Como un jarro de agua fría al despertar. Así recibí la noticia. Era el 11 de abril de 2016 cuando Shangay Lily había iniciado su viaje más largo, el que le transportaría al más allá… En ese mismo instante sentí el vacío que nos invade enfrentarnos a las ausencias; a las ausencias de esos seres diferentes, extraordinarios, que llegan a tu vida en el momento oportuno, pero te abandonan cuando creías que eran eternos.

Ese día me quedé sin palabras. Ese miedo a enfrentarse al folio en blanco me invadió… Tardé un día en ponerle letra al dolor. Revolví y removí el baúl de los recuerdos y tuve una bonita mezcla de sensaciones, de sentimientos, de vivencias, de consejos, de noches de charla, de análisis de la vida, de nuestras vidas, la tuya y la mía…

Conocí a Shangay de una forma especial. Como ella lo era… Y me lo hizo bonito, para que lo disfrutara, porque como muchas veces me repitió: “Tienes la edad para descubrir, para hacer, para equivocarte, pero nunca para quedarte quieta”.

Era el mes de julio de 1994. Pronto conectamos. Se convirtió en la mujer de mis primeras veces: mis primeras prácticas como periodista; mi primer artículo en prensa de tirada nacional, Diario 16; mis primeros miedos a lo desconocido, mi primer contacto con Madrid –la carrera la cursaba en Salamanca– y con el mundo de la noche en la capital. Para una jovenzuela nacida en Gijón aquello se convirtió en un parque de atracciones, del que disfruté como una niña. Porque se encargó de ponérmelo fácil, de darme las pistas para un nuevo mundo que se abría a mis pies.

Shangay entro en mi vida sin maquillaje, sin adornos, sin turbante… a cara lavada. Me habló y me habló de su vida, de sus reivindicaciones, de sus anhelos… En definitiva, me abrió las puertas de su casa, me enseñó su vestuario, me contó sus sueños, los de ella, los de Shangay… Me la describió como una esbelta dama, poderosa, con glamour… Recuerdo mi regreso en el metro repasando un sinfín de apuntes y anotaciones, además de repetir los acordes de una canción, la primera que le oí cantar de Judy Garland. Me impresionó su voz. Me cautivó. Perdí la noción de tiempo y ese mismo día tuve claro el título: “Shangay Lily, una millonaria de altura” –sus trajes me advirtieron de su altura y su nivel de vida me descubrió su poder económico–. Con esa idea me fui. Contaba con tanta información de Shangay que creía conocerla desde viejos tiempos, desde el más allá. Y, ciertamente, un buen presagio: ya la conocía, pero sólo había captado su parte más “superficial”. Aún me quedaban por descubrir sus ideales, que no eran pocos.

Unos días después llegó el gran momento. Me invitó a su espectáculo para así poder cerrar mi reportaje y fue entonces, cuando la vi entrar por aquella puerta del local, cuando flaquearon mis piernas. Abrí los ojos al mundo y allí estaba ella, inmensa. Proyectaba todo lo que posteriormente fui conociendo de su complejo mundo interior. La cara lavada de aquel primer encuentro se convirtió en un rostro perfectamente maquillado y lleno de matices; los mismos que descifré de su actuación en un escenario que se quedó pequeño ante su grandeza.

Y ahí empezó nuestra verdadera amistad. De una forma tan peculiar que auguraba un apasionante camino por la vida. Nunca perdimos el contacto, nunca… Supiste de mí todo lo que marcó mi vida, de la forma que fuera, profesional o personalmente. Me diste pequeños cachetes en la colleja para recordarme que hay que tener cuidado con los miedos, porque cuando se apoderan de nosotros no nos dejan avanzar. Es una frase que llevo grabada en mi corazón. Y en mi mente…

Una imagen realmente potente te avalaba. Pero debajo de ese turbante y esos infinitos tacones había muchas ideas, mucha conciencia política y social, muchas ganas de luchar contra el poder establecido, de abanderar la lucha por las igualdades, de declararse sin tapujos feminista hasta la médula. Sabías llegar al corazón y pincharme ahí donde dolía, pero no para hacerme sufrir, no… sino para despertarme, para quitarme esos miedos que nos obcecan y ponen obstáculos en nuestro camino. ¡Qué importante es ser valiente en la vida! Como tú lo has sido.

Este es un homenaje lleno de puntos suspensivos, porque me gustan… Porque invitan a seguir imaginando, a dar pie a que el lector piense que no todo está dicho, que quedan cosas de ti por decir, por descubrir… Se quedan para mí y para ti, porque no todo lo que hemos compartido se puede publicar y la lealtad es una de las mejores virtudes que puede tener un profesional de la comunicación, una persona, en definitiva. Y empecé contigo, así que nunca te fallaré.

Shangay… aún te queda camino por andar “amor” –esa palabra que tanto me repetías–. Ese camino a Itaca del que oí hablar por primera vez de tu boca. La última ha sido este 23 de mayo de manos de mi amiga del alma Carolina Díez, bonito regalo de cumpleaños… E irremediablemente lo asocié a ti. Así será siempre. Ese camino que tiene que ser largo, pero sobre todo tiene que estar lleno de aventuras, de experiencias, para que así tenga sentido. Porque el viaje es lo que nos ocurre mientras avanzamos. Tuviste un camino lleno de vida. Y comprometido, como tiene que ser. Desde drag queen, a activista LGBT y feminista, pasando por escritora y actriz. Y si tuviera que quedarme con un solo adjetivo lo tengo claro: PIONERA.

Siempre estaré en deuda contigo por hacerme soñar. En la distancia, pero muy cerca siempre… Sabiendo de mí, sabiendo de ti… Aconsejándome, queriéndome… Puedo asegurar que eras una persona valiente, mucho, y fuerte –la enfermedad te puso a prueba–, pero con miedos, como todos tenemos –pero sin paralizarte nunca–; alguno intenso como el que yo sentí hace ahora 23 años, ante mi primera vez contigo… Ahora nos une el mismo medio: Diario 16. Y si hubiera seguido tus consejos al cien por cien ahora sería una periodista en activo, en Madrid, donde se cuece todo. Porque aquel era el momento, mi momento… Este el tuyo…

Hoy, frente al ordenador desde el que escribo, alzo la vista y veo el cuadro de mi primer artículo en Diario 16 y también una postal con tu fotografía del Shangay Dance Club: «Los dos te queremos», me dedicaste.

Nunca te olvidaré Shangay.

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