copla española y otros estilos.

Silvio no se arredraba ante nada. Libérrimo ante el micrófono del estudio o del escenario canta, improvisa y se inventa lo que sea menester. Para sus músicos siempre era un misterio. Podría cantar desde cualquier cerro de Úbeda. Pive Amador, su inseparable batería y amigo, lo sabe bien. Era un tipo absolutamente alejado de los cánones pero fiel a un sello propio. 

El Silvio artista es difícil de etiquetar, como acostumbra la crítica para economizar y dogmatizar. Su inclasificable estilo le hace proverbial. Capaz de cantar en cualquier idioma improvisa con soltura. Entremete coplas de Antonio Molina con un Forza Italia o arenga en pro de la Benemérita. A un periodista llegó anticipar ‘en capilla’ de un concierto que versionaría a Molina, pero cuando cantaba en francés. El cronista se desternillaba, Silvio era inimitable, imprevisible. Un ejemplo es parte de la letra de Sureños: ‘….somos víctimas propicias de una antigua maldición: hemos de ganar el pan con el propio sudor / menos mal que aquí en Sevilla la vida tengo ganada / porque con tanto calor sudo aunque no haga nada…’.

Los conciertos de Silvio compartían incógnitas, como las corridas de Curro Romero. Nadie preveía la gloria o el fiasco. Si la alcoholemia hacía de las suyas, el poderío vocal del Silvio desinhibido y genial arrasaba. Una versión del Stand By me (Rezaré) que repasa cristos y vírgenes de la pascua sevillana es el himno que suena en bares y cofradías hispalenses. Fotos con Silvio le igualan a famosos toreros o futbolistas en muchos negocios y casas sevillanas. Es una celebridad de la que mejor estar cerca.

Un mito sitúa a Silvio, acérrimo sevillista, dedicando al Betis un himno oficioso. Lo hizo cercado por la militancia verdiblanca de sus músicos.

Los ‘silvianos’ más sevillistas repiten que, cuando canta al equipo de Heliópolis, Silvio no pronuncia la ‘B’ por ser del rival. La verdad es que las criaturas, la afición verdiblanca según Lopera, corean a Silvio cuando retumba su voz en el Estadio Benito Villamarín: ‘No busques más que no hay / cuando el Rey don San Fernando / conquistó a Sevilla / ya se preguntó / dónde está mi Betis…’. El tema lo inspira Elvis Presley y lo compuso el mismo año que el Betis ganó la primera Copa del Rey [hoy] Emérito, vecino de Abu Dhabi. No falta nadie en esa leyenda. 

Silvio -durante sus actuaciones- repartía magia con su voz y presencia. Dominaba perfectamente el escenario. Su cercanía y conexión con el público se reflejan en el impecable documental de Francisco Bech (A la diestra del cielo, 2007) que repasa la vida del rockero. Ahí corroboran, entre otros, Luz Casal, Alberto García-Alix, Ricardo Pachón, Gonzalo García-Pelayo, El Sevilla, Rockberto, Andrés Herrera -el Pájaro- y el Cardenal Amigo Vallejo que el talento de Silvio estaba acreditado.

Miguel Ríos, Enrique Bunbury (versionó Rezaré), Santiago Auserón, Raimundo Amador o Joaquín Sabina opinan lo mejor del rockero así como reputados críticos musicales patrios: Diego Manrique, Carlos Tena, Paco Pérez-Brian o Ángel Casas serían algunos ejemplos.

La biografía sobre Silvio, Vengo buscando pelea, la firmó el reputado periodista, escritor y editor Alfredo Valenzuela primero en Quasyeditorial (1991). Fue ampliada la obra, con Pive Amador, por la Fundación José Manuel Lara-Planeta (2004).

En el volumen se relatan, entre otras ocurrencias, anécdotas del cantante abordando aviones sin rumbo por Europa con el dinero de la que fuera su esposa. O sucedidos que tuvo con amigos, músicos, público y fans. Amador en sucesivas comparecencias ente la prensa insiste que Silvio no tiene seguidores, si no fieles. Añade que su ámbito de inmortalidad se cierne en el triángulo ‘Sílviano-Sílvico’ entre Sevilla, Cádiz y Huelva.   

Nace la leyenda

Sobre la singularidad que protagonizó Silvio hay referencias sobre la gira que hizo con Rockerto-Tabletón, Pata Negra, Camarón, Carlos Cano, Manel Gerena y María Jiménez en 1980 para pedir el voto pro referéndum autonómico andaluz. El rockero hizo de las suyas arropando al presidente Rafael Escuredo. Actuaciones en fiestas universitarias, plazas, estadios, Día Mundial de Beticismo, Cartuja 93, Cita en Sevilla constan para sus asistentes como inolvidables por las cosas de Silvio.  

El mito de Silvio hace que miles de camisetas con su rostro o títulos de canciones (Marguerita Margeró, La ragazza del elevatore…) se paseen dentro y fuera de Sevilla…. Los registros civiles de la provincia sevillana constatan que Silvio es un nombre más frecuente entre varones desde que murió el rockero. Así lo decidieron, entre otros muchos progenitores, el realizador televisivo Jerónimo Mingorance, Andrés Herrera Pájaro (inseparable y excelente guitarrista de Silvio) o Julio Muñoz Gijón, @Rancio, un celebrado novelista, productor y locutor hispalense. El santoral laico sevillano tiene en el rockero un personaje más que se añade a Juan Belmonte, Antonio Machado, Luis Cernuda o Manuel Chaves Nogales.

Anécdotas personales

El autor de este trabajo no es neutral en cuanto a la figura de Silvio. Lo conoció e invitó a copas más de una vez. Su irrepetible improvisación vital le hacían dibujar con el ketchup sobre una hamburguesa una casita y árboles ante el hambre y desesperación de servidor. Otra vez Silvio bebía y bebía en un bar (el desaparecido Wind). Dos policías pedían papeles al negocio. Pensó que iban a cerrarlo. Entonces, alertó a los policías que tenía el coche mal aparcado. Una multa dilataría la melopea que ya tenía.

En los 80, en el Prado de San Sebastián, donde la Inquisición prendía las hogueras con herejes, en un festival (Cita en Sevilla) Silvio llenó uno de los conciertos programados. A los primeros acordes la concurrencia brincaba esperando al rockero. Silvio salió vestido con chaqueta y corbata, como siempre, pero absolutamente ebrio. Con una copa en cada mano.

Los músicos tocaban acordes de un tema conocido, el público les coreaba. Silvio, micrófono en mano, sonreía. No podía cantar, no articulaba palabra. Entonces, los músicos empezaron a cantar contagiando al público. Silvio se sentó, borracho, y seguía sonriendo. Aplaudía al público con las copas.  Unas amigas, desplazadas ex profeso desde Málaga ante las leyendas de Silvio, estaban encantadas con aquel desvarío. Repetían a este cronista: ‘es la primera vez que venimos a un concierto y cantamos nosotras, no el cantante, pero esto es total. Estamos felices, encantadas…’. Así eran la ‘cosas de Silvio’. El mito y la leyenda del artista siguen patentes, en Sevilla, internet y donde resuena su única e irrepetible voz y música. DEP.

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