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Shangay, la dignidad de la lucha

Toño Abad
Toño Abad
Presidente de Diversitat y director del Observatorio valenciano contra la LGTBfobia.
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análisis

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Es imposible escribir sobre Shangay y no convertir el artículo en una llamada de atención sobre la sociedad que hemos construido, que nos ha tocado vivir y, por encima de todo, sobre la hipocresía con la que miramos a otro lado y aceptamos la injusticia social. Desde las hegemonías hasta las estructuras de poder que nos condicionan día a día, desde el capitalismo hasta el activismo aburguesado y dominado por las instituciones, arrodillado ante su propio sujeto opresor. Un activismo domado que siempre señaló Shangay utilizando el humor, la irreverencia y la ridiculización, pero también la denuncia feroz y la crítica mordaz. Por eso es tan importante reconstruir ese relato de lucha que protagonizó Shangay Lily, –y que nos dejó escrito en sus numerosos artículos y libros, muy especialmente en su último libro “Adiós, Chueca. Memorias del gaypitalismo: construyendo la ‘Marca Gay’”– para que no caiga en el olvido y para que no olvidemos todo a lo que dedicó una vida de lucha. Ese es el mejor tributo que podemos rendir a nuestra querida Shangay Lily. Y esa debe ser la responsabilidad de quienes conocimos y admiramos a Shangay.

El activismo de Shangay es el activismo de la resistencia, del derecho a la resistencia, con mayúsculas, que solo se construye en oposición al poder establecido. Un derecho que ha quedado eclipsado por el régimen político democrático actual cuyo mensaje de fondo es que todo está conseguido, cuando en realidad es al contrario, todo está por conseguir. Prueba de ello es que mientras escribo este artículo se expulsa personas en las fronteras, se dispara a personas que intentan alcanzar la orilla o se juzga y encarcela tuiteros. La lucha política de Shangay era la lucha contra la pobreza, contra la injusticia y la desigualdad, la violencia o el fascismo. Era la lucha por la dignidad y la dignidad de la lucha. Una lucha que, cada día que pasa, se echa más de menos, en un mundo que vira a pasos agigantados hacia lo peor de sí mismo.

Para una generación de activistas Shangay, además, nos devolvió parte de nuestra dignidad robada, de las risas apagadas de nuestra infancia y adolescencia, por el acoso, la violencia y los insultos. Los que tuvimos la suerte de acudir a sus imprescindibles espectáculos en el Madrid de finales de los 90 aprendimos a reírnos de nosotras mismas, de nuestra sexualidad y de nuestra desgracia. A tratarnos en femenino, a ponernos la boa, a disfrutar de nuestra maravillosa pluma. Cada domingo Shangay fue capaz de hacernos sentir parte de algo, de hacer de nosotros movimiento, lucha, de empoderarnos y de inocularnos el germen del activismo. De ese activismo que se aprende y ya no se olvida nunca más. Shangay fue la protagonista de la construcción de nuestra conciencia colectiva, de nuestra identidad como oprimidos.

Después, los que decidimos seguir su existencia vital, pudimos disfrutar de su polifacética trayectoria. Un verdadero regalo. De la pancarta, delante del micrófono o de las cámaras en los platós, en lo alto de un escenario, en la calle, subida a unas escaleras de pintor (¡escupiendo al medallón del fascista en la Plaza Mayor de Salamanca!), siendo políticamente incorrecta, espoleando las conciencias, atusándote el turbante, firmando su libro o escribiendo espectaculares artículos de prensa. Haciendo de mamarrachas y por qué no decirlo, llorando de impotencia ante las agresiones fascistas. Rompiendo la foto de la condesa en directo. Denunciando el orgullo capitalista, gaypitalista, o diciendo “Adiós, Chueca”. Shangay fue un dirigente social único e irrepetible, una drag valiente, la defensora última de lo colectivo, de lo construido desde la lucha y el combate.

Miss Shangay Lily, gracias por tanto. Gracias por llevar la bandera de la libertad y de la dignidad tan lejos. Por enseñarnos a soñar artivistamente. Por marcarnos el camino a recorrer y acompañarnos durante un trecho. Seguiremos caminando desde tu recuerdo, con la túnica de la dignidad puesta y la pluma bien alta, para que no se olvide todo lo que nos has enseñado: que tu lucha, nuestra lucha, todavía no ha acabado. ¡Queda tanto por hacer! Allá donde estés, suerte, amiga. Suerte Miss Shangay.

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