Con una alegría rayana en el entusiasmo, y obviando las medidas de seguridad que aplicaba diariamente debido a la ola de atracos que se venían produciendo en los comercios de la barriada. Alicia, más temprano de lo habitual, sin mirar en todas direcciones, ni esperar a su socia Florita; subió el cierre de su pequeño establecimiento, una floristería. Al entrar tampoco se aseguró de poner el mecanismo que le permitía abrir la puerta, desde dentro, pulsando un botón.

Era el día de San Valentín, lo que suponía un incremento en las ventas. Pero su contento y relajación no se debía exclusivamente al aumento de las compras que le vendrían muy bien al negocio. El verdadero motivo de su gozo lo había originado una frase que por teléfono, la noche anterior, dejó caer Pedro, su novio, y que ella interpretó como el avance de la petición que tanto ansiaba:

—Alicia, cariño, mañana tengo que decirte algo muy importante y que ya no tiene más demora.

— ¿De qué se trata Pedro? —Preguntó Alicia reprimiendo un espontáneo “sí, quiero” y, haciéndose la inocente, añadió—: Bueno, si es tan importante, ¿por qué esperar a mañana? —Pedro titubeo al otro lado del hilo telefónico.

—Sí, claro… Verás, creo que es algo que no se puede decir por teléfono… Mira, mejor mañana… Sobre las diez me paso por la floristería. — Alicia aceptó colgando el aparato con una sonrisa. « ¡Por fin me lo va a pedir, y el día de San Valentín, qué romántico!», pensó.

Alicia y Pedro llevaban ocho años de noviazgo y ambos habían ido postergando la boda. Primero para que él acabase la carrera mientras ella y su amiga montaban el negocio de las flores. Más tarde para que Pedro consiguiese un empleo que le permitiera establecerse y vivir desahogadamente, después para terminar de pagar y amueblar el piso que habían comprado y que, de momento, solo utilizaban para sus encuentros íntimos algunos fines de semana en los que él no estaba de viaje.

Cuando todos estos asuntos se resolvieron y Alicia ya se veía vestida de blanco camino del altar, Pedro le comunicó que existía otro impedimento: su querida mamá, una anciana achacosa a la que no podía abandonar. Con lo cual deberían esperar un poco más. Alicia le propuso llevar a la mujer a vivir con ellos pero, Pedro, alegó que sería una carga y que, debido al carácter desabrido de la octogenaria, no era una buena decisión, pues alteraría la convivencia de la pareja. Una vez más, Alicia cedió ante las justificaciones de su novio para aplazar el enlace.

Al poco tiempo la futura suegra murió, desapareciendo también ese obstáculo que les impedía comenzar una vida conyugal placentera y feliz. Sin embargo, Pedro volvió a demorar la fecha arguyendo, en esta ocasión, el pesar y desazón que le causaba desprenderse del que había sido su hogar desde la infancia. Alicia, nuevamente, aportó una idea: No venderlo, tampoco necesitaban el dinero. Pero Pedro aseguró que era de vital importancia, aunque le supusiese un dolor infinito, deshacerse del piso de mamá. Le rogó que le concediese ese plazo hasta encontrar un nuevo propietario. Eso sí, prometiéndole que zanjado el asunto de la casa contraerían matrimonio. Pasó un año y medio. La vivienda seguía sin venderse y Pedro habitándola.

Alicia no solía contar sus penas a nadie pero tanta era la necesidad de desahogarse que una tarde, después de cerrar la tienda, invitó a su socia y amiga Florita a tomar un café para revelarle un pensamiento que últimamente le atormentaba:

—Florita, ya sé por qué Pedro continúa retrasando la boda, mantiene una relación con otra mujer. —Florita dio un respingo en el asiento. Sorprendida por tal afirmación, que no se esperaba, preguntó curiosa.

— ¿Pero en qué te basas para decir una cosa así? ¿Acaso te has enterado de algo…?

—No, no me baso en nada…, he llegado a esta conclusión porque sería lo más lógico para poder entender tanta excusa absurda. No encuentro otro motivo por el que nuestro noviazgo se haya convertido en algo eterno. —Florita, con los ojos fijos en su amiga, bebía pequeños sorbos de la taza— Sí, no me mires así… No sería la primera vez que un hombre mantiene una doble vida. No sé qué hacer… Estoy harta.

Florita asentía sin decir palabra. Alicia lo atribuyó a que siempre le había parecido que Pedro le era antipático y por respeto a ella no emitía juicio alguno en su contra. Por eso le preguntó de sopetón:

—¿No te cae bien, verdad? No hace falta que me contestes. Lo sé porque cuando viene a la tienda le miras de reojo e incluso si puedes le evitas… Imagino que una persona como tú, con ese carácter fuerte e independiente, tan distinto al mío, le hubiese mandado a la mierda hace mucho tiempo, supongo que pensarás que soy una idiota soportando sus manías, ¿me equivoco? —Florita esbozó una sonrisa, apartó la mirada y contestó titubeante:

—No, no es que me caiga mal, es que…, no es mi tipo… Le encuentro demasiado conservador. —En tono lastimero, como hablando para sí, musitó—: Tampoco creo que seas idiota…, es lo que pasa cuando se está enamorada, se aguantan cosas increíbles. Sé muy bien de lo que hablo… Aquí, donde me ves, yo también sufro mal de amores. —Al instante recuperó su alegría habitual y prosiguió—: Mira, creo que deberías preguntarle a él, a lo mejor se sincera y… —Alicia la interrumpió.

— ¿Pero a estas alturas crees que me confesará su infidelidad así como así? Además, si estoy en lo cierto y me confirma que tengo unos cuernos con solera pues…, cortaría por lo sano. ¿Tú qué harías? Y, oye ¿es que estás saliendo con alguien?, que calladito lo tenías.

Florita evito retomar sus pesares con un movimiento negativo de cabeza.

—Dejemos eso, no estamos hablando de mí… ¿Que qué haría yo? Hablaría con él, ya te lo he dicho. A ver, demos por cierto lo que imaginas y está enamorado de “otra”, vamos, que os ama a las dos. Es posible que su conducta, el hecho de ocultarte esos sentimientos por otra mujer, solo obedezca a que no desea hacerte daño. No sé, acaso haya actuado así por el profundo amor que te profesa.

—¿Qué me quieres decir con eso?, ¿qué le disculpe e ignore su comportamiento egoísta? ¿Qué acepte una relación a tres? No, no… Le quiero muchísimo pero no hasta ese punto. —Alicia miró el reloj—. Es más, hoy hemos quedado en el piso… Estoy decidida, se lo preguntaré directamente. Mañana te cuento.

A Alicia le extrañó que su amiga se despidiese de forma tan pusilánime: encogiendo los hombros y susurrando:

—Sí querida, mañana, sea lo que sea me cuentas.

Dos horas después los recelos de Alicia quedaron disipados. Tras exponerle a Pedro sus temores, éste negó que hubiese otra mujer; la abrazó y le hizo el amor con una pasión desenfrenada. Convencida de que sus sentimientos eran sinceros no volvió a preocuparse, seguiría esperando para casarse el tiempo que hiciese falta. Así se lo comunicó a Florita al día siguiente, esta le expresó su contento con cierta indiferencia.

—Me alegro por ti… bueno, por los dos. —Alicia percibió, en las palabras de la amiga, un tono de aflicción. Se interesó por su actitud un tanto abatida.

—Oye, Florita, ¿Qué te pasa? Mira, igual que yo te he confiado mis absurdas tribulaciones, tú puedes contar conmigo. ¿Se trata de ese “mal de amores” que ayer dejaste caer? —Florita negó sin mucha convicción y después cambió de tema.

—Na, no te preocupes… Lo mío es un amor imposible. Oye, mañana es San Valentín… Tengo que hacer unas compras y llegaré a la tienda sobre las diez. Si abres antes, conociéndote como te conozco sé que no me esperarás; asegúrate, de a quién dejas entrar.

Alicia, más ilusionada que nunca, cortaba tallos, regaba macetas, preparaba ramos, centros y bouquets de flores pensando lo sensible que era su Pedro eligiendo el día de San Valentín para pedirla en matrimonio. Evocaba una y otra vez las palabras que, a través del teléfono, le comunicó la noche anterior: “… algo muy importante y que ya no tiene más demora”. Esperaba ansiosa la llegada de su socia para contarle la buena nueva. Empezó a canturrear pero su tarareo se vio interrumpido por el sonido de la campanita de la puerta. Se le congeló la sonrisa en los labios cuando un tipo joven, enorme, con el pelo largo, pearcing en las cejas, las orejas, la nariz, y un tatuaje que sobresalía por el cuello de la cazadora de cuero negro que vestía; se dedicó a mirar a su alrededor sin prestarla atención. En ese momento, se maldijo por no haber estado más atenta a la realidad del día a día y no tomar las debidas precauciones para evitar un atraco. Con un hilo de voz y las tijeras aferradas en la mano preguntó:

—Buenos días ¿Qué desea? —El chico reaccionó de inmediato acercándose sonriente hacia el mostrador.

—Hola, verás, quería unas flores para regalar… ¿Estás sola?

A Alicia le temblaban las piernas esperando el instante en que aquel individuo sacase un arma. ¿A qué venía ese interés por saber si estaba sola? Dijo lo primero que se le vino a la cabeza.

—Mi… mi jefa llegará de un momento a otro.

El chico asintió y continuó preguntando:

—Pero a las diez estará ¿no? Tu jefa, digo, verás, es una sorpresa para ella. ¿Sabes qué flores le gustan más?

Tras esta revelación Alicia se relajó. O sea, que este era el “amor imposible” al que se refería su socia. Entendió por qué Pedro le parecía tan conservador, era el polo opuesto al individuo que tenía delante. De todas formas, jamás imaginó que Florita se fijase en un tipo así, a decir verdad, nunca le había conocido pareja alguna. Algo extraño porque Florita era atractiva, segura de sí misma, trabajadora, alegre…, si ella fuese un hombre no habría dejado escapar a una mujer tan interesante. Más calmada le propuso, al melenudo, unos claveles. El muchacho también eligió otro ramo de rosas rojas. De uno de los bolsillos de la cazadora sacó un paquetito que depositó dentro del ramillete de claveles. Luego le pidió, por favor, un papel para escribir y un sobre. Alicia se lo procuró al instante y tras escribir en la hoja la dobló e introdujo en el sobre que, a su vez, alojó entre el manojo de rosas. Luego sacó la cartera para pagar. Alicia percibió que, por momentos, el joven se ponía nervioso. Antes de irse le rogó, insistentemente, que nada más llegar su jefa le diese los claveles con el regalito sorpresa. Ella le calmó:

—No te preocupes, en cuanto llegue se lo daré. ¿Las rosas también?

—No, no, estas me las llevo. —Se dio media vuelta y salió precipitadamente, chocando con una señora que entraban en ese momento y que por poco no cayó al suelo. La mujer empezó a despotricar.

A Alicia le pareció extraño ese cambio brusco en el comportamiento del novio de su socia, lo achacó a que no quería ser pillado infraganti, una sorpresa era una sorpresa. Se interesó por la mujer y corrió a la trastienda a por un vaso de agua para aliviar el sofoco de la clienta. Al regresar, ésta blandía entre los dedos un sobre.

—Al energúmeno ese se le ha debido de caer esto… toma. Yo volveré más tarde, no quisiera tropezar de nuevo con él.

Una vez sola, Alicia retocó el ramo de claveles destinado a Florita. Con cuidado saco la cajita, la observó, la agitó y la devolvió a su lugar sonriendo.

Después miró el sobre ¿para quién serían las rosas… otra chica, su madre? Una pícara curiosidad la azuzó a sacar la nota y leerla, el sobre no estaba cerrado. Leyó:

“Querido Pedro, por fin, te verás libre de la bruja esa. Tal y como planeamos la floristería volará por los aires a las diez de la mañana. Ya no tendrás que explicarle lo nuestro. Es una pena lo de la empleada pero qué le vamos a hacer. Te dejo estas rosas en casa para que cuando llegues sepas que te amo y ya nada nos separará. Te quiere tu Fernando”

Alicia, pálida, consultó el reloj: Las diez menos diez… Sonó la campanita de la puerta. Entraba Florita. Cogió el bolso, la nota y salió corriendo arrastrando a su socia fuera del local y gritando:

—¡Corre, corre…! — Florita, jadeando, preguntaba:

—¿Pero qué pasa, por qué corre…? —Una explosión a su espalda interrumpió su pregunta.

Aún atónitas por lo que acababa de ocurrir y encontrarse a salvo, se detuvieron y se sentaron en el bordillo de la acera. Ambas miraban estupefactas hacia lo que fue su negocio y ahora no existía. Alicia presa de una extraña calma, le pasó la nota a su amiga mientras hablaba ensimismada.

—El muy cabrón… qué ilusa, y yo esperando una proposición de matrimonio, vaya San Valentín más decepcionante —se dirigió a Florita—. Perdóname, soy una egoísta preocupándome por una tontería. Tú, has perdido mucho más… el negocio por el que tanto has luchado. Lo siento mucho Florita, de verdad, lo sien… ¿Por qué sonríes?

—Porque estás viva Alicia y eso es lo único que me importa. Te amo, siempre te he amado y, con el tiempo, a lo mejor tú también me correspondes, de momento, me conformo con seguir a tu lado… si tú quieres… —Alicia, boquiabierta, solo acertó a decir.

—Sí, quiero. —Luego la besó.

 

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