martes, 23abril, 2024
24 C
Seville
Advertisement

Sigan votando muerte

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Hacía unos días que un comando había asesinado a sangre fría y de dos tiros en la cabeza a un policía municipal del pueblo. Un hombre jovial, alegre y servicial cuyo único crimen había sido encararse con dos chavales que estaban pintando una diana en la pared del frontón, con el nombre de uno de los empresarios del pueblo. Eso, y que no frecuentaba los numerosos edaritegi de la localidad como tampoco frecuentaba la iglesia, el casino o el batzoki.

Muchos de los vecinos callaban aunque estuvieran rabiosos por el crimen. Patxi no se merecía morir así. Ni era confidente, ni había hecho daño a nadie jamás. Todo lo contrario. Era conocido por estar siempre dispuesto a ayudar a quién se lo pedía. En algunos ambientes lo tildaban de huraño y de poco fiar porque no socializaba en los bares, ni acudía a misa, ni se le conocía afición alguna que no fuera el hockey sobre hielo. Era un habitual, cuando el trabajo se lo permitía, de los partidos del Txuri Urdin, del que era socio y gran aficionado. Alguien había metido la pata pasando información falsa. Pero en los pueblos, las habladurías son el devenir de la vida. Y en una situación de tremenda confusión, esas habladurías, poco consideradas, nunca pensadas con las consecuencias que puedan tener a posteriori y a veces hechas con maldad como ingenua venganza, pueden acabar con la vida de una persona.

….

Son las cuatro de la madrugada. Aratz duerme plácidamente cuando unos tremendos golpes en la puerta lo despiertan con sobresalto. Ni le ha dado tiempo ni a abrir los ojos cuando se encuentra con el cañón de una metralleta en la cara y un tipo de uniforme con pasamontañas le grita y le insulta para que se levante de la cama. Otras voces provienen del resto de habitaciones de la casa. En calzoncillos, le hacen salir, al pasillo primero y a la calle después. A pesar de ser junio, la temperatura exterior ronda los 11 grados. Su vecina, Egia, despertada por los golpes y que ha visto como les echaban de casa con lo puesto, se apresura a intentar entregarles unas mantas. Los uniformados le niegan, primero con la cabeza y después a gritos, la salida de su casa.  Entre gritos e insultos le conminan a que se meta en sus asuntos si no quiere ir detenida también.

La familia de Aratz puede volver una hora después a su domicilio, muertos de frio. Frío que se les quita de golpe al ver como estaba su casa. Cajones rotos, ropa por el suelo, libros destartalados, mesas bocabajo… Aratz es introducido en un furgón, en calzoncillos. Pasada una media hora de viaje, le sacan del furgón y le meten en un todoterreno.  Antes de salir del furgón le plantan una capucha. Un tiempo después, entre curvas y baches, el coche para. Puede vislumbrar a un tipo que le apunta con una linterna y otros tres que están a su alrededor. Le meten en un etxondo, le sientan en una vieja silla y le preguntan dónde están los explosivos y por qué ha matado a Francisco, el Policía Municipal. Aratz no sabe de qué le están hablando. ¡Pero si Patxi era para sus padres como de la familia! ¿De qué barbaridad le estaban acusando? Él insiste en no saber nada del asunto y en que Patxi era como de la familia. Pero ellos no quieren escuchar. Le ponen un saco de plástico en la cabeza, como esos que usan los agricultores para el nitrato amónico. Entonces comienza a sentir pánico. Piensa que quieren ahogarle. Como eso tampoco sirve para que les cuente lo que quieren oír, uno de los secuestradores le amenaza con dispararle. Y lo hace. Solo que la pistola no tiene balas. Aratz se mea en los calzoncillos. Un charco de orina se forma junto a sus pies. Aratz está ya  tremendamente asustado y nervioso y quiere acabar cuanto antes con ese pánico que no le deja ni llorar. Entonces, le ponen de pie, le ponen otro saco de los del nitrato por los pies, hasta la cintura, hacen un agujero en el de arriba para que saque la cabeza y otros dos a los lados para los brazos y sujetan los sacos con cinta americana. Le vuelven a poner la capucha. Lo sacan a la calle. Hay un arroyo y una balsa de agua. Le empujan. Cae al suelo entre el barro. Le incitan a que se arrastre hacia la acequia. Cuando está en el borde, le pisan la cabeza con la bota y se la sumergen. Un rato después, dejan que la saque. Se la vuelven a pisar apenas unos segundos después. Así varias veces hasta que, le quitan la capucha y tiene los labios morados. Entonces Aratz les dice que si, que él ha matado a Patxi. Por venganza. De los explosivos no sabe nada. Son sus compañeros Idoia y Gorka (son los primeros nombres que le vienen a la cabeza), los que lo saben.

Le llevan al juzgado. Allí, le presentan a su abogado de oficio. Antes de que nadie le pregunte, comienza a relatar que mató a Patxi porque le pilló robando y una historia de dos compañeros a los que nadie conoce que tienen explosivos en el monte. El abogado hace constar que la declaración se hace en modo historia, sin preguntas y que cuando le interrumpen vuelve a empezar.

Aratz se pasa dos años en la cárcel. En el juicio, es absuelto porque no hay ninguna prueba, ni evidencia de que él fuera el autor del asesinato de Patxi. No han sido capaces de localizar ni a Idoia ni a Gorka. Simplemente porque no existen. Fue un invento de Aratz para que dejaran de torturarle.

*****

Sigan votando muerte

España ha sido condenada en al menos ocho ocasiones por el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, por no investigar delitos de tortura. Además, la ONU, no hace mucho ha condenado también a nuestro país por torturas de cuatro policías nacionales a una mujer, a la que ni la jueza de instrucción, ni los magistrados de la Audiencia Provincial, ni la fiscal, quién llegó a pedir una condena por falso testimonio, creyeron. Y eso a pesar de que “casualmente” las grabaciones de la comisaría de ese día se borraron.

Que de las ocho condenas a España, el actual Ministro de Interior fuera instructor en cinco ocasiones, es una carga que un estado democrático no debiera poder permitirse.

Hace unos días, salía absuelta, después de “chuparse” dos años y medio de arresto en su municipio,  Tamara Carrasco, una supuesta CDR detenida en abril de 2018 por desórdenes públicos y acusada de por delitos tan graves como “terrorismo, rebelión y sedición».

En 2019 eran detenidos otras nueve personas, también acusadas de pertenecer a los CDR. A estos además, con la televisión casi en directo, se les acusó de tener material para la fabricación de explosivos (ácido sulfúrico, polvo de aluminio, gasolina y cera o parafina. Materiales que puede tener cualquiera en el fregadero de su cocina). Hoy, no queda nada de aquella operación, salvo las acusaciones infundadas, los meses injustificados de cárcel y las fianzas desmesuradas.

Un estado democrático no puede permitirse este tipo de acusaciones falsas con detenciones retransmitidas en el que la televisión, siempre dispuesta a que la verdad no te impida vender espectáculo y manejar las emociones de los televidentes para que opinen de una forma conveniente a los intereses de quién paga, cumple el papel de Torquemada con los opinodiarios (que llaman noticiarios), las tertulias de cantamañanas y los debates de más cantamañanas. Luego, cuando todo se diluye en nada, ni siquiera una reseña, una petición de perdón o un “nos hemos equivocado”.

Estamos en tiempos de la antipolítica. Donde los sentimientos, a consecuencia de la penuria a la que nos ha llevado este hijoputismo, cuentan más que la realidad. Si vas por la calle y te paras a contar la cantidad de personas que llevan la mascarilla con la banderita de España (una mascarilla, por cierto que, en el 99 % de los casos, no vale como prevención del contagio), te quedas con una sensación de incredulidad tremenda. No sé si es que se creen que la bandera les protege más o simplemente están posicionándose contra quiénes ellos creen que son los enemigos de España (me inclino más por esta segunda opción).

Lo peor de todo es que, no solo los Cayetanos son los que, defendiendo sus espurios intereses, se parapetan detrás de la bandera. Hay muchos pobres. Muchos de los que están en paro. De los que, la pandemia, les ha dejado sin ingresos porque llevan trabajando en negro toda su vida. Muchos de los que están cobrando un ERTE. Subsidio que, si gobernaran los que, como ellos, se envuelven en la bandera mientras roban, cohechan y trafican con los contratos de dinero público, no percibirían y tendrían que estar ahora mismo rebuscando en la basura o atracando tiendas para poder comer.

Nunca nos cansamos de repetir aquello que escribía Martin Niemöller, en pleno auge del Nazismo:

«Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada»

Y sin embargo, seguimos pensando que lo que sucede en España, un Poder Judicial totalmente escorado a la extrema derecha, unas fuerzas de seguridad del Estado en las que los simpatizantes de la cruz gamada y el franquismo campan a sus anchas, es algo que les atañe a otros y que no va con nosotros.

Numerosos juristas ya retirados como José Antonio Martín Pallín o el profesor titular de Derecho Constitucional Joaquin Urías, han incidido en el “disparate” de la imputación del Juez García Castellón sobre Pablo Iglesias, convirtiendo un caso de las cloacas del Estado en el que Iglesias es el perjudicado en un caso de “falso testimonio” (recuerden la condena de la ONU a España contado al principio del artículo) en el que el Vicepresidente pasa a ser el delincuente y como tal es paseado por todos los opinodiarios, tertulias y demás shows televisivos.

Para darle mayor credibilidad a una imputación delirante de un Juez ligado al Partido Popular desde hace años, tanto que, cuando la instrucción del juez Ruz aparta al PP, personado como acusación particular en la trama Gürtel, traen de Italia a García Castellón para que sustituya a Ruz, este (García Castellón) pide amparo a Lesmes (Presidente del CGPJ) por unas supuestas amenazas de muerte realizadas desde Twitter, que los medios de propaganda no investigan pero que otros como el tuitero Julián Macías Tovar (@JulianMaciasT si lo hacen y determinan que vienen de cuentas bots (programa informático que efectúa automáticamente tareas repetitivas a través de Internet) que en otras ocasiones se han dedicado ya a difundir comunicados de la extrema derecha o a expandir infundios contra la izquierda como las falsas amenazas de miembros de Podemos al actor José Sacristán.

Hay cientos de artículos sobre el despropósito de la elevación al Tribunal Supremo. Pero yo no quiero incidir en eso, aunque me parezca muy grave, sino en las propias palabras del propio Pablo Iglesias en una entrevista concedida a RAC1 en la que decía que nunca antes se había visto que se persiguiera así a nadie. Y aquí es donde  tengo que recordar que cuando cerraron Egin, lo hicieron con un montaje. Que cuando encarcelaron a Martxelo Otamendi y cerraron Egunkaria, tampoco había caso. Que cuando detenían a sindicalistas del SAT por ocupar fincas y luego eran absueltos, también se hacía retorciendo la legalidad. Que en varias ocasiones, mientras se conjuraban delitos contra CDRs o políticos vascos, el entorno de Iglesias y de Podemos permanecían de perfil, por miedo a perder unos votos de gente que jamás le van a votar.

Estamos en una grave situación de Trumpismo, ilegalidad y falta de democracia. La propia presidenta Isabel Díaz Ayuso, comentaba en ese infumable panfleto que un fundó y dirigió P.J Ramírez que «La Justicia, Madrid y el rey son los que impiden que Sánchez cambie el país por la puerta de atrás«. Unas declaraciones incendiarias que el CGPJ y la Casa Real deberían haber desmentido, por su gravedad, ipso facto y que, a la hora que estoy escribiendo esto (domingo 11 por la tarde) no lo han hecho. Y una de dos, o la simplicidad intelectual de la voluble IDA ha soltado la perla sin ser consciente de las consecuencias, o quién mueve a esta marioneta (el egocéntrico insufrible y maléfico y calumniador con apellido de pollino) ha pensado como estrategia para que el aborregado pueblo español, vea el golpe que se está dando a la licitud, como algo que está dentro de la legalidad vigente.

Empeñarse en perpetrarse detrás de la bandera como vacuna contra la pobreza, la precariedad, las injusticias, el desplome de la economía, el abandono de lo público y las condiciones de vida actuales en las que, según la OIT los ingresos de los trabajadores se desploman un 10,7 %, no solo es igual de inútil que rezar a la virgen para que te toque una lotería que ni siquiera compras, sino que además, esa creencia en que las cosas solo les suceden a los demás, o el “algo habrán hecho” es, además de tremendamente injusto, una patente de corso para que los que no creen en la libertad y los que creen que España son ellos y únicamente ellos y que todo es suyo, sigan dándonos sopas con onda.

Tenemos un serio problema de fascismo incrustado en el Régimen. Un cáncer que nos está comiendo las entrañas poco a poco y que acabará matándonos.

Como consuelo, envolverse en la bandera puede ser eficaz. Como remedio es contraproducente. Mientras estás cegado por el estandarte, la gente está muriendo no solo por la falta de inversión en sanidad, sino por el desmantelamiento efectivo que se ha hecho y se sigue haciendo de lo público.

Sigan pensando que, lo que les cuento, son elucubraciones de un inconformista que nada tienen que ver con ustedes.

Sigan votando muerte.

Salud, feminismo, república y más escuelas laicas y públicas.

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Advertisement
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído