Su Formalidad el Rey, llamado así por diferenciarlo de su padre, Su Campechanidad el Rey, ha estado recientemente en la otrora enemiga Inglaterra. En su discurso parlamentario, parlamentó de todas las cosas parlamentables, entre ellas, Shakespeare y Cervantes y su mortuoria coincidencia.

Casualmente yo, que de Shakespeare no tengo más que aspiraciones y corazones blancos –Macbeth– (ya pueden suponer que por comprarle el talento sería un ambicioso escocés), he soñado este viernes con cosas británicas. A saber, carreteras señalizadas con rojo por ser territorio real, palacios grandes (y un poco horteras), liturgias que me fascinan, carruajes y chistes hechos más para la sonrisa que para la carcajada.

Todo ello componía el escenario de la historia principal en la que Julia, por motivos que no hace falta contar, era la Reina; Miguel, el Primer Ministro; yo una especie de « y Marina, por karateka, nuestra James Bond. Al anecdotario habría que sumar algo: Que uno tiene voluntad feminista hasta en lo onírico.

La amenaza venía de oriente, una señora con rasgos chinos amenazaba con destruir no recuerdo bien qué cosa, El Primer Ministro, es decir, Miguel, me encargaba en el nombre de la Reina, es decir, Julia, que encargase a nuestra mejor agente, es decir, Marina, que parase a esta señora.

Efectivamente, allí que va Marina, que se pelea con la maligna señora oriental en una piscina mientras Julia, Miguel y yo lo vemos todo desde una silla de playa. No me pregunten por qué lo veíamos desde una silla de playa, mi subconsciente es así.

Llegado cierto punto, entre golpe y patada de una Marina que iba ganando, la señora maligna desaparece y a mí me hacen una señal desde el otro lado de la piscina. Tengo una caja al lado. La abro, hay chucherías (esto tampoco lo entiendo). Me hacen otra señal, he de ir a casa.

Y suena el despertador.

«Estamos hechos de la misma materia que los sueños»La Tempestad y un anuncio de coches-, es cierto. De hecho, bien podría ser Miguel un Primer Ministro, si se le antoja. Y no es por nada, pero el papel de hombre tranquilo que sabe mucho y mira las cosas desde una oportuna atalaya, lo cierto es que me pega, como a Marina el hacer karate o a Julia el reinar.

No obstante, lo más realista de «El sueño de una noche de verano» no son las criaturas, por supuesto, ni la fantasiosa historia, sino la humanidad que se desprende de la obra; todo lo maravillosamente profano que es Shakespeare en ciertos momentos. Del mismo modo, lo más realista de mi sueño no era el puesto que ocupábamos, sino el hecho de que éramos todos españoles y estábamos trabajando en el Reino Unido, como tantas y tantas personas de nuestra generación.

Rajoy y May comparten el gusto por recortar, su quietud de párvulos, sus malas decisiones y sus continuos problemas derivados de un referéndum que no debió haberse concebido. Además, está el intercambio de personal en el que Reino Unido sale ganando: Rajoy envía jóvenes con ganas de trabajar, May nos manda jubilados. ¿Cómo no van a querer a nuestro Gobierno en Gran Bretaña? Desde la armada de Felipe II, sólo les damos alegrías.

Si analizamos con rigor la labor diplomática del Rey, hay poco que reprochar. Una de las pocas rémoras es que más que diplomático, muchas veces parece un agente comercial; ojalá durante el próximo viaje que haga preste más atención a los trabajadores que a los empresarios. Una vez se produzca el Brexit, la UE buscará un acuerdo comercial, algún tipo de grieta legislativa para que todo siga más o menos como hasta ahora para la patronal. Al contrario, seguro que los derechos laborales de los extranjeros no corren tanta suerte.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre