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Sensibilidad, conciencia y compromiso II

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análisis

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Cuando decidí tomar partido a favor de los árboles de la travesía que iban a ser talados sin miramiento alguno, y sin dejar ni uno, porque así rezaba en el santo e inamovible proyecto de las obras de remodelación de dicha travesía, sabía los problemas que iba a acarrearme tal decisión. No sería la primera vez. Conozco lo suficientemente bien al paisanaje, cómo no conocerlo habiendo convivido toda la vida con ellos y ellas, para saber que mi apoyo a los árboles se iba a tomar no como una opinión, un parecer y un sentir personal sino como un ataque a las personas y,  por extensión, a los partidos responsables de aprobar y llevar a cabo el proyecto.

Naturalmente, mi intención no era ésa, me hubiera dado igual que el proyecto lo hubiera firmado cualquier partido, organización o lo que fuera, incluso si el proyecto hubiera sido promovido por mi mismísimo padre, habría actuado igualmente contra ese proyecto, que considero un tremendo e irreparable error, y horror, de bulto. Por tanto, haciendo uso de ese mi parecer, y de mi soberana libertad de opinión, consideré oportuno hacer un llamamiento a los vecinos, primero para dar a conocer el proyecto, que casi nadie conocía, y segundo, para evitar la tala que contempla tal proyecto, y hacer un ruego, un exhorto a los poderes públicos para que busquen  otras soluciones constructivas que eviten el arrasamiento de todos los árboles que quedan, por poco tiempo, en la travesía. Unas soluciones que si se buscan, se encuentran, digan lo que digan, porque si se quiere, se puede. Todo es cuestión de voluntad y empeño. De sensibilidad, conciencia y compromiso con el medio ambiente y con las futuras generaciones que tienen derecho a disfrutar de un patrimonio natural que no es nuestro, sino que es tan sólo un préstamo de las anteriores generaciones, para que sea legado a las generaciones futuras  al menos en las mismas condiciones.

Como era de esperar, mi humilde llamamiento a reconsiderar la tala de esos árboles centenarios, algunos dicen que solo son “octogenarios o nonagenarios”, pues vale, ha sido tomado como un ataque por mi parte a las fuerzas políticas PSOE e IU firmantes del proyecto de obra, una obra ya en marcha y que avanza a buen ritmo y que en breve sustituirá el hermoso arbolado existente por una desolada, yerma y deshabitada explanada de cemento. Algunos han afirmado que le he “hecho el juego” a la derecha. Sobre esto hay que decir que el PP, ahora en la oposición, fue el promotor de este proyecto que ahora, con alguna modificación, ha sido retomado por PSOE e IU y está siendo llevado a cabo por estos dos partidos, por eso me dirijo a ellos y no al PP porque, aunque esta formación política ideó el proyecto, ni lo ha firmado ni lo está llevando a cabo.

Aquí hay algo que chirría y mucho, porque la izquierda, la que ha decidido poner el pulgar boca abajo a la hora de sentenciar si preservar o no la vida de los árboles, ha sido la que tradicionalmente ha mostrado mayor sensibilidad, preocupación e interés hacia la conservación y protección  del medio ambiente, uno de sus teóricos valores y principios de su ideología. Por eso cuesta mucho entender el porqué ahora retoma y hace suyo un proyecto del PP, un proyecto que incluye la total desaparición de los árboles de la travesía en nombre de no se sabe qué “acondicionamiento y embellecimiento” de dicha travesía. Cuando el embellecimiento, el principal aderezo y ornato lo ponen precisamente los grandes, hermosos y viejos árboles. Si se talan, qué queda? La respuesta es: dos anchas,  lenguas de cemento a un lado y otro de la carretera. Dos mortíferas, abrasadoras e interminables aceras con sus aparcamientos, dos planchas para asarse los pies, y todo lo demás, en los meses de estío, los largos y abrasadores y sofocantes e insufribles veranos que nos esperan. Unos veranos donde el aire, más que de Villacañas o de Puebla, parecerá venir de la tobera de un motor a reacción.

El PP no se ha pronunciado en ningún momento a favor de salvar los árboles de la travesía porque en su proyecto ya contemplaba su total aniquilación. Ahora, siguiendo una elemental estrategia partidista, de primero de estrategia política, se mantienen en silencio, agazapados, esperando sacar algún rédito político del enfrentamiento, con su consiguiente desgaste, entre militantes y simpatizantes de PSOE e IU, partidarios unos de conservar los árboles, unos árboles que para unos son el escaparate, el lucimiento del pueblo, una parte muy importante de su escaso patrimonio natural. Y para otros son simplemente “cuatro putos árboles”.

“¡La que has liado por cuatro putos árboles!” me espetó un paisano “Torquemada”, con los ojos abrasados por la fe, mientras compraba unos tomates en el supermercado. Este paisano martillo de herejes, implacable perseguidor de impíos,  azote de blasfemos, látigo de pecadores, inflexible e iracundo cruzado contra el infiel, feroz inquisidor, colérico y furibundo defensor del dogma, vehemente legislador de inflamados  anatemas, procurador del Santo Oficio al que solo le faltaba el hábito de estameña, la capucha puesta y un cirio en la mano. Además me acusó de cobrar, de a saber qué maligno demonio o malévola organización, no estoy dentro en su devota cabeza para saberlo,  por publicar el artículo donde informaba al pueblo, como creía, y creo, que era y es mi obligación, ya que el pueblo, la gente, no sabía nada, porque el proyecto se ha llevado a cabo sin darlo a conocer al contribuyente, ni menos someterlo, como debería haber sido de rigor, a la ciudadanía, dada la importancia de conservar o no los octogenarios o nonagenarios, y también centenarios, y tengo vivos testimonios de ello, árboles que jalonan la travesía dando sombra, frescor, verdor y hermosura.

Tengo que decir a este paisano, un paisano que de haber estado en el siglo XV, hubiera ordenado mi ingreso inmediato en la mazmorras de la Inquisición y mandado darme un repaso en el potro, como aperitivo a la quema en la hoguera, vuelta y vuelta o al punto, que nunca, jamás, ni cuando escribía para La Sendilla, aquel boletín informativo de IU, ni en ningún otro medio ni, por supuesto, en el más de un centenar de artículos que llevo publicados en Diario 16, nunca, repito, me han movido una coma de lo escrito ni, por supuesto, me han hecho ninguna indicación, pauta o sugerencia de ningún tipo, ni nunca la habría aceptado. Escribo lo que quiero y de lo que quiero, dando datos,  razones y argumentos que avalan y respaldan mi opinión. Una opinión, sobra decirlo, independiente, libre y soberana. Por suerte, no necesito ejercer de escritor mercenario, a sueldo del poder, que debe ser uno de los oficios más  siniestros, asquerosos y repugnantes del mundo.

Sensibilidad, conciencia y compromiso II

No soy mejor que cualquiera de los que a diario pueblan las aceras, o “esa absurda epidemia que sufren las aceras” como dice el verso de Sabina en “Calle Melancolía”,  pero aspiro a mirarme en el espejo todas las mañanas y no ver a un miserable que tiene que vender su dignidad por unas sucias monedas, y contar lo que el que le paga dice que tiene que contar, porque así conviene a sus, en muchos casos, infames e inmundos intereses. En mi caso, Sr. “Torquemada”, mantengo, y espero poder hacerlo siempre, una coherencia entre lo que digo y lo que hago, lo que pienso y lo que escribo. Por tanto, la mera insinuación de que he cobrado por escribir ese artículo es un grave insulto sin razón, ni base, ni pies ni cabeza alguna, y que solo buscaba hacer daño, destruir una reputación, signifique lo que signifique eso, que diría mi admirado Juan José Millás.

Antes de ser fiel a ningún partido, hay que, como decía antes, ser fiel a uno mismo. Ningún partido, y ahora a la vista está, tiene siempre la razón en todo lo que dice y en todas sus actuaciones. Algunas son, desde mi punto de vista, acertadas y otras no. Todo iría mejor en el penoso panorama político actual si hiciéramos la, más que que necesaria, imprescindible, crítica a nuestros respectivos partidos, que a su vez deberían hacer autocrítica de todas sus actuaciones. En los partidos, que se hacen llamar democráticos, todas sus actuaciones deberían estar permanentemente sometidas a debate, a discusión entre sus militantes y simpatizantes. Los militantes y simpatizantes, no deberíamos dejarnos llevar por la pereza y la comodidad de ser meros espectadores, público sin más, unos convidados de piedra relegados a ejercer  el papel de mero bulto humano para hacer más bonito el espectáculo donde uno habla, con más o menos razón, o a veces sin razón alguna, mientras todos los asistentes dicen amén bajando la cabeza, y aplauden porque el orador ha hecho un silencio para que se le aplauda. Dice el filósofo Pedro Olalla que “pese a toda la información que tenemos, siguen peligrando el sentido crítico y la búsqueda de la verdad. La actitud humanística es una actitud de resistencia en nombre de la dignidad humana.

No ejercer el sentido crítico y la búsqueda de la verdad, traicionarse a uno mismo, a sus ideas y convicciones; “tragar” a sabiendas que es injusto, o que uno considera injusto e inadmisible, solo porque lo han dicho los “míos” es, por seguir con el símil religioso, un pecado mortal. Y no pienso ir al infierno, al infierno de la propia conciencia, que es el peor infierno, por callar mi opinión, que no es ni mejor ni peor, es una más y  como tal debe ser tenida en cuenta.

Julio Anguita, el maestro al que hay tomar siempre, al menos yo lo tomo así, como modelo de vida y de obra, dijo en una de sus muchas y sabias intervenciones que ahora tanto echamos de menos: “Yo mido a las fuerzas políticas por lo que hacen. A  mi un compañero mío o camarada me levanta el puño siete veces, y pienso: está haciendo gimnasia. Yo miro a mis compañeros por lo que hacen” (…) “Yo estoy radicalmente enfrente de la derecha, por lo que hace. Pero si yo me enfrento a la derecha por lo que hace, me tengo que enfrentar a otros que hacen lo mismo que la derecha” .

Otro compañero de viaje, que ha trabajado mucho y bien por el pueblo, un hombre al que aprecio, respeto y admiro, me dice, `por mi defensa de los árboles de la travesía, que soy un sentimental, que me dejo llevar por los sentimientos y las emociones. ¿Y por qué me tengo que dejar llevar? ¿por el reglamento de la contribución urbana?.  Y me da todo tipo de razones de índole técnico, razones para él insalvables, imposibles de solucionar por ningún medio. Unas muy pormenorizadas razones técnicas que le llevan a apoyar totalmente, sin reparo alguno, la tala de todos y cada uno de los árboles de la travesía. Tengo que decirle, con todo mi cariño que por supuesto que soy un sentimental: siento y padezco. Pero un sentimental atado a la razón, y la razón dice que a estas alturas de siglo, hay soluciones constructivas para casi todo. Hace unos días desmontaron un puente en Madrid, en el cruce de calles de Doctor Esquerdo con la Avenida Ciudad de Barcelona, y cuyo desmontaje he visto a diario porque vivo muy cerca y paso por allí a diario, y he visto cortar el tablero del puente de medio metro de hormigón con unos discos de diamante como si se tratara de mantequilla.

Por eso no creo que hacer las canalizaciones por la carretera suponga un problema  técnico irresoluble, imposible de realizar por la dureza del forjado de hormigón, como me aseguraba este amigo y paisano. Muchos y muchas nos resistimos a creer que, a estas alturas de siglo y con el nivel tecnológico actual, no puedan hacerse las necesarias canalizaciones sin tener que recurrir obligatoriamente a talar los árboles. Soy de los que opinan que, si de verdad se quiere conservar ese patrimonio natural se pueden, y se deben, buscar alternativas al completo arrasamiento de todo lo que encuentren a su paso. Si se quiere, se puede. Y reitero una vez más que todo es cuestión de voluntad y empeño.

“Hay gente que camina por el bosque y solo ve leña para el fuego”, dice el dicho. Espero y deseo que, por la cuenta que nos trae, que los que caminan por el bosque y ven grandeza y belleza, y necesidad de conservarla, sean más, muchísimos más, que los que ven  leña para el fuego.

Miguel Delibes, que fue un autor señalado como contrario al progreso, en realidad fue un hombre preocupado por la degradación y la agonía a la que podía llegar la humanidad, por desgracia ya hemos llegado a eso, en nombre de ese supuesto progreso. Delibes fue muy crítico con el sacrificio de la naturaleza en nombre del progreso. Una de sus muchas y muy atinadas frases decía: “El hombre de hoy usa y abusa de la naturaleza, como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro”. Pensemos por un momento qué legado queremos dejar a los niños y niñas que ahora corretean y gritan despreocupados en el patio del colegio: ¿Una sombreada y fresca travesía flanqueada  por sus viejas y hermosas acacias de siempre? erguidas como centinelas del camino, en cuyas ramas el viento hace sonar su eterna canción ¿o dos peladas, mondas, desérticas, feas, desoladas e inhóspitas aceras de cemento?. ¿Qué dejamos en herencia? ¿naturaleza o cemento?.

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