Sigue bailando Vini, sigue bailando

El racismo en los estadios de fútbol avanza sin que nadie sepa cómo atajar el problema

0
Vinicus celebra un gol con su compañero Rodrygo.
Vinicus celebra un gol con su compañero Rodrygo.

El fútbol es una explosión de alegría, de felicidad, de ganas de vivir. Ya dijo el gran Alfredo Di Stefano, don Alfredo, que un partido sin goles es como un domingo sin sol. El deporte rey debería servir para unir a las gentes, para hermanarlas alrededor de un espectáculo grandioso. Pero siempre hay tristes, amargados y mediocres empeñados en hacer de cada cosa una guerra estéril y sin ningún sentido. Los gritos racistas hacia Vinicius Jr. son sencillamente intolerables y anacrónicos en pleno siglo XXI. Ver cómo una recua de energúmenos canta algo tan execrable como “eres un mono, Vinicius eres un mono” hace perder la fe en el ser humano. Y no nos vale el argumento de esos que, para defender unos colores –en este caso los del Atlético de Madrid, un club que siempre se destacó por su honradez, por su abnegación casi existencialista y su espíritu deportivo– exculpan a los agresores con el argumento de que el correctivo no va contra el color de la piel del agraviado, sino contra su supuesto carácter de divo circense, de modo que las injurias están justificadas como simples chiquilladas, travesuras sin importancia. Nada de eso. Quienes llaman “mono” a Vinicus saben perfectamente lo que hacen. No se trata de un improperio más como cuando al insultado se le falta a la madre, lo cual ya es grave de por sí. Lo atacan cruelmente precisamente porque piensan que los negros son poco menos que primates sin evolucionar, esclavos del blanco, seres inferiores. Es puro racismo.

Si Vinicius baila una samba en el córner cada vez que marca un gol es porque le sale del cuerpo, porque le nace de dentro, porque no conoce otra forma de celebrar la gran fiesta del fútbol. Cualquiera que entienda algo de este deporte sabe que muchos jugadores brasileños festejan el gol de esa manera. Lo llevan en la sangre; así lo han hecho durante décadas. Desde los niños que crecen dándole patadas a una lata en las miserables favelas de Río de Janeiro hasta los que nacen en familias acomodadas y aprenden a jugar en escuelas o academias, todos ellos sienten una pulsión especial, un ritmo, una vibración interior que no es solo deportiva, sino cultural. Para el brasilero, baile y jogo bonito son la misma cosa, por eso son los brasileños los que inventan nuevas jugadas nunca antes vistas, nuevos pasos sobre el escenario verde del ballet futbolero. Garrincha creó el sombrero; Pelé el regate sin tocar el balón; Rivelino la elástica; Djalminha la lambretta; Robinho la bicicleta inversa; Ronaldo Nazario el triple amague; Romario la cola de vaca que rompió la cintura a Rafa Alkorta en aquel clásico en el que el Dream Team endosó un doloroso 5-0 al Real Madrid. ¿Qué son esas invenciones magistrales sino fantásticas coreografías futbolísticas, imaginativas danzas llevadas al balompié, estilizados bailes de salón que deberían hacer disfrutar no solo al fan del jugador que las ejecuta sino al aficionado del equipo contrario que, quizá sin saberlo, está presenciando un salto evolutivo en el planeta fútbol, una obra maestra, una mágica innovación? El buen amante de este deporte no se queda solo en el amor irracional a unos colores y en la pasión irrefrenable de la victoria. Acude al estadio deseando ser testigo de algo histórico, de algo que quedará en la memoria para siempre y para poder decir yo estuve allí, en la grada, cuando el artista con el diez a la espalda se marcó aquel claqué con el balón para la posteridad.

Vinicus es un grandísimo jugador llamado a entrar en el panteón de los más grandes. A nadie debería ofenderle algo tan inocuo como que dé rienda suelta al baile que lleva en las venas tras perforar la portería contraria. Otra cosa es su carácter tempestuoso, irascible, explosivo, que le lleva a encararse con otros jugadores cuando se frustra con alguna jugada o con los árbitros cuando se siente víctima de alguna injusticia legal. Solo el tiempo dirá si madura o se queda en un niño conflictivo y bailongo que se ríe a carcajadas y entra en éxtasis cada vez que marca un gol. Pero lo que sí sabemos es que todos aquellos que le llaman “mono” despiadadamente, inhumanamente, llevan el mal en su interior y solo buscan un pretexto para dar rienda suelta a la violencia verbal, que no es sino la materialización de una ideología política, esa misma que en los últimos tiempos recorre la vieja Europa, desde los Urales hasta Algeciras, dejando un rastro de viscoso racismo que hiela la sangre a cualquier persona de bien. A todos esos seguidores del Ku Klux Klan futbolero (afortunadamente una minoría) les importa más bien poco si Vinicius Junior se arranca, como un duende poseído en el sambódromo, por bulerías, rap o reguetón. Cualquier excusa, cualquier argumento, les vale para iniciar la caza del hombre. Han elegido a Vinicius porque baila, porque se mueve con ese arte y salero del que carece el hombre blanco, pero mañana emprenderán su cruzada nazi contra cualquier otro jugador porque lleva las medias bajas, porque usa gomina o porque se declara homosexual o votante de Podemos.

No debemos dar ni medio paso atrás ante los escuadristas hitlerianos del mundo balompédico, no solo ante los del siempre honorable Atleti, que en este caso es una víctima más de la enfermedad social, sino ante los que practican la nauseabunda filosofía supremacista en los demás clubes de Primera División (en todos hay algún comando organizado del totalitarismo rampante dispuesto a olvidarse de que el fútbol es solo un deporte para linchar dialécticamente a algún jugador negro). Es preciso pararle los pies a la barra brava fascista y en esa difícil misión, extirpar el racismo, todos tenemos una responsabilidad: las directivas de los clubes identificándolos, aislándolos, retirándoles el carné de socio y prohibiéndoles la entrada al estadio; la Policía deteniéndolos y poniéndolos a la sombra; el resto de aficionados colocándoles un cordón sanitario y colaborando en su localización; y los jugadores y árbitros solidarizándose e implicándose a fondo en la lucha contra el racismo en el deporte. Si cada vez que se produjese un vomitivo episodio xenófobo se suspendiese un partido, el problema iría a menos. De momento, a Vinicius y a otros compañeros que sufren los mismos insultos racistas cada domingo solo les queda echarle la paciencia torera que se le supone a todo profesional. Eso sí, el que espere que el crack del Madrid deje de mover el esqueleto cada vez que anote un tanto va listo. Así que no hagas caso a las hordas y sigue bailando, Vini. Tú sigue bailando.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre